La reciente muerte de George A. Romero, que falleció con 77 años de un cáncer de pulmón y llevaba bastantes años sin dirigir (su filmografía es excepcionalmente breve para abarcar casi cincuenta años), ha corroborado su posición en el pedestal que le corresponde: el de renovador absoluto del cine de terror en los años sesenta y responsable de que el género haya tomado su forma actual.
Parece exagerado otorgar a un solo creador un papel tan esencial, una consideración que habitualmente damos a una generación, a un estudio, a un colectivo. Pero no: George A. Romero liquidó definitivamente el terror gótico (difunto desde hacía décadas, pero cuya estética y mitos eran oxigenados por productoras como la Hammer) y creó, prácticamente de la nada, un monstruo nuevo: el muerto viviente.
El monstruo que Romero creó en 'La noche de los muertos vivientes' bebía, por una parte, de los vampiros/zombis de la fundacional novela 'Soy leyenda' de Richard Matheson. De ahí extrajo la idea del atrincheramiento en una casa, y el concepto del monstruo como una versión pervertida de lo que fue en vida, aunque en el libro los monstruos eran infinitamente más articulados e inteligentes. Además de eso, robó a Matheson cierta estructura argumental.
La otra influencia esencial del debut de Romero en 1968 es, cómo no, el zombi haitiano: un monstruo que se había dejado ver en un par de clásicos como 'La legión de los hombres sin alma' y 'Yo anduve con un zombie', ambas de ambientación exótica en las islas caribeñas. Solo dos años antes de 'La noche...', Hammer estrenó 'La plaga de los zombies', con muertos aún relacionados con el vudú pero un singular mensaje de crítica social.
Además de todo eso, Romero es un director primerizo y se deja empapar por el cine que le gusta: en 'La noche...' hay algo del cine de invasiones alienígenas de la década anterior, mucho expresionismo mudo estupendamente regurgitado, y quién sabe si una voluntad de epatar directamente heredada de los recién nacidos disparates gore de Herschell Gordon Lewis, 'Blood Feast' y '2000 Maniacos' en cabeza.
Todo ello da como fruto un monstruo único, y eminentemente moderno: el muerto viviente de Romero (en sus películas se les llama sencillamente "muertos" y se huye de la denominación exótica de "zombi") está vacío por dentro. A diferencia de los torturados monstruos góticos, atormentados por el rechazo y la soledad, el muerto de Romero se limita a levantarse de la tumba y atacar a los vivos. Y solo se les mata con un tiro en la cabeza.
Este no dotar al monstruo de un transfondo lo convirtió en un demoledor símbolo de la despersonalización de la sociedad. Una despersonalización de la que se pueden sacar múltiples lecturas, alguna tan obvia (y revolucionaria en su día) como la que se extrae de que el protagonista de 'La noche..." sea negro (Romero siempre mantuvo que no hay un mensaje antiracista, aunque solo el hecho de darle protagonismo en 1968 dice mucho de la valentía del director)
La ausencia de un bagaje trágico es lo que hace tan aterradores a los muertos y lo que ha permitido que el mito permanezca casi inalterado hasta hoy. El tópico manda que los zombis sean caníbales por demoledora influencia de los italianos y españoles que hicieron sus propias zombi-películas inspiradas a medias en 'Holocausto Caníbal' y a medias en la propia 'Zombie' de Romero. En todo lo demás, el muerto viviente es creación de Romero.
Inyección de significados
Ese lienzo en blanco que era su zombi, y que permitía entender 'La noche de los muertos vivientes' a la vez como crítica a Vietnam y como ensayo sobre la asfixia cinematográfica, se trasladó, ya con un sentido claro, una década más tarde, a la primera secuela del clásico, 'Zombie' ('Dawn of the Dead' en el original). En colaboración con Dario Argento, Romero inyectó de significado anticonsumista a sus zombis y los mandó a deambular por un mall post-apocalíptico.
Desde entonces, el zombi adquiriría un claro significado, que la altamente romeriana 'The Walking Dead' ha llegado a enunciar literalmente: nosotros somos los muertos. Dando bandazos por un centro comercial, acorralando a las minorías o incapaces de aprender una sencilla lección civilizada que nos permita superar nuestros instintos más básicos: ese muerto viviente soy yo y eres tú, y no hace falta salir de una tumba para ganarse el título.
Pero 'Zombie' hizo más: Romero siempre estuvo más preocupado por los temas que por las formas. Salvo en la deliciosa 'Creepshow' y su magnífica e influyente réplica de las hechuras de los chillones tebeos de miedo de la EC, el cine de Romero se define por los temas. Sin embargo, 'Zombie' es otra excepción, y también marcó el cine moderno con su mezcla, natural y explosiva, de los códigos del cine de terror y los del de acción.
Parecía lógico que eso sucediera, con el apoyo de una industria de los efectos especiales cada vez más sofisticada y con unas calificaciones por edades más permisivas (aunque 'Zombie' no se libró de su inevitable "X"). Pero en su momento el impacto y la originalidad del enfoque fue brutal: cabezas de muertos volando por los aires, desmembramientos en plano fijo... un festival de violencia que caló hondo.
