En 2019 Martin Scorsese terminaba un borrador de guion que adaptaba el best seller de David Grann ‘Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI’, lo que se ha acabado convirtiendo en su último éxito ‘Los asesinos de la luna’. Aunque aquella versión era bastante distinta, pese a que ya tenía asegurada la aparición de sus colaboradores de toda la vida, Robert De Niro y Leonardo DiCaprio, con un estudio preparado para cubrir el presupuesto de 200 millones de dólares de la película que resultaba necesario para darle vida.
Pero aquel guion cambió, como se puede observar leyendo el título original, ya que en la película resultante el origen del FBI no es algo que tenga un peso esencial, pese a que de alguna broma interna con DiCaprio, ya que interpretó a Edgar J. Hoover en el biopic que realizó Clint Eastwood. La película decide centrarse en el matrimonio de Mollie Kyle (Lily Gladstone) y Ernest Burkhart (DiCaprio), en lo que puede resultar el “romance” más oscuro que haya visto una gran producción.
La (re)conquista del oeste a cualquier precio
Pero ¿Es realmente un romance? Más bien ‘Los asesinos de la luna’ es un buen complemento a ‘Pozos de ambición’ (2007) como contracrónica negra de cualquier visión dorada del género western, ya que ambas tratan sobre la codicia despiadada que corroe los pilares de los EEUU y el tipo de personas capaces de lo innombrable para conseguir sus objetivos de expansión, solo que en este caso es una historia real en la que están presentes el crimen organizado y los prejuicios raciales, que de alguna manera llevan a un genocidio silencioso de todo el pueblo Osage.
Por esta razón, uno de los puntos controvertidos en el momento del estreno ha sido el punto de vista de Scorsese desde el lado blanco, más concretamente el personaje de Burkhart, que no deja de ser uno de los perpetradores. No solo ha tenido un cuestionamiento por la crítica, sino que Christopher Cote, quien trabajó como consultor lingüístico de Osage en la película, comentó a The Hollywood Reporter en el estreno en Los Ángeles que pensaba que deberían haberse invertido los papeles, aunque da la que quizá sea la respuesta más válida al problema.
"Como Osage, realmente quería que esto fuera desde la perspectiva de Mollie y lo que su familia experimentó, pero creo que se necesitaría un Osage para hacer eso. Martin Scorsese, al no ser Osage, creo que hizo un gran trabajo representando nuestra gente, pero esta historia se cuenta casi desde la perspectiva de Ernest Burkhart y le dan esta conciencia y representan que hay amor. Pero cuando alguien conspira para asesinar a toda tu familia, eso no es amor. . Eso no es amor, eso simplemente está más allá del abuso".
Evitando el complejo de salvador blanco resiliente en el libro
Hay un elemento que aquí a tener en cuenta y es que los personajes de Scorsese, en sus películas de crimen, al menos, no son protagonistas para glorificar un estilo de vida. Desde luego, en sus películas de mafia Scorsese disfruta mostrando el lado más atractivo del otro lado, de los sin ley y la riqueza obtenida por formas poco virtuosas, con esos montajes de flujo de dinero de ‘Casino’ o ‘El lobo de Wall Street’, pero siempre hay un punto de caída en el que la conciencia se muestra implacable y en el que el antihéroe se convierte en villano, para mostrarnos el lado oscuro de los atajos. El deprimente final de 'El irlandés' es el ejemplo más devastador.
En ‘Los asesinos de la luna’ los crímenes se ejecutan en la sombra pero a plena luz del día. La característica más sorprendente de los asesinatos es que el método resulta una perversión farisea, hombres blancos que se aprovechan de la afabilidad de los indios para casarse con mujeres a las que envenenan para quedarse con su patrimonio, logrado gracias a la prosperidad de la tierra y el petróleo. Por eso creo que el punto de vista de Scorsese es acertado al centrarse en el matrimonio tipo, que resultaba ser el engranaje central y habitual de todo un sistema de engaño despiadado.
Esto nos deja ver las dudas, miserias, falsedades y segundos pensamientos de asesinos coetáneos a Landrú. Por ello, aquí la parte que se centra en la investigación del proto-agente del FBI Tom White sobre los crímenes no se traduce en una típica historia de salvador blanco, sino que nos deja claro que los hombres blancos son los que manejan cuándo y cómo se puede usar o incluso salvar a las familias Osage. No hay ningún acto heroico, la usurpación y desplazamiento se realiza mediante violencia y opresión del hombre blanco reclamando parte de ese poder para ellos.
Liberalismo o xenófobia
Viendo la forma en la que se ejecutan los crímenes comprendemos que el desequilibrio económico que se invierte en esa zona rica con respecto al resto de la nación incomoda a esos criminales. Y la película sabe extender ese punto de conflicto sentimental, sucio y pútrido, a un verdadero terrorismo blanco nacional contra los pocos sitios donde prosperaban otras razas, con una acertada conexión ineludible con Tulsa, en este caso con un pertinente reel de noticias de la época que nos relaciona ambos casos.
