Mick St. Jones es un vampiro. Le delata la forma de sus colmillos. Pero no podrías decir mucho más de él porque todo lo que sabes sobre los vampiros es mentira. Ni muerde a inocentes de forma indiscriminada, ni se puede convertir en murciélago, ni duerme en un ataud. No se le puede matar clavándole una estaca y cree que el ajo es un buen condimento para la pizza. Y a pesar de todas estas cosas, sigue siendo un vampiro. De verdad.
Si crees que lo vas a encontrar envuelto en una capa y saltando desde la oscuridad de un callejón, vas listo. Ése es tu problema, no el suyo. Él es independientemente de lo que tu esperas que va a ser. No está pendiente de encajar con la idea que te habías formado de él porque le parece obvio que tu idea es absurda. Mick St. Jones representa la imagen chocando contra la realidad. Lo que a veces suponemos contra lo que realmente es.
A veces explico que me gustan las series de televisión y mi interlocutor deduce que me paso las noches de los viernes discutiendo teorías de Lost por Internet y que mi única relación humana consiste en hablar con el ordenador. Mick St. Jones es exactamente eso: cada vez que ves en la mirada de la otra persona que está rellenando todo lo que no sabe sobre ti con clichés sacados de la tertulia de la sobremesa. ¿Qué puedes hacer con ello? Lo mismo que Mick: poner cara de circunstancias, sonreir, y clavarle un buen mordisco.
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