Se presenta difícil calibrar ‘Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres’ (‘The Girl with the Dragon Tattoo’, 2011) sin tenerla en cuenta como “una película de Fincher“ (marca registrada) o como un remake/adaptación, es decir, situándola en algún punto dentro de la filmografía de su director y contrastándola con el resto de su producción o comparándola con la novela en la que se basa y con la película que previamente adaptó este bestseller para remarcar qué se han dejado aquí, qué acierto han tenido allá al acercarse más al texto original.
Ante la pregunta de si sería preferible evaluarla despojándose de todas estas nociones previas no hallo una respuesta o, al menos, no una determinante. Sería mejor escribir una crítica en la que la presente fuese solo una película, sin más, si existiesen espectadores y lectores de estas páginas (virtuales) que así la pudiesen afrontar, pero me extrañará que queden muchos aún de esos. No obstante, personalmente, sí me gustaría ser capaz de verla con esa óptica y de liberarme de todas las consideraciones antepuestas para llegar a una conclusión clara sobre mi opinión del film ya que, teniéndola en cuenta en ese marco y con esos precedentes, la única calificación que me merece, por ahora, es la de innecesaria.
No puedo decir que sea prescindible como remake, pues ya antes de que se anunciase pedía en mi crítica una reproducción norteamericana “re-producida” con mayor presupuesto y reiteraba mis deseos ante la segunda parte, claramente rodada para televisión y con exigencias aún menores.
La aportación de Fincher
Sin embargo, la primera de las traslaciones nórdicas era digna en cuanto a la producción – aunque no pasase de ahí – y este film no trasluce con tanta claridad la mano de David Fincher como para que la aportación estética sostenga la existencia de dos opciones. Mejorarla, la mejora, pero no con contundencia. El director parece haberse bajado de sus estridencias y marcas de autor precisamente para afrontar este proyecto, que puede ser que no sintiera tan suyo. En mi opinión, preferiría que hubiese desquiciado hasta el máximo sus idiosincrasias porque algo correcto y comedido ya lo tenemos en el film de Niels Arden Oplev y, si va se añade una segunda visión, que cada una esté rodada con un estilo diametralmente contrario al de la otra.
Ese perfeccionamiento se hace a costa de perder alguno de los valores, como la empatía con Lisbeth, quien en el cuerpo de Rooney Mara parece actuar movida por un impulso ajeno, más o menos siguiendo los pasos de alguien que ya los dio. Desconozco si esta sensación se debe a que la sombra de Noomi Rapace es demasiado alargada o a que ya me sé todos sus tics. Mara puede ser hasta mejor actriz, con más matices –como se demuestra en la parte final en la que se transforma mucho mejor que Rapace –, pero la sueca tenía una fuerza que no alcanza la neoyorquina. Quizá es una cuestión de balance pues, como Daniel Craig cobra un carisma mayor que el de Michael Nyqvist, parece que tuviese que robarlo de algún sitio. Robin Wright está en uno de sus mejores papeles, como mujer inteligente y llena de clase. La presencia de Christopher Plummer, Stellan Skarsgård o Joely Richardson está claro que aporta categoría, pero sus intervenciones no se distinguen demasiado de cualquier papel que estos monstruos de la interpretación ya consagrados –más concretamente los hombres mencionados– hacen a cada momento en películas de muy distinto nivel.
También era, probablemente, más inteligente en lo que se refiere al moldeado del guion, ya que la versión de Steven Zaillian reincide en lo que más se ha achacado al fallecido autor: la montaña de planillas que le hacían falta para entrar en la cuestión. Por satisfactorio que sea ver a Lisbeth Salander luchando contra los monstruos –demasiado parecido también, en cuanto a encuadres y decorados a la filmación sueca, pero por algún motivo, menos repugnante y efectivo–, eso se tendría que intercalar con sus pesquisas. No es hasta que su destino se cruza materialmente con el de Kale o Mikael Blomkvist que comenzamos a sentirnos dentro de una investigación y esto ocurre –sí, miré el reloj– al cabo de hora y veinte de película. Además, allí se producía por un descubrimiento pertinente y aquí está motivado por una decisión repentina que el personaje podría haber tomado tanto en ese momento como en cualquier otro.
