¿Quieres abrir una tienda de discos, Eduardo?-Sean Parker, fundador de Napster
En el mundo del arte y concretamente, del cine, existen muy pocas certezas. Una de ellas podría ser que Lars Von Trier jamás haría una comedia, pero realizó ‘El jefe de todo esto’ (‘Direktøren for det hele’, 2006). Otra sería que Ron Howard jamás haría una buena película, y va y nos sorprende con ‘El desafío: Frost contra Nixon’ (‘Frost/Nixon’, 2008). Otra más podría ser que David Fincher jamás haría un mal film. Por ahora lo ha cumplido a rajatabla.
Nos encontramos en la cafetería de una universidad. El joven Mark Zuckerberg —un competente Jesse Eisenberg— discute con su chica. La conversación va y viene sin tregua, y las réplicas se suceden como ráfagas de ametralladora. Son diálogos mordaces, hirientes, telegráficos…un momento: esto es un “chat”. Aaron Sorkin no lo verbaliza. David Fincher no lo visualiza. Da igual, el espectador ha pillado la idea: los tiempos son otros, también para las relaciones. Al final de la escena, el brillante nerd, freak, superdotado o lo que sea Mark, es abandonado. Y éste será el germen de una de las herramientas de socialización más importantes y estúpidas del mundo en que vivimos: el pu#* Facebook. Y sí, yo también tengo una cuenta. Y el artículo tiene SPOILERS.
Nuestro desamparado “héroe” cruza en plano secuencia el campus sin hablar con nadie y bajo la extrañamente elegante banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross. De nuevo sin necesidad de explicar las cosas, sabemos ya que estamos ante un ser antisocial, un inadaptado, lo que será su tumba y su gloria. Quizá uno esperaba que una película sobre Facebook fuera un torrente de montaje sincopado, relato desestructurado y andamiaje visual videoclipero. Pues no. El clasicismo del señor Fincher con la cámara es mayestático y el guión del responsable de ‘El ala oeste de la casa blanca’, si tiene a alguien a quien parecerse, es a otro genio de los diálogos envenenados: Ben Hetch. Pero el ritmo interno del film es brutal, y lo que sobre el papel es un proyecto muy poco interesante sobre la última moda en la red, se convierte en una historia universal. Esto no es una historia sobre Facebook, no sabremos más del programa que cuando entramos, ni es un estudio sobre su influencia en nuestras relaciones sociales. Es una historia eterna sobre lo que de verdad importa: sexo, poder, traición.
La argamasa del film es un juicio en el que el creador de Facebook es denunciado por su antiguo amigo Eduardo Saverin, bien interpretado por Andrew Garfield, así como por otros compañeros de universidad que se sienten traicionados por el pequeño genio. Desde estas reuniones, la película partirá hacia distintos momentos del pasado del protagonista y nos irá explicando cómo se ha llegado a la situación actual. Será éste un viaje en el que conoceremos a un ser incapaz de interactuar con su mundo si no es mediante una pantalla de ordenador. Pero lo que le aisla, le hará rico y poderoso, y lo que empieza como un intrumento para follar más —el sexo siempre ha sido lo que ha movido el mundo— le convierte en un multimillonario de Silicon Valley. El precio: la amistad con Eduardo, su única relación no movida por intereses. Pero ese es el pago a un brillante Mefistófeles interpretado por Justin Timberlake. La única manera de acceder al poder es la deshumanización.
Resulta espectacular el brío de la narración que nos atrapa sin remedio en esta historia repleta de personajes antipáticos o directamente gilipollas. Al final del trayecto, uno se queda deslumbrado, pero un poco frío. Y eso no es malo. Intentaré explicarme: nos quitamos el sombrero ante escenas como la carrera de remo, pero no deja de ser un “aquí estoy yo” por parte del director que desentona un poco con el conjunto del film. Nos maravillamos ante las fabulosas líneas de diálogo de Aaron Sorkin —‘en Bosnia no hay carreteras, pero hay Facebook’, brutal—, pero no logran conmovernos, porque son demasiado perfectas, cerebrales. La falta de empatía con los personajes hace que no nos impliquemos emocionalmente. Todo esto que parecen deméritos, en realidad no lo son, porque el propósito de David Fincher no es otro que el de recrear con espíritu de entomólogo a los nuevos dueños del mundo: una fauna urbana insultantemente joven, sin escrúpulos y competitiva hasta el paroxismo. Consecuentemente con este despiadado análisis de nuestros tiempos, el personaje más emocional de la cinta, Eduardo Saverin, será finalmente el traicionado. El rey Midas se queda solo en su trono, buscando tristemente algo que ni el dinero ni el poder puede conseguir. Sólo desde la gelidez se puede contar esta historia.
‘La red social’ es una película hecha por superdotados y protagonizada por superdotados. Quizá era ésta la única forma de llevar a cabo este proyecto. El cine entero no despegaba los ojos de la pantalla, porque es un film que habla del ahora, de nosotros, del mundo en que vivimos, de la inmediatez. No estoy seguro de que todos los espectadores tuvieran Facebook. Pero el 100% tiene amigos, quiere poder y quiere sexo. El artefacto brilla de forma apabullante ante el resto de la cartelera. Cine adulto, frío e implacable. Como el siglo XXI.
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‘La red social’, me gusta
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