Siguiendo con la serie de horribles y espantosos títulos que he soportado en una sala de cine, ahora le toca el turno a 'La Liga de los Hombres Extraordinarios' ('The League of Extraordinary Gentlemen'), también protagonizada por Sean Connery (como la comentada 'Los Vengadores'). Otra película olvidable de la filmografía del veterano actor escocés. Y es que se hace complicado entender cómo Connery se enroló en esta superproducción en la que, previsiblemente, no brillaría su faceta interpretativa y más su presencia y su nombre.
La respuesta a esta cuestión es la misma que la que obtuve cuando tuve conocimiento de la producción: puede ser interesante. Parte de un material atractivo con personajes capaces de entusiasmar a cualquiera. Y es que el cómic de Alan Moore y Kevin O'Neal suponía un enorme reto para su adaptación. Por ello no se escatimaron en medios para llevarla a la gran pantalla (partió con un presupuesto de 79 millones de dólares). Siguiendo la estela (aún vigente) de rebuscar en el mundo del cómic nuevos héroes e historias para el cine, era previsible que esta historia de trasfondo tan literario y con unos personajes como Allan Quatermain, el Capitán Nemo, Mina Harker o Darian Gray podrían dar mucho juego. Pero el problema viene cuando tan sólo quieres quedarte con esta parte, cuando prescindes de la verdadera esencia de la obra gráfica (e incluso de cualquier similitud argumental) y lo transformas en un (sub)producto adaptado a las necesidades de convertirse en un éxito taquillero del verano (en 2003).
Y es que cualquier parecido con el original es mera coincidencia, y en este caso es tan sólo el título. Porque el esperpéntico resultado debió provocar a Alan Moore el arrepentimiento de haber cedido los derechos de su obra. Ni siquiera la fuerte inversión llevada a cabo, con profusión de magnánimos decorados y efectos especiales a cada fotograma, está destinado a dotar de sentido y coherencia al refrito de la historia original. Como absolutamente disparatado resulta incluir al personaje de Tom Sawyer, por la mera cuestión de aproximarse más al público americano. Es cierto que el concepto era olvidarse de su referencia literaria más próxima, pero su condición de mero espectáculo es llevado al peor de los extremos posibles.
Con semejantes personajes es difícil entender como el director (Stephen Norrington) y el guionista (James Dale Robinson) no sólo no supieron sacarle partido o resaltar sus cualidades más obvias, sino que crean a unos supuestos héroes que son verdaderas marionetas desvirtuadas. Quatermain parece una mezcla del doctor Jones y Bud Spencer, Hyde ha sido mutado con Hulk, el capitán Nemo se parece por momentos a Jet Li, y Dorian Gray parece un anacrónico metrosexual. Por no hablar de los escenarios. Ambientar la acción en emblemáticos lugares de medio mundo, desde la Inglaterra victoriana (aunque más bien gótica) hasta Venecia, París o Kenia es un disparate nauseabundo que te abofetea como espectador.
De la trama, ¿qué se puede decir? Una narración alocada, inconexa, con escenas gratuitas, artificiosas, sin humor y con acuciante falta de tensión. Un aburrimiento supino desde los primeros minutos. Apenas me terminé de sentar en la butaca cuando empezó a picarme el cuerpo. No era alergia, era el síntoma que se está asistiendo a un bodrio de primera categoría. Y, a pesar de ello, uno se esfuerza por dejar pasar los minutos en espera de aquello remonte, pero acabé bloqueado por el pánico, al comprobar que no se trataba de una película real sino de un espectáculo de parque de atracciones.
Sin duda una de las peores películas de la década que vivimos. Mala en todas sus posibilidades: actuaciones deprimentes, historia absurda, efectos especiales de risa y... encima un metraje que llega a las dos horas. Ojalá quemen todas las copias y destruyan los DVD's de semejante basura.
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