Una trama de thriller que no se sostiene por sí sola
Quien no conozca las soluciones porque no haya visto la anterior, ni leído el libro, creo que puede vivir un rato entretenido con la segunda mitad en la que el thriller, una vez cuenta con la hacker más famosa de la literatura, por fin se puede considerar excitante y provisto de tensión. No recordaba con viveza esas desenlaces, pues mi retentiva es mala, así que tenía la sensación de estar adivinándolos, más que evocándolos. No me extrañaría que fuese así, ya que en mi diatriba ante la primera película ya protestaba porque el misterio resultase arcaico y fácil de anticipar. En aquella y en el libro esa trama se enriquecía con la crítica política y social hacia Suecia que Fincher y Zaillian han dejado muy de lado, a pesar de que no han decidido ambientar la película en otro país. Si nos limitamos a una incógnita tan sencilla de descifrar, el material se quedará pobre para sosterner la película, por muy bien rodada e interpretada que pudiese estar.
La fidelidad ante una novela, la que sea, de una película que la adapta nunca tiene que ser considerada una virtud del film resultante, por mucho que sea exactamente eso y no otra cosa lo que buscan los espectadores que ya han leído el volumen fundador. Será una cualidad mantener un aspecto si este supone un acierto fílmico, pero también ha de verse como un fallo aferrarse con celo a lo escrito cuando estas ataduras ponen peso a la narración cinematográfica. Así, en este caso, si bien hemos dicho que se mantiene demasiado tiempo sin vincularse con el misterio a la protagonista femenina y al masculino parece que se lo tiene en suspensión, aguardando que ella tome partido; también hay que reconocer como tino conservar la subtrama de Hans Erik Wennerström, por muy reducida que quede, no ya por lo que esta aporta en sí, sino porque sirve de motivación mucho más clara para que el periodista acepte el encargo del millonario de la isla que, de momento, solo parece un viejo chiflado. No me molestó en este caso el epílogo ya que, como el resto de las sorpresas me las sabía, al menos disfruté con un condimento inédito.
Creo que no es una buena señal que a alguien que ha visto una película encuentre como su mejor aportación sus títulos de crédito. Así ha sido y no ya por ellos, sino por la versión industrial metalera del ya de por sí genial y poderoso ‘Inmigrant Song’ de Led Zeppelin, que firman Trent Reznor & Karen O. El resto de la banda sonora, también producida por Reznor, no me convence de la misma manera, pero entiendo sus intenciones de añadir oscuridad en las escenas de Salander y de aumentar la tensión que el director solo imprime en parte.
Conclusión
La conclusión que puedo sacar viene a suscitar lo del principio: no sé si me ha interesado poco porque más o menos tenía ya la historia en la memoria o porque, en efecto, es una película que tarda en plantearse y que arrastra durante demasiado tiempo un misterio que no es ni tan escabroso ni tan sorprendente. La efectividad de los personajes me presenta la misma cuestión: o bien ya no me dicen nada porque ya los conozco, motivo al que no habría que dar crédito, pues en las series no influye; o bien están plasmados con mucha menos intensidad tanto por guion como por interpretación. ‘Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres’, y no es un chiste malo por el invierno de la isla perteneciente a los Vanger, me deja fría. Veo la intervención de Fincher, pero no con claridad, y dudo de que me aporte como remake o de que me satisfaga como obra independiente. Virtudes las tiene, claro está, pues cuenta con buenos intérpretes y con un gran nivel de producción. Pero no creo que nos encontremos ante la respuesta tan esperada a esas necesidades que dejó la primera adaptación.
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Vayan mis agradecimientos a Vetolich, ya que el titular está inspirado en su comentario.
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