El varapalo de 'Legend' (id, 1985) y las ansias por tocar otros palos que lo alejaran de las dos producciones que habrían de marcar sobremanera su posterior devenir —no tanto por que volviera raudo al género al que pertenecían sino por cuanto todos sus filmes posteriores se han comparado irremisiblemente con ellas— fueron los motivos fundamentales que llevaron a Ridley Scott a dejar de lado la ciencia-ficción y la fantasía y lanzarse a la búsqueda de un nuevo acomodo en el que desarrollar sus inquietudes visuales.
Y si bien dicho acomodo lo encontró inicialmente en lo que terminaría convirtiéndose en el cuarto filme de Kathryn Bigelow, 'Le llaman Bodhi' ('Point Break', 1991), fue con 'La sombra del testigo' ('Someone to Watch Over Me', 1987), con el que el cineasta británico comenzó su largo transitar por la inmensa disparidad de géneros que comenzaría a explorar a partir de entonces en las quince producciones que separan al filme de fantasía protagonizado por Tom Cruise de esa cinta amada y odiada a partes iguales que es 'Prometheus' (id, 2012).
Protagonizada por Tom Berenger, Mimi Rogers y Lorraine Bracco, nombres tres muy conocidos en los ochenta pero cuya incidencia en el cine posterior fue disminuyendo de forma exponencial hasta casi desaparecer del mapa cinematográfico, es de recibo pensar que, de no ser por venir firmada por quién viene, 'La sombra del testigo' no pasaría de ser un telefilme cualquiera de sobremesa hoy en día. Y los motivos para ello lo podemos encontrar tanto en ese plantel de actores de tan limitado impacto comercial y escueto talento, como en lo raquítico de la trama que envuelve al filme y lo poco que complica Scott su discurso narrativo y visual.
De la conjunción de dichos factores nace una cinta que discurre por terrenos tan transitados por el thriller estadounidense que cuesta pensar el por qué Scott terminó decantándose por ella y no esperó a que un mejor libreto cayera en sus manos. Disipada en parte dicha duda si uno atiende, como ya hemos apuntado en las cuatro entradas anteriores de este especial, a los intereses estéticos del cineasta y la primacía de éstos sobre cualquier otra disquisición, no debería extrañar a nadie por tanto encontrar aquí uno de los puntos de menor interés de la filmografía del responsable de 'Blade Runner' (id, 1982).
Una cinta que salvo algún apunte aislado, se deja leer de antemano hasta extremos asombrosos, carece de la capacidad de sorprender al espectador que, al menos a mi entender, debería ser estación de tránsito obligada del género, no plantea un desarrollo de personajes creíble si uno atiende a cómo éstos se nos presentan en los momentos iniciales del metraje y lo poco reseñable a lo que hacía referencia al comienzo del párrafo se adscribe a la descripción, más o menos acertada, de los dos mundos tan diferentes a los que éstos pertenecen. No obstante, incluso en éste último apartado los planteamientos del guión de Howard Franklin, Danilo Bach y David Seltzer carecen de sutilezas o visos de originalidad, y tanto el escalón en el que se encuentra Tom Berenger, un policía de Queens, como aquél en el que habita Mimi Rogers, el de la alta sociedad de Manhattan, son descritos de tal forma que el salto evolutivo de ambos es, como decía, de un enclenque que asusta.
En lo que a Scott respecta, las soluciones que el cineasta aporta al transcurso del filme no están ni a la altura del betún de lo que le habíamos visto anteriormente —¿véis? si antes digo lo de comparar a cualquier cinta suya con sus dos mejores títulos...— y la disolución de cualquiera de los limitados planteamientos de los que echa mano en la mediocridad de que hace gala el metraje de principio a fin sirve de justificante, qué duda cabe, del pésimo funcionamiento en taquilla con el que la cinta pasó por los cines, quedándose más o menos a siete millones de cubrir los 17 de presupuesto con los que contó y colocándose como la tercera película del director que peor trato ha recibido por parte del público.
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