Gino Felino (Steven Seagal) es un policía. Un policía italoamericano. Un policía italoamericano de la unidad de narcóticos. Un policía italoamericano en la unidad de narcóticos musculados con apellidos animales. Una bestia parda. Un hombre que ha jurado venganza. ¿Contra quien? Contra toda la mafia que amenaza a su barrio, incluyendo a su compañero, Bobby Lupo (Joe Spataro) y a su família. Mataran a Lupo. Pero entonces Gino emprenderá una venganza. Una venganza fuerte y redundante. Una venganza ya imparable. Una fiesta de cuerpos muertos en la que será el máximo anfitrión.
Steven Seagal fue una de las estrellas de acción más emblemáticas y videocluberas de 1988 a 1996. Su carrera ha estado salpicada de no pocos escándalos y apariciones en los tabloides rosas debido a que el bueno de Seagal, además de kárate, parece que no tenía muy claro el tema de "trato con las mujeres". ¿Le regalará alguien pronto un ejemplar de teoría queer y feminismo de tercera oleada? Me da que lo necesita.
Hay, sin embargo, una gran diferencia respecto a otras estrellas de acción. Seagal carece de la espectacularidad (física y acrobática) de Jean-Claude Van Damme. Y no tiene la presencia alienígena de Arnold Schwarzennegger. Ni evoca el sentimiento de entrañable piedad que evoca Sylvester Stallone, ese Victor Mature para la era del gimnasio.
Seagal es básicamente un actor acarismático, estólido y entrañable. Suyo es el don de fracasar en cada escena, no recitar bien las escenas y colocar de manera estratégica a los extras para elementales golpes de karate. Sus variantes de género solamente destacan por una cosa: la cantidad de desmelene incluida. Así, nos guste o no, la mejor película jamás hecha por Seagal es una locura llamada 'Señalado por la muerte' (Marked for Death, 1990), dirigida por Dwight H. Little y llena de rastafaris y mal rollo vudú.
El caso es que Seagal fue de imitación en imitación, incluyendo la obligada repetición de 'Jungla de Cristal' (Die Hard, 1988) pero en un barco y hasta se enfrentó a Michael Caine por el medio ambiente. Entre las joyas imperdibles de su última etapa, Steven Seagal: Lawman en la que se funden dos géneros naturales, el reality show y la naturalidad de Seagal, su espontaneidad irrepetible. Estuvo muy bien que Robert Rodríguez lo rescatara para 'Machete' (id, 2011) en su versión más lógica, la de villano.
Pero es que aquí Gino Felino, al compás de los Beastie Boys, entra en los bares y los secuaces le atacan de uno en uno o con la lentitud suficiente para que pueda arrearles su clásico gesto de puñetazo en alto con capacidades que ni el más airado jugador de Ken y Ryu, oigan. La dirección es malísima, las coreografías pésimas y todo ello es un ejemplo muy claro de como el cine de acción tiene niveles, talento y bastante técnica, y los ejercicios de topicazos solamente resultan digeribles cuando están puestos al servicio de alguna buena idea.
El estilo de pelea de Seagal es, básicamente, lo que podríamos llamar la delicadeza de bar de borrachos. Suya es la patada traicionera, el coscorrón malicioso y otras formas del sutil arte de pelear con flato hasta caer reventados. Por supuesto, él no se suma a la pelea lo que resta atractivo y posibilidades a tal estilo.
Los mejores momentos de la película los ofrece Gina Gerhson, muy divertida de bellezón quinqui italiano conectada a la mafia, y Jerry Orbach, como siempre solvente aunque el temporal agite y tengas que estar en medio de este inverosímil desaguisado. Ah, y por supuesto Seagal demostrando sus dotes naturales para el acento italiano. Esos aires, esa verosimilitud, esa actitud. Verla en versión original es ver una fiesta.
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