Se tiende mucho a la exageración a la hora de hablar de la obra cinematográfica de Michael Bay, ya sea para encumbrarlo como un Dios del cine de puro entretenimiento o para ponerlo a caer de un burro por su inconfundible estilo en la puesta en escena de sus películas en general y de las escenas de acción en particular. Ha llegado un punto en el que parece que no hay espacio para las voces intermedias o que éstas tienen que limitarse a salvar un par de títulos concretos dentro de su filmografía y echar tierra sobre el resto cuando, guste más o menos, Michael Bay es uno de los directores más coherentes que hay en Hollywood. Quiere dar espectáculo al público y todo vale para conseguirlo.
Desde que debutase en 1995 con la entretenida ‘Dos policías rebeldes’ (‘Bad Boys’), su carrera ha sido un ejemplo de cine para las masas, tanto para lo bueno como para lo malo. Ya en la reivindicable ‘La isla’ (‘The Island’, 2005) demostró que era capaz de hacer algo diferente, pero la necesidad de convertirla en un gran entretenimiento acabó lastrando sus posibilidades artísticas y causando el mayor —y único— fracaso económico de su carrera. Con ‘Dolor y dinero’ (‘Pain & Gain’, 2013) parece haber aprendido la lección, ya que apenas ha necesitado 26 millones de dólares —dos menos que ‘Riddick’ (id, David Twohy, 2013) cuando ésta es un ejemplo de contención presupuestaria— para sacarla adelante, pero, por desgracia, Bay no ha sabido extraer bien el jugo de este inusual relato basado en hechos reales.
El sueño americano de ‘Dolor y dinero’
‘Dolor y dinero’ es la segunda película de Michael Bay que menos dinero ha recaudado en Estados Unidos y eso que ha contado en su reparto con Mark Wahlberg y Dwayne Johnson, recientemente elegidos como dos de los cinco actores mejor pagados de Hollywood sin que eso afectase en demasía al presupuesto, ¿qué es entonces lo que ha pasado? Sencillo, Michael Bay no ha optado por un tema complaciente para todo tipo de espectadores, sino que ha atacado de lleno el absurdo sueño americano, ése que puede incitarte a hacer lo que sea por conseguir lo que se supone que debes tener, te lo hayas ganado o no.
Mi compañero Alberto ya mencionaba el parecido del tipo de personajes utilizados por ‘Dolor y dinero’ con el cine de los hermanos Coen, pero a mí me gustaría ir un paso más allá y decir que estamos ante una película que se parecería bastante a ‘Quemar después de leer’ ('Burn After Reading', Joel y Ethan Coen, 2008) si ésta hubiese sido dirigida por el ya fallecido Tony Scott y hubiese contado con un guión de uno de los múltiples guionistas de blockbusters que pululan por Hollywood. Este cóctel explosivo es resuelto con particular ingenio por Michael Bay sin en ningún momento dejar de lado sus excesos formales, un recurso que resulta refrescante y divertido durante su primera hora de metraje, pero que luego se convierte en reiterativo y acaba hundiéndose cuando el guión de Christopher Markus y Stephen McFeely se queda sin ases en la manga con los que enmascarar las limitaciones del material de partida.
Dos mitades muy diferenciadas
Bay ha optado por seguir fiel a su estilo en lo referente a la utilización de la cámara, el mismo que en algunas películas oscila entre lo mareante y el no poder enterarnos de nada de lo que está pasando durante las escenas de acción, pero que aquí funciona bastante bien, o al menos lo hace durante la primera hora de metraje. A estas alturas ya sabréis casi todos que ‘Dolor y dinero’ está basado en un alucinante caso real, lo que permite al director de ‘La roca’ (‘The Rock’, 1996), aún hoy su mejor película, contar con un material de partida más jugoso de lo habitual en su obra, sobre el cual ofrece un acercamiento en el que hay espacio para la ironía, tanto sobre lo que se está contando como hacia su labor como director, pero en todo hay un momento en el que acaba saturando.
