Desde que Hannah Gadsby contara su trauma en 'Nanette', el monólogo de humor y drama de Netflix, no han sido pocos los que han intentado copiar su estilo (incluida ella misma). Cuando se contaba un trauma personal, los chistes se quedaban a un lado y primaba la emoción feroz. Desoyendo esa obra maestra que fue 'Live', de Tig Notaro, los cómicos se lanzaron al camino fácil de la empatía superficial, y ni siquiera el magnífico 'Inside' de Bo Burnham terminaba por librarse del todo. Y entonces llegó John Mulaney.
De querido a odiado
A finales de 2020 saltó la noticia de que John Mulaney había vuelto a caer en la droga y estaba en un centro de rehabilitación. Al salir se divorció de su esposa, tuvo un hijo c0n Olivia Munn, se convirtió en una de las personas más odiadas de América y preparó un monólogo desde y sobre el fango en el que su vida se había convertido durante los últimos dos años. Por suerte, en lugar de ponerse serio para advertir al público sobre los peligros de la cocaína, no pasa ni un solo minuto sin hacer reír. Mulaney nunca se había puesto tan introspectivo... ni había dado tanto en la diana.
Un hombre vaga por las calles de Nueva York totalmente encocado, con drogas como para matar a un elefante escondidas en su chaqueta. Va a cenar con un antiguo amigo y acaba de cortarse el pelo en su antiguo trabajo a pesar de que no tenía ningún motivo para estar ahí. Llega dos horas tarde. Al entrar, sus amigos intentan convencerle de que es el momento de dejar la droga antes de que le mate. Contado por otra persona sería un drama continuo, pero 'Baby J' se las arregla para no dar puntada sin hilo. Incluso su agradecimiento a los amigos que, literalmente, le "salvaron la vida" tiene una postilla en forma de carcajada. Es la demostración perfecta de que un monólogo de humor siempre tuvo que ser, bueno, de humor.
Es cierto que el monólogo de Mulaney tiene altibajos y algunos trozos no salen tan bien como otros, pero cuando acierta (Al Pacino, la entrevista en GQ, la reflexión inicial sobre sus abuelos) es imposible no carcajearse con la vida de alguien que, lejos de ser un pobre diablo, es perfectamente consciente de la imagen que proyecta en el público y juega con la imposibilidad de darle la vuelta. En la (absolutamente cutre e hilarante) canción inicial ya explica: "A los chavales les gusta más Bo Burnham porque ahora es menos problemático. Querer gustar es una prisión".
La comedia prevalece
Bajo el hilo argumental de la noche en la que sus amigos le llevaron a una clínica de desintoxicación y él insistía en ir al baño "a refrescarse", Mulaney cuenta algunas de las anécdotas más hilarantes y pochas posibles, mostrando el lado más patético de ser un adicto pero sin tratar de aleccionar al público: usar las bandejas para cambiar bebés como mesas para esnifar, encontrar el peor doctor de Nueva York para que le dé medicación que no necesita, ver a sus amigos y saber inmediatamente que van a hablar de su problema con las drogas. El cómico demuestra que está en plena forma convirtiendo drama en comedia, sugiriendo sin mostrar y divirtiéndose encima del escenario.
Pero entre la broma y el chascarrillo exuda algo que, hasta ahora, parecía que solo se podía conseguir parando el ritmo del espectáculo y poniendo voz tenue: verdad. Y para ello deja claro quién es, quién era y lo que ha pasado entre medias. Podemos reírnos de esa persona patética porque la persona que está en el escenario es igual que él en apariencia, pero es una versión mejorada. ¿El John Mulaney que tomó un gramo de cocaína en el taxi que le llevaba a rehabilitación? Ese no existe. Ríamonos de él.
No suena en ningún momento falso o auto-exculpatorio: Mulaney necesita poner distancia entre él y la persona que era para que el público pueda volver a empatizar. Tenía tres posibilidades: la primera, al estilo Louis CK, hacer como si nada y seguir haciendo comedia sobre cosas pequeñas sabiendo que su público siempre se preguntaría por qué no habló del trauma. La segunda, cambiar por completo de actitud y tener un diálogo con la audiencia entre lo serio y lo cómico, dejando claro que el antiguo Mulaney ha muerto y ha nacido uno nuevo. La tercera, mezclar ambas: separarse de quien era, pero sin cambiar su estilo por el camino. Por más que se empeñe en recalcar que su comedia ha cambiado ("Mi rollo ha cambiado. Cuando era más joven subía al escenario en plan '¡Hola!" y moviéndome de un lado a otro. Me pregunto qué lo provocaba") decide no traicionarse: 'Baby J' es el mejor John Mulaney.
Estoy comiendo Fruit Loops
Las cosas, como son: este monólogo se disfruta mejor si formas parte del público en directo y te dejas sorprender una y otra vez por el río de anécdotas imposibles de Mulaney sin nada a tu alrededor que et pueda distraer. Lo sé porque, cuando hizo el tour europeo, no pude resistirme a ir a Manchester y verle en persona. Mereció la pena entonces y merece la pena ahora, con el añadido de una estupenda dirección (ojo a ese plano inicial) y algunas secciones que no estaban en su versión de enero del monólogo, donde, por ejemplo, la canción estaba totalmente eliminada.
Quien no sepa mucho de comedia puede pensar que los monólogos se escriben, se prueban un par de veces y se graban directamente para Netflix (o quien sea), pero lo cierto es que hay un trabajo detrás monumental, especialmente en uno que va a definir el resto de tu carrera y la actitud del público hacia ti en el futuro. Las anécdotas elegidas son salvajes pero no desagradables, las ocurrencias están elegidas al dedillo y sabe perfectamente qué cuerdas mover para pasar página de una vez por todas sin dar más de la cuenta. No saliendo nunca de su personaje (ese intento de que alguien en rehabilitación le reconozca a la desesperada), Mulaney crea un castillo de naipes que podría haberse venido abajo si el texto no estuviera metódica, cristalina y quirúrgicamente asentado.
"Estos dos últimos años he trabajado mucho en mí mismo. Y me he dado cuenta de que estaré bien siempre que tenga atención constante". No es una idea nueva, pero siempre es divertida, especialmente como chiste de inicio de un festival de comedia abrumador, en el que incluso los momentos más serios acaban desembocando en un chiste. Es cierto que no hay lección, ni reflexión: solo humor y autoparodia constante. Una vez agotado el modo Gadsby de ver el drama desde la comedia, démosle una oportunidad al modo Mulaney: mi vida ha sido horrible, no he dado pie con bola, todos me odian. Ríamonos juntos de ello.
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