Mucha gente me pregunta por qué estoy tan interesada en el cine español, cuando hay otra tanta que lo odia a muerte y lo crítica sin ningún recelo y sin ni siquiera haber visto una película española en su vida. Yo siempre contesto que el cine español me interesa porque hay mucho talento y muy poco reconocido y porque al fin y al cabo, es parte de nuestro patrimonio. 'Sí, pero' —preguntan después— '¿cómo empezó ese interés?' y yo respondo que con una serie de películas que ví de niña y que hicieron que cayera rendida sin remedio a los encantos del cine patrio. Como soy nueva por estos lares, he decidio inventarme este mini especial —¡porque yo lo valgo!— para hablaros de esas películas españolas que supusieron un antes y un después en el desarrollo de mi gusto cinematográfico...y de paso, me conocéis un poco más.
La primera película de la que me gustaría hablar es de 'Tierra' (id, 1995) de Julio Medem. No sé muy bien la edad que tendría cuando la ví, pero rondaría los 12 o 13 años. Recuerdo verla en el salón de mi casa. Y aunque no entendía nada y mi madre hizo que me tapara la cara en más de una escena subida de tono, el tercer largometraje de Julio Medem me fascinó. Los tonos tierra, la dualidad del personaje de Carmelo Gómez, los rayos que matan pastores y sus corderos, la voz en off magnética...
Obviamente, mi yo de finales de los 90 no entendió un carajo y aunque, hoy en día, creo que se me siguen escapando muchos de los detalles del universo que siempre crea Medem en todas y cada una de sus películas, 'Tierra' sigue pareciéndome una de las más magnéticas, misteriosas y complejas.
La película arranca con la llegada de Ángel —un maravilloso Carmelo Gómez—, un hombre medio vivo, medio muerto, a un 'apacible' pueblo de tierras rojas que sufre una plaga de cochinilla que hace que el vino del lugar sepa a tierra. Allí se encontrará con dos mujeres tan distintas como su parte viva y su parte muerta: Ángela, lo celestial, la madre, la suavidad y la ternura —fan de Emma Suárez hasta la muerte—; y Mari, la representación humana de lo terrenal, el sexo y podría decirse que hasta de lo real. Sin duda, este es uno de los puntos fuertes de la película: el modo en el que nos descubre la dualiad — aquí exagerada, en la piel de un esquizofrénico — del ser humano
Medem nos adentra en este universo terrenal y dual a través de los ojos del personaje de Ángel, y la influencia de su presencia en este tranquilo pueblo. La llegada de Ángel y su 'ángel' hace que la normalidad del lugar se tambalee y también su propia estabilidad al enamorarse de esas dos mujeres tan opuestas como sus dos almas. Sí su sinopsis es ya de por sí complicada de explicar, mucho más lo es explicar como traslada Medem todo este juego de dualidad, lo terrenal y lo celestial, siempre a través de elementos tan surrealistas que a veces rozan lo fantástico y las metáforas, que en más de una ocasión, sólo el director las entiende —la cochinilla y el dichoso sabor a tierra que da al vino—.
Todo esto perdería su encanto sin la excelente elección de localizaciones en el campo de Cariñena (Zaragoza) y la excelente fotografía de Javier Aguirresarobe, que convierten a 'Tierra' en una de las películas del director vasco con más potencia visual. Un paisaje árido, áspero y casi desértico, de tonos tierra rojizos que resultará todo lo opuesto a la azul y fría puesta en escena de 'Los amantes del círculo polar' (id, 1998), la que fue su cuarta película.
A pesar de que siempre lo tachan de intenso y su poética visual es muy criticada —yo soy la primera que se mete con algún que otro diálogo imposible y crea personajes o situaciones muy 'de patio de colegio' como el machista animal de Karra Elejalde o el supuesto robo de los gitanos—, el cine de Medem, y sobre todo 'Tierra' tiene algo que engancha, un halo de misterio de lo más atractivo.
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