Son tres los grandes protagonistas de la función, pero es Dwayne Johnson el que más fortalecido sale, ya que sus dudas morales durante el secuestro y posterior tortura acaban convirtiéndose en pepitas de oro cómicas. Esto además sirve para equilibrar una propuesta en la que no hay cortapisas a la hora de mostrar la violencia, ya que su contenido presupuesto es lo que ha permitido una calificación por edades R en Estados Unidos, es decir, libertad casi total para enseñar lo que le venga en gana a Michael Bay —no me extrañaría que incluso algún puritano se escandalizara y hable de ‘Dolor y dinero’ como una glorificación de la violencia—. Por lo demás, el plan trazado por un más que correcto Mark Wahlberg, inspirado por una breve aparición de Ken Jeong que debería haber dado mucho más de sí, y ver cómo éste se va desarrollando de forma muy diferente a lo esperado —tronchantes los intentos fallidos de secuestro— es muy efectivo.
No voy a descubrir a nadie el estilo de puesta en escena de Michael Bay, pero, quizá por la contención presupuestaria o tal vez porque es esto lo que él realmente disfruta, en ‘Dolor y dinero’ opta por la diversión, incidiendo en sus recursos habituales sin su tendencia a llevarlo más allá del límite. También recurre a un acabado visual con unos colores muy cálidos y potentes e incluso se permite ciertas filigranas hasta ahora inéditas en su obra para potenciar mínimamente el verismo de ciertas situaciones. Por desgracia, el toque Bay se agota una vez alcanza una de sus mayores cimas en la película —el plano detalle del neumático— y de ahí en adelante lo único que consigue es ser reiterativo en sus excesos, algo que no será del gusto de todos.
Puede sonar contradictorio el alabar una puesta en escena peculiar para luego echarla por tierra, pero es que Bay comete el error de encariñarse demasiado con sus personajes sin que esto aporta nada especialmente motivador, llegando a hacerse incluso molesto de ver en las subtramas dedicadas al personaje de Anthony Mackie y algo cansino en los coqueteos con la droga de Dwayne Johnson. Lo ideal hubiera sido limitar su importancia, recortando así al menos 20 minutos de metraje, y centrarse en la investigación liderada por el siempre eficiente Ed Harris. Al no hacerlo se transmite una sensación de ir a la deriva que fuerza nuestra desconexión hacia lo que sucede en pantalla, importándonos ya muy poco su inevitable destino final, algo ya evidente desde su primera escena, donde Bay ya hace gala de su querencia por el ralentí, donde damos un salto en el tiempo para ver cómo se llegó a esa situación.
La estupidez de los protagonistas y en especial del personaje interpretado por Mark Wahlberg también acaba haciendo mella una vez que el humor se esfuma y lo único que queda es la triste y dura realidad, por no hablar del innecesario aceleramiento por el que opta Bay durante el tramo final, algo que se intenta enmascarar potenciando aún más sus recursos de puesta en escena. Sin embargo, ya es tarde para recuperar nuestra atención por mucha sensación —no hay dinero para más— de acción sin freno que Bay quiera imprimir al relato. Mi novia decidió rebautizarla como ‘Sopor y dinero’ por culpa de todo esto, y no tengo apenas motivos para estar en desacuerdo.
Es una lástima que ‘Dolor y dinero’ sea una película tan desigual, ya que es muy entretenida durante su primera hora, en especial gracias a la divertida presencia de Dwayne Johnson, pero durante la segunda llega a hacerse pesada, repetitiva y transmite una molesta sensación de estar alargando la historia porque Michael Bay no sabe o no quiere decir antes adiós al trío protagonista. Aún hay detalles cachondos —el rótulo recordándonos que lo que estamos viendo sigue teniendo raíces en la realidad—, pero son pocos y para nada evitan que llegue a hacerse aburrida por momentos, un pecado imperdonable en toda película, pero aún más en una como la que ahora nos ocupa.
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