Una de las más comunes maneras de organizar la vida cinéfila es guiarse por la apetencia. A fin de cuentas ¿no es la apetencia la que nos asegura una serie de elecciones más o menos satisfactorias para ver películas? Ciertamente. Me desdecía yo de la apetencia en mi juventud, tal vez guiado por la gula, así que intentaba ver toda clase de películas - de las más comerciales, a las más extrañas e inencontrables pasando por las más valoradas por cualquier clase de lista.
Por supuesto, esto ha ido cambiando con el tiempo. Sorprendentemente, no solamente he empezado a valorar algunas ventajas de la apetencia sino también a darme cuenta de lo importante que es la predisposición para ver (o leer) cualquier cosa. Digo predisposición seguramente porque no creo que en ella interfiera solamente la apetencia - o si lo hace, lo hace de un modo más concreto. Voy a tratar de explicarme.
Hace un par de años, como bien recordaba una comentarista en un hilo de respuestas, dije más o menos que Ingmar Bergman era un guionista maravilloso y un gran director solamente a veces. Naturalmente, ya no pienso igual. Pero no es que pretenda justificar mis opiniones de entonces mediante el relato de una inmadurez que ahora ha sido presuntamente revocada, más bien pretendo hacer hincapie en cómo de importante es aceptar las limitaciones.
Había visto bastantes películas de Bergman, leído con atención lo que muchos de sus vindicadores habían escrito y había admirado y respetado muchos de sus trabajos, pero sin embargo, sus películas no se contaban entre lo más importante de mi vida cinéfila. No extraía de sus dramas de pareja o de los tormentos de frustración personal lección alguna, y a ratos me parecía demasiado extremo (En sus simbolismos, dilemas metafísicos). Ciertamente, no estaba preparado para él, y no estoy seguro de que ahora lo esté, pero al menos tengo la predisposición para ello.
Pese a que pensaba que era una tontería sin importancia, el viejo dicho de "hay un libro para cada edad" es también bastante cierto. Naturalmente, esto que digo puede ser malinterpretado, erróneamente visto como una apología de la instrucción universal y no creo que sea eso lo que pretendo decir.
La edad es algo estrictamente personal - en ella influyen nuestras circunstancias, nuestros puntos de vista que interaccionan con otros de una determinada manera y dando a conocer una determinada perspectiva. Nada de lo que digo resultará ajeno a los lectores de Ortega y Gasset. Uno puede tener veinticinco y haber tenido una dosis de sufrimiento, experiencia y madurez forzadas por la vida que alguien dos décadas mayor no tenga. O al revés. O incluso uno puede tener veinticinco y no haber aprendido nada, precisamente, de las dosis de ese sufrimiento. O no serle útil, curiosamente, obras que lo expliquen e iluminen. Así de espesa es la cosa.
Precisamente una dificultad añadida de la cultura es que uno puede estar preparado para Bergman a los veintipico y otro a los cincuenta y nada hay de malo en ello: hay vidas, maneras en las que uno ha aprendido, digerido y mostrado interés por ciertos aspectos de la existencia o del arte y sus formas. Nada más.
Por el contrario, podría alguien entender de lo que digo que, en aras de que hay una edad para todo, podemos justificar la conformidad, las fórmulas gastadas y hasta los más elementales vehículos fílmicos porque a fin de cuentas ese ese el deseo de la mayoría. Tampoco me refiero a eso.
Pero si que manifiesto una cierta reserva por parte de quien está convencido de que debe decirle a la gente la película lo que hay que ver o leer. Para mi son de gran utilidad los críticos exigentes, aquellos que cuentan con perspectiva histórica y capacidad de análisis fuera de lo común, pero son de utilidad en la medida en que sirven de necesaria, útil e imprescindible guía en un panorama cultural sobreabundante y cargado de halagos e hipérboles por todo producto cultural.
El asunto es que no todas las recomendaciones deben ser rápida o ligeramente digeridas. Para ver a Bergman, he necesitado tiempo, no ya para pensar sino para verlo a solas, desapegado de cualquier otra tradición fílmica y bastante escéptico con mis concepciones estéticas del cine (basadas en un apreciación del manierismo que nada decía sobre la capacidad del cine para desplegar pensamiento).
Bien, me sucedió con varias de sus películas, siendo 'Gritos y susurros' (Viskningar och rop, 1972) la más impresionante. Estoy convencido de que sin predisposición no lo hubiera logrado, no creo que se trate de un don o una cualidad exclusiva sino de un momento localizado, poca cosa más. También creo que cualquier lectora o lector sabrá decirme las suyas.
Porque también la mirada necesita entrenamiento, descanso, paciencia. En un mundo de imágenes, precisamente sostener una - o cultivar su aprecio - se presenta como la más excitante de las aventuras.
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