Fue acaso la ceremonia más... Normal.
La más normal en muchos años, que yo recuerde. La gente subió a buscar sus premios con el talante del escolar que recoge su diploma de graduación. Hubo dedicatorias a seres amados, como la de Clint Eastwood a su mamá [su anciana madre de "94, perdón, 96 años", quien estaba presente]. La mujeres vistieron sobriamente.
Gracias a dios allí estaba Salma Hayek para despabilarnos.
No faltaron algunas lágrimas, como las de Jamie Foxx, quien lloró más que Hilary Swank al recoger su premio. Swank no derramó una lágrima, por su parte. Como ya es tradición, Scorsese no ganó como mejor director. Chris Rock no se robó el Oscar de mejor sonido [no hizo falta, puesto que Jamie Foxx ganó] ni enloqueció en el escenario como tanto temían los ejecutivos de Disney y ABC.
No, que sepamos. Y es que esta ceremonia se transmitió con siete segundos de retraso, tiempo suficiente para cortar material imprevisto o comprometedor.
Hubo cosas que afortunadamente no cortaron. Como el codazo con que la ganadora del Oscar al mejor corto de ficción, Andrea Arnold, despertó al hombre sentado a su lado. O A Drexler, cantando la canción que no le dejaron cantar.
Mientras que hubo otras que debieron cortar y no lo hicieron: el mal humor de Sean Penn y la dolorosa interpretación de Santana y Banderas.
Pero la verdad es que nunca sabremos a ciencia cierta si sucedió lo que vimos. Quizás Penn y Rock se liaron a golpes ante las cámaras por el chiste de los 80 dólares, o acaso Scorsese en realidad sí haya ganado, sólo que Clint Eastwood le robó su premio.
Jamás sabremos si en esos siete segundos alguien cambió el curso de la historia.