Cuando se compara una película como ‘Boyhood' (2014), de Richard Linklater, con ‘Moonlight’ (2016) se tiende a relacionar su inapelable estructura progresiva sobre el crecimiento de un niño, su paso a la edad adulta. No está de más apuntar que, aunque en la película de Barry Jenkins la infancia no se haya cubierto mediante un faraónico rodaje de once años, la tendencia no va tan desencaminada.
Claro que en ‘Moonlight’ hay una tercera parte, una edad adulta como consecuencia de lo anterior que no posee la película de Linklater, y aunque ambas cuentan una vida desgranada en sus fases, trata temas diferentes, aunque en ambos casos el aspecto social de la historia tiene una relevancia especial, aunque los temas de la de Jenkins se alinean con un cierto tabú dentro de la sociedad estadounidense, la homosexualidad, y más concretamente, en el caso de personas de raza negra.
'Moonlight': lirismo visual
Salvando una serie de distancias de tema y estilo, los logros de esta última se ajustan bastante a la estructura de la gran perdedora de los Oscars 2015. Porque, al fin y al cabo, el tono episódico cronológico tiene en ambos casos una clara intención de identificación documental. La manera de abordar la biografía de sus personajes es observarlos desde fuera, casi como un experimento sociológico. Una disposición que ‘Moonlight’ implementa con un estilo de rodar permitiendo un movimiento de cámara a veces casual.
Una elegancia técnica que colorea el relato con una fotografía, de James Laxton, naturalista pero bella, muy característica del filme. Esto ayuda, de forma eficiente, a dotar de realidad su retrato del personaje, mostrando una clara tendencia a los viajes de la cámara a través de distintas escenas que se resuelven en una sola toma. En algunos casos, estos alardes visuales se hacen innecesarios, y en otros casos se sustituyen por delicados planos mucho más concisos y llenos de significado.
Puede que el mejor ejemplo, la mejor parte de la película se encuentre en ese segundo acto lleno de intensidad, en el que el viaje de Chiron explota con la inseguridad provocada por el bullying, el dolor del desamparo familiar y su primer encuentro sexual. Lo mejor de ‘Moonlight’ es el efecto de elipsis narrativa en cada salto de tiempo de la historia. Los cortes dan lugar a reajustes en la historia que Jenkins no explica, permitiendo al espectador reestructurar los pasajes de la historia con pequeñas pistas.
Conclusión discreta
La historia se va transformando un tanto abrumada por el creciente sentido de la importancia extracinematográfica de la película. Algunos de los problemas de los barrios que recrea remartillean en un tipo de cine necesario pero que distancia de la poderosa historia central. Y en su conclusión, cuando retoma cierta línea argumental, se queda sin soplo, dramáticamente satisfactoria, pero de alguna manera insuficiente, difuminada. Quizá por que el conflicto de Chiron crea unas grandes expectativas.
Aunque de vez en cuando nada en los clichés, alguno de los momentos más autoindulgentes de Jenkins se equilibran con la fuerza de sus intérpretes: los Chiron de Sanders y Rhodes, en particular, aportan tantos matices a su papel que parece tener un poco el uno del otro inherentemente. Ambos desarrollan sombras de introversión y, posteriormente, autoconfianza proyectada que dan al personaje un sentido de masculinidad de barrio dañada que resulta conmovedora.
Mahershala Ali consigue dejar una huella difícil de llenar componiendo un cálido personaje lleno de aristas, un narcotraficante con cierto sentido de la nobleza que se erige en figura paterno filial de Chiron. Un poco el opuesto de la sobreactuada Naomie Harris. Pese a algunos de los momentos más decepcionantes de la película, como ese encuentro entre Chiron y su antiguo amigo, más fetichizado que interesado en la conexión emocional del espectador con el mismo, ‘Moonlight’ es una experiencia con suficientes sutilidades para erigirse como un drama racial notable.
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