Llegó por fin al festival de Sitges 2024 la esperadísima ‘Exhuma’, que se adentra en las profundidades de la mitología relacionada con las heridas históricas de la nación de la mano de Jang Jae-hyun, quien combina en una misma narrativa las idiosincrasias de las prácticas del Feng Shui y la importancia cultural del dominio colonial japonés en una obra de terror épica que arrasó en la taquilla de su país, donde consiguió 10 millones más que ‘Longlegs’ en Estados Unidos.
Si la película de Oz Perkins se considera un éxito, esta debería reanimar el cine de terror coreano, que parecía haber tomado un impulso cuando se estrenó la monumental ‘El extraño’ (2016), pero no se acompañó con una producción acorde al impacto. Gracias a ella hemos visto una explosión de chamanismo en distintas películas orientales, algunas con éxito como ‘It Comes’ (2018), y otras deficientes como ‘The Medium’ (2021). Lo cierto es que salvo alguna película de zombies, no ha habido una heredera del país a la altura de la odisea de Na Hong-jin, autor que ni siquiera ha tenido oportunidad de volver a dirigir.
Se le hace poco favor a ‘Exhuma’ haciendo comparaciones con aquella, pero sí podemos afirmar es que es la única gran película de terror de Corea del Sur en ocho años, tomando el testigo volviendo a los rituales y el folk horror autóctono, propuesto a través de una especie de fascinante episodio doble de la serie ‘Sobrenatural’ (2005-2020), en el que Sam y Dean se cambian por un pintoresco grupo de cazafantasmas y médiums que centran mucha parte de su actividad en tratamiento de los restos de muertos.
El caso comienza por la desesperación de Park Ji-yong por curar la misteriosa enfermedad de su hijo recién nacido, que le hace alejarse de la medicina occidental para buscar la ayuda de un chamán llamado Hwarim, quien, junto con su ayudante Bong-gil y una geomante llamado Sang-deok, descubren una maldición generacional vinculada al antepasado de Ji-yong. El título de la película, ‘Exhuma’, hace referencia al acto de desenterrar una tumba y reubicar el cuerpo, un ritual que suele realizarse con la esperanza de curar a los descendientes vivos y se cree que remedia traumas del pasado que alteran el Feng shui de los hogares.
Aventuras funerarias y ocultistas
Este elemento cultural funerario da una nueva dimensión al habitual proceso de exorcismo chamánico que venimos viendo, lo que crea una dinámica específica que consigue un equilibrio armónico entre escenas de procedimientos mágicos totalmente asumidos por la sociedad, investigación y escenas de terror. Su aproximación es paciente, empleando una buena media hora en desarrollar el caso y presentar a los personajes, mientras va dando una fascinante exposición de dinámicas ocultistas y aceptación de lo sobrenatural.
Algo que no solo es atractivo por su exotismo dentro del habitual compendio de horrores católicos que atenazan la taquilla, sino por la forma en la que tanto los protagonistas como la propia película creen de verdad en lo que está contando, haciendo que su atmósfera siempre sea ominosa y amenazante. Es tal la convicción en esa magia, que hasta las primeras apariciones se presentan como un elemento inevitable, dando al encantamiento un aire de fatalidad de difícil solución que lo hace todo más peligroso y terrorífico.
Durante una buena parte de ‘Exhuma’ los elementos fantasmales dan verdadero miedo, es, sin embargo, cuanto más se descubre del caso, cuando las raíces del mal se hacen más tangibles y familiares, que la película pasa a otra fase algo más trepidante y menos terrorífica. Nunca deja de ser absorbente, especialmente por la carga histórica y política que incluye la presencia japonesa en Corea del Sur y su reflejo de los horrores reales, la culpa ancestral y los efectos persistentes de las decisiones antiguas en las generaciones presentes, pero áun es capaz de sorprender con momentos tan atípicos como una serpiente con cabeza humana.
Un trasfondo histórico complejo y fascinante
El escenario de la película, una montaña frecuentada por zorros, revela el significado de estos animales en la cultura coreana, donde se asocian a menudo con el reino espiritual y se consideran malos augurios para las tumbas, abordando el concepto de “El zorro le corta la cintura al tigre”, una frase que resume la complejidad de la interacción entre las mitologías coreana y japonesa y el roce entre ambas naciones, hasta tal punto que se requiere de un cierto conocimiento de ciertos episodios históricos para apreciar plenamente la profundidad del guion integrándolo en la historia, y la simbología que incorpora a la película.
La exploración de la película de la intersección entre folclores se personifica en los horrores que sufren los personajes, que evoca a los soportados por Corea del Sur. Hay una riqueza cultural más allá de los sustos, que asoman como cargas del pasado a través de espíritus que dejan alguna estampa propia de películas como ‘La casa donde habita el diablo’ (1982) o ‘Neon Maniacs’ (1986), en las que la perspectivas de la amenaza japonesa se representaban de forma literal. Es en esa fase en la que la película se torna más física y el terror se hace más violento y tangible.
Hay momentos incluso bastante gore, dejando estampas visualmente alucinantes, como la aparición de una bola de fuego volante que no tiene muchos precedentes en una aproximación al fantástico tan sobria de estas características. En un año en el que el género ha tenido títulos como para no acordarse de todos, no abundan precisamente las películas de terror con una dimensión visual tan maximalista y bien acabada, dejando el regusto de un gran piloto para una serie de terror de investigadores y magos que firmaríamos para ver ahora mismo.
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