Sucede algo muy peculiar con 'El Ritual': es especial aunque no hay nada que la haga realmente especial. Es decir, es lo que en un mundo perfecto debería ser una película media de terror: efectiva, inquietante, directa y sin concesiones. Todo lo que propone 'El ritual' lo hemos visto anteriormente una o mil veces, pero su propuesta es tan coherente y sencilla que se convierte en una cita obligada para devotos del cine de horror en general y de los cultos paganos en lugares inhóspitos en particular.
Es fácil, por eso, citar dos referentes obvios en este primer largometraje de David Bruckner: 'El proyecto de la bruja de Blair' y 'Posesión infernal'. Multiples elementos de estas dos películas (y de sus muchas secuelas e imitadores) se van dando cita en esta aterradora epopeya forestal: la cabaña siniestra, el bosque amenazante, las señales esotéricas que avisan a los protagonistas que se están adentrando en terreno peligroso, el encuentro con lugareños poco o nada hospitalarios...
Sin embargo, todas esas convenciones están tratadas con conocimiento de causa. Por ejemplo, los protagonistas se asustan al ver signos de advertencia que no entienden o un cadáver de animal colgado de un árbol, tal y como nos pasaría a cualquiera. No se toman el peligro a broma, no son imprudentes hasta el suicidio ni adolescentes descerebrados. Básicamente eso es lo que hace creíble y aterradora a 'El ritual': sabe cómo, pese a lo manido del material y a los conceptos de cuarta mano, darle verosimilitud y que nos la podamos tomar en serio.
El punto de partida de 'El ritual' es extremadamente sintético: un grupo de hombres que están haciendo un viaje de senderismo por los bosques nórdicos en memoria de un amigo fallecido se ven obligados, cuando uno de ellos se disloca un tobillo, a tomar un atajo y adentrarse en un bosque. Para resguardarse de la lluvia pasarán una noche en una cabaña abandonada a partir de la cual empezarán a tener visiones relacionadas con un extraño culto pagano.
Oigo los tambores sonando en el pueblo vecino
Sin duda, 'El ritual' es mejor cuantas más cosas deja en el aire. El significado del ritual, los signos que los excursionistas van encontrando, el origen o intención de los dioses, monstruos o criaturas o lo que sea que se van encontrando, el destino de aquellos que les precedieron... todo está manejado con el equilibrio perfecto de explicitud y enigma que deja en el espectador un apropiado poso de "no voy a intentar entender esto... porque en cualquier caso tampoco lo conseguiría del todo". Y es una sensación natural, ominosa e inquietante.
Este acierto a la hora de contar la historia se debe al gusto del director David Bruckner, que aunque debuta aquí en el largometraje, tiene un par de aportaciones a películas de episodios muy interesantes. En 'V/H/S' dirigió el que es quizás el mejor fragmento del conjunto, el de la deidad femenina que acaba con un grupo de machotes en una especie de reverso en clave femenino de la historia de 'El ritual'. Y en la estupenda 'Southbound' era el responsable de la sección más inquietante, la del aparatoso accidente de tráfico. En ambos casos demostraba un dominio de la atmósfera y el ritmo que repite aquí.
Largos planos del bosque con levísimos zooms en los que se adivina una presencia que observa al grupo, bellas y muy inquietantes composiciones en las que los intrincados árboles forman una especie de celda que los va aprisionando más y más... Bruckner no inventa nada, pero tampoco se cree lo contrario, y dispone todo sin trampas ni efectismos, consciente de que el material que maneja es lo suficientemente inquietante sin necesidad de hincharlo más de la cuenta.
Incluso, en la segunda mitad, cuando 'El ritual' se convierte casi en una monster movie de hechuras paganas, es decir, cuando todo son gritos, carreras y gente sangrando mucho, Bruckner solventa la papeleta con nota proponiendo una de las criaturas más desconcertantes, enigmáticas y memorables que se han visto en los últimos tiempos, perfectamente coherente con la ambientación malsana y cultista del argumento, pero que también entronca con cierto sub-estilo de survival horrors en la Naturaleza de hace unos años.
Es cierto que Bruckner toma pocos riesgos en la descripción de los personajes: salvo el protagonista (estupendo Rafe Spall), directamente implicado en la muerte del amigo común, nadie parece traer demasiado equipaje emocional a la pesadilla. La ausencia de mujeres hace que también algunos de los conflictos se den por sentados, con lo sencillo que habría sido otorgar al grupo una capa de complejidad con un miembro femenino.
Sin embargo, hasta eso lo vuelve Bruckner a su favor: la falta de personalidad de los protagonistas le da cierta cualidad abstracta y esencial a la película, y se convierten en muñecos sin fondo y sin posibilidad de escape ante una amenaza que se adivina casi mística. Y como todo en el resto de esta modesta pero contundente películilla de miedo, lo que en otra producción más ambiciosa serían problemas, aquí juega a favor de la atmósfera y las ideas simples y puras.
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