Alabado por muchos, defenestrado por otros tantos e ignorado por un sustancial número de cinéfilos, nunca he llegado a ver en Steven Soderbergh lo que muchos amantes del séptimo arte sí han sabido o querido atisbar en la forma de rodar películas de un director del que sólo destacaría la primera entrega de su trilogía de robos, aquél ejercicio de historias cruzadas en torno a la droga y, por delante de ellos dos, la cinta que hizo que Julia Roberts se alzara con la preciada estatuilla dorada.
Más allá de esta brillante terna, el cineasta estadounidense me resulta a ratos cargante y a otros anodino —en ocasiones hasta el hastío—, un extremo éste en el que, salvo contados momentos, se acomoda con cierta facilidad 'Magic Mike' (id, 2012); filme cuyo visionado obvié en su momento por lo poco atractiva de su premisa de partida y que hace unos días recuperaba en casa a colación del estreno hoy viernes en las salas de nuestro país de la secuela que firma, como decíamos hace unas horas, el poco pródigo y aún así ecléctico, Gregory Jacobs.
'Magic Mike', pasaba por aquí...
Quizás más que un guión muy disperso que tira de las cacareadas experiencias de Channing Tatum para construir una suerte de crítica deconstructiva de un sesgo de la sociedad americana actual y de cómo la crisis en la que llevamos sumidos casi ocho años ha mutado el sueño americano en un ente de otra especie bastante diferente, lo que llama la atención de 'Magic Mike' es la vaguedad y ligereza con la que Soderbergh se pasea de la mano del libreto de Reid Carolin por una película a la que cuesta acotar.
Sí, es una comedia dramática, pero tanto en uno como en otro término de la clasificación, la cinta no funciona: los momentos de mayor "ligereza de cascos" carecen de la suficiente entidad para transformar la mueca de aprobación que asoma en la comisura de los labios del espectador en un amago de risa —olvídense por supuesto de poder llegar a despistar alguna carcajada— algo que sí conseguía, con pasmosa facilidad, ese referente inmediato de éste título que es 'Full Monty' ('The Full Monty', Peter Cattaneo, 1997).
De hecho, hubiera sido hasta de agradecer que la cinta optara por incidir con algo más de carnaza en la vertiente que más se agradece del metraje, aquella que se desarrolla en el escenario del Xquisite, el local donde Tatum y sus compañeros se ganan la vida como strippers bajo las órdenes de un Matthew McConaughey que es, fuera de toda duda, lo mejor del filme en términos interpretativos, merendándose el actor con su engañosamente meliflua encarnación del propietario del club a aquél que se le pone por delante.
Contando en esos momentos con la atención más brillante y rítmica de Soderbergh tras el objetivo —a poco que se piense, algo obvio por otra parte—, es en su más acusada vertiente dramática donde el leve tratamiento del conjunto que hacen director y guionista muestra de manera más descarnada sus carencias y pocas virtudes: deslavazada y episódica, que todo el entramado de sueños por cubrir de la terna principal de protagonistas —Tatum, Pettyfer y McConaughey— se quede reducido a nada por la veleidad del devenir de la historia es algo que, en última instancia, resulta de todo punto imperdonable.
Como también lo es, ya que estamos, que la argumentación final, la reflexión con la que nos deja el filme en su última escena, sea la misma que corona cualquier rom-com al uso. Vale que aquí está adornada lo mínimo para no caer en el imposible rídiculo que suele afectar a muchas de las cintas del citado género, pero que todo el interés termine reducido a la incógnita de si el chico conseguirá a la chica es, a mi entender, la exigua guinda que rubrica un pastel muy mal cocido que, siguiendo con el simil repostero, se hunde por el centro y se quema por los bordes.
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