‘Los asesinos de la luna’ nos habla de una nación que ha prosperado a base de engaño, de robar, de muerte y la corrupción de un sistema diseñado desde un exterminio supremacista que se niega a dejar terreno para la coexistencia. Es el siguiente paso que Daniel Plainview hubiera diseñado tras el "me bebo tu batido". Scorsese lleva a su terreno de exposición del crimen organizado lo que no deja de ser un clásico true crime siniestro, pero lo hace desde una perspectiva afín a la primera temporada de ‘Fargo’, en donde seguimos la miseria de la cobardía de maridos que planifican calamitosamente crímenes familiares llevados por la codicia.
Aquí también hay ecos periodísticos similares a ‘Por mandato del cielo’ e incluso hay puntos en común con ‘El poder del perro’ cuando relaciona un género lleno de testosterona y mitología con la fragilidad de la masculinidad blanca, lo que hace que los interrogatorios del concepto sean tan convincentes y subversivos. Por ello, ante las sugerencias de haber centrado la perspectiva desde los Osage, si la tuerca virara más el punto de vista hacia los nativos sería una verdadera película de terror, un thriller de suspense con peligro de juzgar a Mollie por no darse cuenta.
La falacia de la coexistencia
Es clave observar la banalidad y facilidad de manejar los hilos del punto de vista del culpable, aquí Scorsese es buen alumno del Powell de ‘El fotógrafo del pánico’ y no de Hitchcock. Esto crea un naturalismo más maduro, en el que víctimas y verdugos conviven con cotidianidad, incluso en medio del juicio vemos al hijo del principal cabecilla llevando a Millie de un lado a otro. La cercanía nos resulta impensable, pero es la clave para entender cómo ocurrió. Esa convivencia aumenta la vulnerabilidad ante el crimen, dotando de una atmósfera de falsa calma chicha.
Esa coexistencia del mal con careta nos hace partícipes de la confianza sincera de las familias Osage, en lugar de dibujar a unos antagonistas claros, aunque la línea moral no se desdibuje en absoluto. La clave está en entender el clima de libertad, la falta de regulación estatal y las dinámicas que generan, especialmente en el aspecto racial y una “permisividad” mucho más acentuada en estados tradicionalmente racistas. Otro detalle que esconde esa falsa interracialidad, ya que este matrimonio y la genealogía esconde otra voluntad de eliminar la raza, como cuando se cuestiona el color de piel de los niños y se preguntan cuál puede pasar por blanco.
Scorsese también expone aquí las raíces de la ansiedad de la supremacía blanca a menudo con raíces en miedo de no estar a la altura, el mismo que sustenta las teorías de conspiración como “el gran reemplazo” y alimenta las obsesiones en torno a las tasas de natalidad racial. Pero en el fondo lo que le interesa es exponer la conciencia de sus personajes embebidos en el crimen. Ernest no es inocente, no cree en el amor, pero sí llega a encariñarse de Mollie y su conciencia empieza a devorarle, siguiendo el perfil de otros personajes de Scorsese como Henry Hill de ‘Uno de los nuestros’, que acaban en infiernos personales.
El infierno de la culpa
Aquí hay un momento de gran altura cinematográfica en el que vemos cómo el fuego devora las inmediaciones de la casa de Wiliam Hale para cobrar un seguro, y desde la perspectiva de la habitación de Ernest parece que este esté en el infierno, como una especie de presagio en el que Scorsese nos muestra su estado mental, quizá en el momento en el que decide que no seguirá con las inyecciones de insulina a su esposa. Un detalle que confirma la culpa católica como uno de los grandes temas de todo su cine. Curiosamente, el personaje comienza a ir a la iglesia para camelar a su pretendida.
Mollie sigue siendo la observadora del complot, representando la posición de todos los Osage, y cómo aunque ya veía que tras Ernest había un “coyote”( que para los nativos representa la gula, el engaño y la codicia) decide confiar en él, para descubrir en su descorazonador final el verdadero papel de Ernest en la muerte de su familia y cómo la envenenó a ella misma. Pero no hay que olvidar que fue ella quien logra llamar la atención del FBI y tirar la primera ficha de dominó que hace despertar a su pueblo.
La aparición final de Scorsese como un productor de radio, narrando la esencia del obituario de Mollie Burkhart en la que reconoce que no se mencionaron los asesinatos, es la prueba final de que el cineasta refiere la película finalmente hacia ella y de alguna manera su exposición a la cámara es desde la humildad, presentando lo que hemos visto como una forma de resarcimiento tardío por los crímenes hacia el pueblo, que aparece en las imágenes finales en una celebración que sirve como pequeño acto de perdón.
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