David Andrew Leo Fincher: 55 años, natural de Denver —Colorado—, nominado en dos ocasiones al Oscar y, fuera de toda duda, uno de los mejores directores —si no el mejor— en activo de la industria cinematográfica a nivel mundial. Un auténtico superdotado para el noble arte de contar historias en imágenes que destacó en los campos de la publicidad y el videoclip antes de dar su infalible salto a la gran pantalla en 1992 con 'Alien³'.
Diez excepcional largometrajes —y dos series de televisión— después de su debut, Fincher continúa estando a la vanguardia de la narrativa audiovisual. Una posición que se ha ganado a pulso haciendo gala de una inteligencia, una obsesión por el detalle y una serie de técnicas que, además, le han hecho trascender ya no sólo como realizador, sino como un autor en mayúsculas.
¿Cuáles son estos recursos presentes en todas y cada una de las piezas que componen la extensa filmografía del director de 'Seven'? En las próximas líneas os proponemos un repaso a los rasgos principales del código genético fílmico del señor David Fincher, así como los pilares fundamentales sobre los que se estructura la anatomía de su obra.
El CGI
Los inicios de la carrera en la industria de David Fincher estuvieron estrechamente relacionados con el mundo de los efectos especiales, llegando a trabajar para Industrial Light & Magic a principios de los años ochenta en producciones de la talla de 'El retorno del Jedi' e 'Indiana Jones y el templo maldito' como responsable del equipo de matte painting. Dados estos antecedentes, no es de extrañar que los VFX se hayan convertido en una de las herramientas básicas empleadas por el realizador para articular su discurso.
El CGI —abarcando desde la magia del chroma hasta la más mínima corrección en postproducción— es, probablemente, el útil más explotado en la industria a día de hoy. No obstante, y como no podría ser de otro modo, Fincher sale de la norma preestablecida haciendo un uso generalmente imperceptible de los gráficos generados por ordenador a pesar de que sus películas lleguen a contener más planos con VFX que muchos blockbusters de grandes estudios.
Para hacernos a la idea de la magnitud esto último, cabe destacar el caso de 'La red social', cuyo montaje final cuenta con la friolera de mil planos con efectos visuales; más que los que contienen cintas como 'The Matrix Revolutions' —804—, 'La llegada' —700— o varias entregas de la saga 'Transformers' —entre 600 y 1.000—. La principal diferencia entre el trabajo de David Fincher y los ejemplos mencionados radica, simple y llanamente, en la sutileza.
Mientras los demás construyen sobre el CGI, Fincher lo utiliza para enriquecer lo ya edificado, controlando al milímetro hasta el más mínimo detalle y perfeccionando cada uno de los planos que lo requieran; ya sea con elementos minúsculos como el osito de goma que rebota en la cabeza de Ben Affleck en 'Perdida' o la imperfección en el flequillo de Lisbeth en 'Millennium' —digital en su totalidad—, o con milagros titánicos como el que dio vida al entrañable Benjamin Button o el uso de sangre 100% digital en la adaptación de la novela de Stieg Larsson.
El trabajo de cámara
El particular y preciso trabajo de cámara, factor que, probablemente, sea el más distintivo del estilo de David Fincher, enlaza a la perfección con el uso del CGI a través de esos "planos imposibles" cien por cien digitales que tanto gustan al director. Para el recuerdo quedan el plano secuencia plenamente expositivo que se introduce en la furgoneta cargada de explosivos de 'El club de la lucha', el seguimiento cenital al taxi de 'Zodiac' o los travellings infinitos de 'Millennium'.
Lo brillante del uso —y delicioso abuso— de estos planos digitales es que no sólo se integran, sino que llegan a confundirse en ocasiones con los planos rodados a la antigua usanza debido al empeño de Fincher de eliminar toda seña de la imperfección humana del trabajo de cámara. Esto se traduce en movimientos de cámara estables y de una perfección que podría definirse sin duda como antinatural.
