Ron Howard siempre me ha parecido un director mediocre, ganador además de uno de los Oscars más injustos de la historia, el que recogió por la autocomplaciente y simplista —como el 90% de su cine— ‘Una mente maravillosa’ (‘A Beautiful Mind’, 2001). Muy poco o casi nada salvo del cine de sus primeros años, tal vez la spielbergniana historia de los viejecitos con los extraterrestres por la que el mítico Don Ameche se hizo con un Oscar que parecía más un premio a una envidiable carrera. El resto me parece de lo peor dentro del cine mainstream, principal entorno en el que se ha movido su director, hasta que, dirigiendo a Russell Crowe en la muy clásica ‘Cinderella Man’ (id, 2005), Howard demostró que había aprendido algo en la cosa ésta del cine. Con la excelente ‘El desafío: Frost contra Nixon’ (‘Frost/Nixon’, 2008) terminó de confirmarlo.
‘¡Qué dilema!’ (‘The Dilemma’, 2011) parecía un retorno al cine facilón que tanto le caracteriza en cualquier género con el que se atreva, y la historia de la rivalidad profesional entre los corredores de Fórmula 1 Niki Lauda y James Hunt parecía perfecta para un director cuyas imágenes jamás han supuesto riesgo alguno. Sin embargo el nexo de unión entre el enfrentamiento Frost/Nixon y éste es su guionista, el reputado Peter Morgan, especializado en hechos verídicos, y que desde luego ha encontrado en Howard al colaborador perfecto. ‘Rush’ no es aparta demasiado en intenciones del film citado, sobre todo a la hora de humanizar a ambas figuras. Para mí, una gran película que ha sido otra de las olvidadas en las nominaciones a la dorada estatuilla.
(From here to the end, Spoilers) La citada rivalidad entre los corredores Niki Lauda —un Daniel Brühl sorprendente que debería haber estado nominado al Oscar por una interpretación muy equilibrada— y James Hunt —otro Chris Hemsworth sorprendente dentro de sus habituales registros, esta vez con un bien marcado acento británico— se narra a lo largo de varios años desde su primer encuentro en 1970. Lo que empieza siendo una lucha de egos por ver quién la tiene más grande, se convier6te en algo mucho más serio a partir del terrible punto de inflexión del relato, un accidente que deja a Lauda durante 42 días hospitalizado con medio rostro quemado, volviendo a la competición tras ello. La determinación de Lauda está filmada con una convicción que asusta.
La película es como una máquina de engranaje en la que el ritmo es lo más importante. Como alegoría a la velocidad y lo temerario del deporte —más bien lo temerarios, u obsesivos, que son ambos protagonistas— el ritmo del film jamás decae, manteniendo el tempo interno en muchos de las secuencias espectaculares, y en las que no lo son también. Bien es cierto que se centra únicamente en los dos personajes centrales, descuidando los secundarios, que son más bien como clichés —ojo, dentro de una película que en ningún momento pretende ser el colmo de la originalidad, sino un relato feroz y efectivo—. Ni siquiera la aparición de la espectacular Olivia Wilde arregla ese pequeño defecto —hay que reconocer que los personajes jamás han sido el fuerte de Howard, dejando esa labor por completo a sus actores—, aunque hay cierto instante de montaje que enfrenta a las dos compañeras de los corredores, obra de Mike Hall y Daniel P. Hanley en la que es su mejor aportación al cine de Howard.
El siempre importante punto de vista en el cine aquí está arreglado de forma muy sencilla al presentar a ambos personajes al inicio con sus respectivas voces en off, Después el relato, por motivos obvios, va derivando hacia el personaje de Lauda, todo un visionario en el mundo de la Fórmula Uno, tremendamente competitivo, celoso de todo aquel que pueda hacerle sombra (Hunt), maniático y perfeccionista hasta decir basta, algo que se traspasa a la manera de filmar de Howard en todo ese aparente maremágnum de imágenes que reflejan las carreras y el interior de los coches a velocidad de vértigo, nunca mejor dicho. Howard demuestra un gran pulso narrativo que además evita recrearse en las carreras en sí, filmadas con muchos planos cortos y un vibrante montaje que se ve apoyado por la espectacular música de Hans Zimmer, que parece volver a los tiempos de ‘Broken Arrow’.
No demoniza ni glorifica a sus dos personajes esta ‘Rush’, si acaso lo hace con la relación en sí, vista por muchos como una enfermiza rivalidad, en cuyo caso el trabajo de Howard sería algo así como una reconciliación fílmica en la que la envidia y los celos terminan convirtiéndose en respeto y admiración. En cualquier caso, y dejando a un lado el caso en concreto, la película refleja muy bien lo peligroso y absurdo de la competición en sí cuando se trata de conseguir algo en la vida y con qué fin. Para unos es la vida, para otros un medio para vivir bien y disfrutarlo. En ese punto ‘Rush’ sale triunfadora y se disfruta a tope.
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