Recién revisitada la trilogía "original"; con las reacciones "ojipláticas" que habían ido sucediéndose a cada nuevo tráiler y la expectación que levantaban los enfervorecidos comentarios que se sucedían en la red —a los que se sumaba el de mi compañero Mikel, que se publicó mientras servidor se acomodaba en su butaca— decir que 'Mad Max: Furia en la carretera' ('Mad Max: Fury Road', George Miller, 2015) se había posicionado como la cinta que, exceptuando las dos consabidas excepciones, más ganas tenía de ver este año, era quedarse cortos.
Ante tal nivel de ansiedad cinéfila, dos eran las opciones: o salía alucinado del cine o, una vez más —y ya serían incontables— las expectativas hacían su papel y la decepción era descomunal. Sorprendentemente, conforme avanzaba el metraje, una tercera opción se abría camino hasta instaurarse como la que mejor define lo que el que esto suscribe ha sacado en claro del regreso de George Miller al universo que lo vió nacer como cineasta. ¿Que cuál es dicha alternativa? Una que ha sido capaz de ver más allá de lo ESPECTACULAR de la propuesta y ha observado con cierta desidia todo lo que la rodea.
Múltiplos y potencias
Creo haber afirmado en alguna ocasión durante el tiempo que llevo escribiendo por estos lares que no soy muy amigo de esas fórmulas "matemáticas" que obtienen como resultado una cinta mediante la suma de otras. Ahora bien, que contemple con ojos críticos esa forma de expresar la idea sobre una película no implica que, de cuando en cuando, dichas formulaciones acudan raudas al pensamiento cuando de catalogar una producción se trata. Ese, obviamente, es el caso que nos ocupa.
Hagámonos una pregunta. ¿Qué era lo mejor de la trilogía original? Respuesta, tanto la sucinta mitología que rodeaba al Max Rockatanski interpretado por Mel Gibson y el mundo en el que éste sobrevivía como, por supuesto, la ya legendaria persecución de cerca de un cuarto de hora que casi cerraba 'Mad Max, el guerrero de la carretera' ('Mad Max. Road Warrior', George Miller, 1981), una cinta que, vaya por delante, sigue alzándose tras el visionado de la cuarta entrega de la saga como la más cohesiva y, por qué no, mejor, de la tetralogía.
Siguiendo con la argumentación, lo que este nuevo acercamiento a ese desolado mundo post-apocalíptico ofrece no es más que los citados valores de las anteriores visitas, bien multiplicados por 10, en el caso de una mitología que se antoja aquí mucho más rica en matices sobre todo en lo que corresponde a esa Ciudadela controlada por Immortam Joe — encarnado, curiosamente, por el mismo actor que interpretaba al villano de la primera parte—; bien elevados a la enésima potencia cuando de lo que se trata es de aproximarse a las gargantuescas persecuciones que abren y cierran el metraje.
'Mad Max: Furia en la carretera', there and back again
Tan aplastante es el protagonismo de las mismas, que el resto de la cinta queda casi obliterado y/o subyugado a lo que éstas ponen en juego. De ahí, que la idea más sucinta que se puede dar sobre 'Mad Max: Furia en la carretera' sea la que expresa el titular: el esqueleto de las dos horas de duración no es más que una enorme persecución de ida, un nudo que se hace interminable y que poco o nada aporta al devenir de la trama y una enorme —aunque menos espectacular— persecución de vuelta. Nada más.
Brevísima pues en lo que a trabajo argumental se refiere, tampoco es que la cinta se luzca en lo que a la descripción de personajes se refiere. Unos personajes que acaso reflejan de forma reducida la misma cualidad que la trama aunque el resultado con ellos sea inverso: definidos con cuatro trazos mal contados, es el correcto trabajo interpretativo de Hardy, Theron —lo mejor de la cinta— e incluso ese Nicholas Hoult que borda lo ridículo en no pocas ocasiones el que termina logrando que no centremos demasiado nuestra atención en atender a lo paupérrimo de unos muy acotados protagonistas.
Alejándose pues del casi unánime sobresaliente que le otorgan en todas partes, queda valorar pues si la hora de duración que Miller invierte —ya sabéis, en dos momentos diferentes— en llevarnos al límite a bordo de los imaginativos vehículos que levantan el polvo del desierto es justificación suficiente para asistir al cine a dejarse sorprender por el talento narrativo del cineasta australiano o si, por el contrario, es ésta una de esas producciones que, cada vez más, engorda las filas de "películas que me esperaré a ver en mi salón".
La respuesta aquí es CATEGÓRICA: Sí, es más que suficiente. No sólo es que Miller de una lección de claridad expositiva de la que deberían aprender muchos directores actuales —se nota, y se nota muchísimo, cuál fue el período en el que se forjó el cineasta— o que el montaje sea de esos que deberían acaparar todos los premios habidos y por haber cuando empiece la temporada de galardones; es que lo que vemos en las dos superlativas set-pieces supera cualquier cosa que se haya podido ver hasta ahora en lo que a escenas con coches se refiere.
Leía el otro día por ahí que, comparada con ésta, 'Fast and Furious 7' ('Furious 7', James Wan, 2015) es un "paseo por Disneland". Y lo cierto es que pocas razones pueden aducirse que contradigan a tan descacharrante disquisición. Quizás —y esto es una apreciación completamente personal— yo habría apostado por invertir el orden de las secuencias dada la innata espectacularidad que ostenta aquella que tiene lugar durante la tormenta de arena. Pero, siendo honestos, es algo que importa bien poco cuando de lo que se trata es de recogerse una y otra vez la mandíbula ante el despliegue que Miller se saca de la chistera.
De hecho, es tanto lo que tiene lugar durante esos aproximados sesenta minutos, que resultaría de todo punto imposible plasmar con palabras aquello que éstos transmiten. Hay que verlo. Y hay que verlo en una pantalla cuanto más grande mejor para apreciar en su total magnitud y esplendor lo que Miller captura con su objetivo —y si es en 3D, pues eso que os lleváis, que el formato está bastante bien aprovechado, la verdad.
'Mad Max: Furia en la carretera' tiene sus problemas. Como hemos visto no son muchos, pero abultan una barbaridad y se echa en falta algo más de arrojo con respecto a la decisión final relativa a cierto personaje femenino —esperemos, aunque sea improbable, que en futuras e inevitables entregas cuiden mejor el maltrecho guión que aquí rige el espectáculo— Y aún así os recomiendo encarecidamente que, aunque por mano de sus fallas sea la única vez que os vayáis a acercar a ella, lo hagáis en un cine. Pocas películas en los últimos tiempos habrá sido tan merecedoras del desembolso como ésta.
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