La estabilidad se extrapola de igual modo a las técnicas de rodaje, manteniendo la cámara durante la inmensa mayoría del tiempo anclada sobre un trípode o estabilizador. Rara vez veremos al operador tirando un plano cámara al hombro —'La red social' sólo tiene un tiro rodado así; 'Seven' un par de momentos...—; de igual modo que no es común ser testigos de un desplazamiento de cámara sin justificación dramática o narrativa en un largo de la casa Fincher.
La cinética de la filmografía del norteamericano se articula mediante todos y cada uno de los mecanismos convencionales —pans, tilts, dolly shots—, pero lo hace siempre motivada por la historia. Desde las puntualizaciones al más puro estilo Alfred Hitchcock hasta el rigor a la hora de seguir la mirada del personaje con la cámara constantemente reajustando con robótica precisión, cada pieza de David Fincher contiene decenas de ejemplos que constituyen una masterclass sobre el trabajo de cámara y su movimiento.
El espacio, el angular y el plano detalle
Sin abandonar completamente lo relacionado con la gestión de la cámara, es necesario sumergirse en la importancia que da David Fincher a los entornos que rodean a sus personajes, al modo en que los fotografía, y en cómo distribuye a sus protagónicos en ellos, calculando con minuciosidad sus escalas y direcciones de sus miradas, dejando que los cuerpos cuenten la historia sin necesidad de palabras.
Ya sea la inmensidad del desierto en el que cierra 'Seven' o la claustrofóbica casa en la que transcurre la infravalorada 'La habitación del pánico', cada espacio presente en la obra y milagros del realizador que nos ocupa es tratado con todo el mimo y la importancia que merece, capturando su arquitectura y entresijos mediante el uso habitual de ópticas angulares que incrementen la cantidad de información en pantalla.
En contraposición a esto encontramos el austero e inteligente uso que hace Fincher de los planos detalle. Consciente de que el espectador sabe a la perfección que un inserto apunta a algo con un peso específico para el desarrollo de la trama, el autor los dosifica para exponerlos sin tapujos cuando es necesario. El caso de 'The Game' es la excepción a esta regla, existiendo una sobreexplotación de este tipo de planos para jugar con las expectativas del respetable y mantener el desconcierto en todo momento.
La sombra como elemento indispensable para iluminar
Llegados a este punto huelga remarcar de nuevo que David Fincher cuida la imagen a niveles que muy pocos realizadores llegan siquiera a soñar, lo cual incluye, como es evidente, el tratamiento de la iluminación, del cual llama la atención en primera instancia la afición del cineasta por las paletas de colores monocromáticas, adaptadas, como siempre, a las sensaciones que pretenda transmitir la historia.
No obstante, más que el color y el uso de la luz, lo verdaderamente importante en la dirección de fotografía de los filmes de Fincher es un uso de la sombra que evoca al impoluto trabajo de Gordon Willis —apodado "El príncipe de la oscuridad"— en 'El padrino'. Así pues, podemos encontrar un patrón que revela la utilización habitual del claroscuro y un bajo contraste que permite envolver los rostros de los personajes en la penumbra sin perder información, incluso en las escenas que transcurren a plena luz del día.
Los títulos de crédito
El último gran punto identificativo de la anatomía como director de David Fincher recae sobre sus secuencias de créditos: contundentes, memorables y sobradamente efectivas a la hora de condensar en pocos minutos la esencia del largometraje al que preceden.
La impresionante y sobrecogedora apertura de 'Seven' al ritmo de la 'Closer' de Nine Inch Nails, con un tratamiento —o más bien deterioro— directo sobre el fotograma; el viaje neuronal de la introducción de 'El club de la lucha'; la brutal integración del texto sobre la arquitectura neoyorquina de 'La habitación del pánico'; la orgía CGI de 'Millennium'; los minimalistas y efímeros rótulos sobre parajes vacíos de 'Perdida'...
Todas ellas auténticas obras de arte que bien merecen un extenso análisis a título individual y que no hacen más que confirmar el genio y maestría de un director cuyo estilo inimitable y su infinito talento están al servicio de satisfacer nuestros más oscuros deseos. Y es que, según el propio Fincher, los espectadores somos "unos pervertidos"; afirmación sobre la que ha erigido su, esperemos, aún longeva carrera.
Ver 15 comentarios