El cine de terror tuvo que replantear su forma de hacerse entender: aquello del "menos es más" fue sustituído por un "(aunque también) más es más", y el cine de terror entró en una edad dorada de explicitud y violencia caricaturesca. Gracias a 'Zombie' germinaron películas esenciales del género como 'La cosa', 'Posesión infernal' o el cine del primer Cronenberg, todas fundamentadas en la estética del exceso que inauguró Zombi.
Las películas de muertos de Romero seguirían generando secuela y su propia serie de interesantes reboots y puestas al día.
Las películas de los muertos seguirían adelante, atravesando en transversal la filmografía de Romero, y arrojando frutos tan interesantes como el remake de la primera entrega dirigido por Tom Savini en 1990, una obra maestra del horror splatterpunk con un tramo final adelantado a su tiempo; o por supuesto el remake de 'Zombie', 'El amanecer de los muertos', responsable directo con su monumental éxito comercial de la actual fiebre por los muertos vivientes en su variante de infección rabiosa, cuya paternidad durante mucho tiempo se adjudicó a '28 días después'...
... pero que en realidad pertenece a Romero, que en la etapa más inclasificable de su filmografía se adelantó varias décadas al cine de infectados. Fue con 'Los Crazies', una baratísima y demoledora pesadilla vírica que anticipa el cine del primer Cronenberg y que disfrutó de su propio y muy estimable reboot en 2010, ya en plena y renovada fiebre por los infectados.
Pero volvamos a la saga original de los muertos, que cerró una trilogía inicial con la no tan revolucionaria pero igualmente extraísima y memorable 'El día de los muertos' (1985), cuyo único problema fue verse las caras con la mítica 'El regreso de los muertos vivientes' de Dan O'Bannon ese mismo año, pero que planteaba un esquema argumental de científicos contra militares y unos niveles de gore legendarios que la han convertido en una favorita de los fans.
Las películas de los muertos prosiguieron en la segunda mitad de la década inicial del siglo XXI con las casi consecutivas 'La tierra de los muertos vivientes', 'El diario de los muertos vivientes' y 'La resistencia de los muertos'. Decididamente inferiores, pero todas ellas conscientes del poder subversivo y simbólico de un monstruo que estaba a punto de cumplir medio siglo de existencia.
Más allá de los muertos
Y aunque Romero obtuvo fama internacional y gloria entre los fans con sus películas de muertos, el resto de su filmografía abunda en joyas que, si bien no tuvieron el calado popular de aquellas, son rescatables de inmediato. Quizás las más notables estén al principio: a la citada 'Los Crazies' se suma una de sus producciones más desenfadadas, la demencial y casi familiar 'Los caballeros de la moto'.
Pero es 'Martin' su producción más estimable al margen de sus películas de muertos: se trata de una fantasmagórica y atrevida reformulación del mito vampírico, aún de presupuesto ínfimo (muchos de los actores son aficionados y familiares) y que cuenta la historia de un joven que cree que está muerto y se alimenta de sangre, proponiendo un viaje insólito a los abismos de una mente perturbada (o no).
También de sus inicios y de presupuesto ínfimo, y que sufrió de los eternos dramas de Romero con la distribución de sus película es 'La estación de la bruja', de 1972. Intentó venderse en principio como un softcore y solo recientemente se ha revalorizado como hipnótica película de culto, de atmósfera enfermiza y paralela estéticamente a 'La noche...' con su perturbadora historia de una mujer que descubre la brujería junto a sus vecinas.
En los ochenta, Romero, convertido en un nombre más que reivindicado por los fans, con su influencia ya absolutamente patente en el cine de género, dejó caer su nombre por producciones algo más acomodaticias, pero igualmente interesantes. 'Creepshow', por ejemplo, es una fiesta para los amantes del terror, y una auténtica carta de amor al lado más chillón, colorista y grandguignolesco de las historias de miedo.
También de los ochenta es el curioso experimento 'Los ojos del diablo', en el que adaptó 'El extraño caso del señor Valdemar' en un combo de revisiones de Poe en colaboración con Dario Argento, donde quizás pecó algo de tibio. Mucho más interesante es su última gran película, 'Atracción diabólica', una monster movie primate, de obsesión zoológica y considerable sorna para con el cine comercial de entonces.
Romero aún daría unas cuantas sorpresas: aparte de la segunda trilogía de los muertos, pudo presumir de la competente adaptación de Stephen King 'La mitad oscura' y el peculiar y modesto post-giallo 'El rostro de la venganza'. Nada a la altura de sus clásicos, pero que demostraban cierto pulso de veterano a la hora de contar historias que conservaban una capacidad considerable para proporcionar escalofríos.
Pocos creadores pueden presumir de haber creado un monstruo tan versátil y perdurable como los muertos de Romero. Medio siglo después, el zombi sigue mutando y adquiriendo nuevos significados, pero conserva la esencia que le otorgó uno de los grandes creadores del cine de género. Uno que, hace medio siglo, lo cambió todo para siempre.
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