El que me conoce bien sabe de mi pasión por el cine clásico, todo ese maravilloso cine que es la base de lo que se hace hoy día. Siempre preferiré una película antigua a una moderna, y eso que hay obras maestras en todos las épocas, pero el cine en blanco y negro con su maravillosa gama de grises me tiene fascinado. Pero de esto ya hablaré en otro post, si me decido a hacerlo, ya que necesitaría todas las páginas de dos o más blogs; asi que poco a poco iré haciendo mis recomendaciones sobre algunas películas que no merecen ser olvidadas, y necesitan de una urgente revisitación, antes de que las nuevas generaciones educadas en nuevas tecnologías acaben con ese maravilloso recuerdo.
Esta introducción viene a cuento de que por mucho que me guste ese cine de antaño, no lo considero todo bueno, como el caso de esta película, que está considerada como una obra cumbre del romanticismo. Del aburrimiento, diría yo, porque es uno de los coñazos más soporíferos y pesados que uno pueda aguantar.
Narra una historia de amor en la ciudad de Hiroshima entre una mujer francesa y un hombre japonés, ella marcada por una historia de amor que tuvo con un soldado alemán durante la Segunda Guerra Mundial; y él marcado por la tragedia de Hiroshima. Ambos están casados con otras personas, nunca se dirán sus nombres pero hablarán de todo, mientras a cada momento que pasa se amarán todavía más.
Al mismo tiempo, el espectador tiene dos opciones, o bien dormirse sobre el minuto 7 y disfrutar de su sueño, o bien aguantar hasta el final como un campeón una película de una enorme pedantería y con una carga intelectual extrema tan marcada, que servirá para decir que no nos ha gustado porque no la hemos entendido.
Durante los primeros quince minutos y mediante dos voces en off que terminan resultando de lo más cargante, asistimos a una especia de denuncia sobre lo que pasó en Hiroshima, encontrándonos, cierto es, con secuencias impactantes que funcionan muy bien como postales, pero que, en conjunto, no logran el impacto deseado, provocando únicamente hastío. De repente, el enfoque del film cambia radicalmente y se convierte en una historia de amor, en la que a pesar de lo bien compenetrados que están los actores, un más que correcto Eiji Okada, y una excedida Emmanuelle Riva, volvemos a aburrirnos sobremanera por culpa de un exceso de trascendentalismo tan mal metido que perjudica lo más interesante de la historia, y es el haber usado el tiempo pasado para influir en el presente de la forma que lo hace en los personajes, seres perdidos en sus propios recuerdos, y que no son capaces de soltar lastre.
Esta historia de amor imposible estaría muy bien si su realizador, Alain Resnais, director de culto donde los haya, no le imprimiera un ritmo tan, tan lento que termina perjudicando una historia con muchísimas posibilidades. A veces una película tiene el ritmo que necesita, pero en este caso a Resnais se le ha ido la mano malogrando un film muy flojo. Hala, ya lo he dicho.