Por algún motivo, durante años hemos considerado que las Campanadas televisivas no eran cosa de fiesta. Que mientras en casa le estábamos dando al champán, las uvas y los polvorones, los presentadores debían mantenerse elegantes y estáticos, repitiendo, una y otra vez, los mismos mantras: el funcionamiento del reloj de la Puerta del Sol, cómo lo celebran en el resto del mundo, un recuerdo muy rápido del año que se va, el anuncio final, etcétera. Nada de locura, ni siquiera controlada, como si fuera una fórmula matemática perfecta, con la única incógnita del diseño de un traje. Hasta ayer.
¿A qué hora dan las uvas?
En 1990, TVE decidió confiar sus Campanadas al grupo cómico de moda: Martes y Trece. El resultado fue menos caótico de lo que podría haber sido (con chistes como "Vamos a publicidad" - "Bueno, yo voy a publi-acidez, porque con la cena...") pero España descubrió que se podían tomar las uvas con sensación de fiesta y cachondeo. Tres años después, fue el momento de Cruz y Raya, que hicieron lo propio. Vamos, que no es la primera vez que La 1 pone al frente de este aparentemente "serio y glamouroso" cometido a la pareja de cómicos de moda. Lo de Broncano y Lalachus viene de largo.
Pero hace ya veinte años desde que nos tomáramos las Campanadas con tono cómico por última vez (desde que Antena 3 apostó, con gran acierto, por 'Aquí no hay quien viva'), y nos hemos acostumbrado al corsé de las frases hechas, los patrocinios cutres y la felicidad comedida. Por eso ayer resultó tan rompedor -gustara más o menos- lo que hicieron David Broncano y Lalachus en lo alto de la Plaza del Sol, convirtiendo las Campanadas en un espacio de cachondeo, vacile, caos y anarquía que desafiaba todo lo que se podía esperar después de estar anestesiados durante años esperando a que Cristina Pedroche enseñara su traje de turno y hacer un meme para Twitter.
Broncano y Lala, consciente o inconscientemente, no dieron tregua al espectador, sin tender la mano a aquel que no les conociera ni intentar hacer amigos. Si no entendiste nada de lo que estaba pasando, es probable que fuera una absoluta pesadilla constante. Pero si entraste en su sentido del humor, probablemente pasaste las mejores Campanadas televisivas de tu vida entre presentadores subidos al cartel de Tío Pepe, estampitas de la vaquilla de 'Grand Prix', mascotas haciendo una barbacoa, la GoPro y el bombo. Con el espíritu de tus dos colegas más chisposos, la pareja (que, no lo dudéis, repetirá el año que viene a toda costa) supo ponerse seria cuando tenía que ponerse seria -en el recuerdo de la DANA, con Broncano hablando en perfecto catalán- y fue reivindicativa, pero sin dejar, en ningún momento, de lado la comedia y el macarrismo. Y sí, ya sabéis a lo que me refiero.
¡Alberto! ¡Cristina! ¿A qué hora echan esto?
Hay quien se queja de que 'La revuelta' no puede pasar un solo programa sin mentar a Antena 3. Es verdad, pero al mismo tiempo es muy gracioso porque, en el fondo, es el clásico chiste del regador regado: a todos nos hace gracia ver a un señor serio y con autoridad mojarse la cara por culpa de las triquiñuelas de un gamberro. Y tras años donde, en España, solo se hablaba del vestido de Pedroche (normalmente para meterse con ella, porque este país no tiene remedio), hoy se habla de ese boicot inesperado, megáfono en mano, de Lala y Broncano hacia el balcón de su competencia. Fue loco, innovador, diferente, gracioso y -probablemente- un poquito ilegal, pero obligó, hasta al más radicalmente contrario a 'La revuelta', a dejar el mando a distancia quieto. Porque no sabías lo que iba a pasar después.
Mientras tanto, en Antena 3 (porque sí, he visto las Campanadas en diferido, puro trabajo de campo), cometieron el error de, sabiendo a quiénes se enfrentaban, continuar con lo mismo de siempre. O sea, leer el Teleprompter, basar toda la retransmisión en desvelar el vestido de Pedroche, hablar de naderías -Chicote dio un repaso a las maneras de empezar el año a través del mundo- y hacer publicidad de una empresa de seguros. Los dos presentadores con una sonrisa falsa, estáticos, anquilosados, sin salirse una línea del guion, moviéndose solo para saludar al público y volver a su espacio, sin entender nada del cambio estético y tonal radical que estaban empujando en el balcón de al lado mientras les saludaban con un megáfono.
Antena 3, como el resto de cadenas, entiende las Campanadas como ese ruido de fondo que suena de fondo mientras la familia prepara las uvas. La 1 las entendió como 25 minutos de fiesta y libertad absoluta. Los primeros solo exigen que te fijes en el vestido y las Campanadas. Los segundos te piden tu atención continua, que te rías con ellos, que entres en esa locura que estuvo a punto de trastabillar y convertirse en un desastre a cada minuto que pasaba. Frente a una escaleta bien pensada y organizada, Broncano y Lala trastabillaron continuamente ("¿Cuántos minutos tenemos que llenar? ¿Dos?") en un ejercicio de anarquía televisiva como nunca habíamos visto antes en un evento así. Y fue un éxito a todos los niveles.
Por supuesto, en cuanto se emitió, y a pesar de no tener tintes políticos de ningún tipo, parte del público empezó a quejarse en redes de la aparente "arenga política" de Broncano y Lala (que, si algo hicieron, fue tirarle de la oreja al Gobierno con su reivindicación de una vivienda digna), probablemente con mensajes ya preparados de antes, emponzoñando el ambiente festivo y dejando claro que hay gente que no sabe ver televisión: solo quiere enfadarse y enfadar a los demás. Te guste más o menos 'La revuelta', o incluso el propio tono de las Campanadas, tienes que reconocer que lo de ayer fue algo abrumador, distinto, divertido y único. Y ya tocaba.
Si el chiste ya se habrá terminado y gastado para el año que viene está por ver (lo de Pedroche lleva ya diez años siendo tendencia, al fin y al cabo), pero, de momento, TVE sabe perfectamente lo que está haciendo: ganándose la confianza de aquellos que no veían la televisión porque no sabían que había una vida lejos del teleprompter, la sobriedad y los anuncios de seguros antes de comerse las uvas. Por mucho que hubiera gente echando de menos a Anne Igartiburu, no imaginan que probablemente la presentadora estaría en su casa partiéndose de risa con el vacile a Antena 3, el cambio de zapatos en directo y los errores continuos. Ahora habrá que ver si el resto de canales se adaptan a esta revolución (con cámaras que se mueven, presentadores activos, guion dudoso, ritmo espídico) o siguen quedándose en ese plano estático y esos guiones de corchopán. En 2026 lo sabremos.
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