Hace ya varios años que Eduard Fernández es mi actor español favorito pese a ser coetáneo de monstruos de la interpretación como Luis Tosar, Javier Bardem o Javier Gutiérrez. Nunca he terminado de saber qué es exactamente, pero hay algo en su forma de interpretar con lo que siempre me conquista, incluso en títulos que por si mismos no me interesan demasiado.
Esperar que sucediera lo mismo con su hija Greta Fernández probablemente era pedir demasiado, pero poco a poco ha ido cimentando su carrera y despojándose de la pesada de medalla de ser la hija de para ir exhibiendo todo lo que tiene que aportar al séptimo arte. Eso sí, ha sido con la notable ‘La hija de un ladrón’ con la que ha despejado cualquier tipo de dudas que todavía pudieran existir.
Los pequeños golpes que da la vida
La opera prima de Belén Funes continúa la historia presenta en su cortometraje ‘Sara a la fuga’, pero ahora el personaje es una veinteañera que ha tenido un bebé hace poco que está intentando articular su propia familia con el padre del chaval y su hermano pequeño, pero todo se complica cuando reaparece su padre, que había estado en la cárcel hasta entonces. Ese es el corazón argumental de la película, pero lo que parece interesarle realmente a Funes es la pesadumbre vital que afecta en todo momento a su protagonista.
Funes apuesta por situar la cámara siempre muy encima de Fernández, pero la sensación de intimidad inicial que se consigue pronto deriva en un implacable relato de alguien a quien las alegrías le duran demasiado poco y que no deja de ir recibiendo pequeños golpes que le impiden alcanzar la felicidad deseada.
Ya sea el distanciamiento emocional que recibe por parte del padre de su hijo, que su hermano siempre parezca preferir a ese padre ausente cuando fue ella la que siempre estaba ahí o incluso la aparente dificultad para conectar con su propio bebé, muy bien reflejada en una escena de ducha que a su manera es el reflejo perfecto de su propio estado emocional.
Sin embargo, es la repentina reaparición de su padre la que realmente la trastoca hasta límites insospechados. Funes busca en todo momento un enfoque realista, en consonancia con un tipo de cine social que hemos visto en bastantes producciones europeas, en el que a veces casi parece que los pequeños temblores de la cámara por el uso que se hace de la misma están llamados a marcar ese desequilibrio emocional que va erosionando de forma progresiva a Sara.
Cuando no vas a conseguir lo que anhelas
Esto es algo que Fernández refleja muy bien a través el lenguaje no verbal, tanto el agotamiento que sufre de forma continuada por intensar salir adelante como esa calidez que busca en determinadas escenas -el reencuentro con el padre de su hijo tras venir este de la vendimia- y que nunca es correspondida, o al menos no hasta el punto que ella necesita.
Uno va sintiendo en todo momento ese dolor interno del personaje y ni siquiera hacen falta grandes explosiones emocionales -sí hay algunos altos en las charlas que tiene con su padre, pero sin llegar nunca a extremos poco creíbles- para que ese deterioro progresivo resulte evidente. Ni siquiera sus pequeñas victorias le sirven para salir de esa senda, ya que resultan algo efímero, un sostén insuficiente.
Además, Fernández sabe brillar tanto cuando ha de ser mas reservada y su personaje se agarra a una deseo que difícilmente llegará a materializarse como cuando ha de hacer frente de lleno a la realidad que tiene ante sí, funcionando especialmente bien las escenas que comparte con su padre Eduard, quien en todo momento asume su condición de complemento en la historia y aporte lo que se requiere de él.
Y es que hasta cierto punto se puede decir que todo lo que rodea a Sara resulta accesorio, quizá de ahí que Funes opte por abrir tan poco los planos, ya que tampoco busca en ningún momento una atmósfera asfixiante. La propia vida de la protagonista es más que suficiente para que ella misma se vaya ahogando emocionalmente hasta el punto de que quizá simplemente ya no sea capaz de seguir adelante.
En resumidas cuentas
‘La hija de un ladrón’ es una película desprovista de artificios innecesarios que apuesta de forma decidida por la interpretación de una estupenda Greta Fernández, quien aquí nos da una de las interpretaciones del año justamente premiada en el pasado Festival de San Sebastián. Es cierto que transita por caminos conocidos y eso puede restar cierto impacto a lo que propone, pero la ópera prima de Belén Funes lo hace todo bastante bien e invita a esperar grandes cosas de ella en el futuro.
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