Estimado señor: vi sus películas Ciudad abierta y Paisà, que me gustaron muchísimo. Si necesita a una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no es muy comprensible en francés y que en italiano sólo sabe decir “ti amo”, estoy lista para ir a hacer una película con usted.
-Ingrid Bergman (carta a Roberto Rossellini).
Revisando mi colección de DVD’s, reparé en esta ‘Stromboli, tierra de dios’ (‘Stromboli, terra di Dio’, 1950) de Roberto Rossellini. Famosísima en su época sobre todo por el romance extramatrimonial que vivieron durante el rodaje Rossellini, su director, e Ingrid Bergman, su protagonista. Esto provocó que tuviera una acogida crítica nefasta (que no de público) y aún hoy lleva el estigma de ser un mero vehículo de lucimiento para Ingrid Bergman como regalo de un enamorado Rossellini.
Me lancé a ella de inmediato, porque acababa de devorar la fantástica ‘Te querré siempre’ (‘Viaggio in Italia’, 1954) y también por un motivo sentimental: es la película favorita de mi padre. Al terminar de verla, me quedaron claras tres cosas: que ya no hay actrices como la Bergman, que Rossellini hace obras maestras como churros y que mi padre tiene un gusto espectacular.
Roberto Rossellini acababa de dirigir la obra fundacional del neorrealismo, ‘Roma, ciudad abierta’ (‘Roma, città aperta’, 1945), un fantástico alegato antinazi y una carta de amor a los italianos que dieron su vida por la resistencia. El film, aparte de ser inmediatamente prohibido en nuestro país, se llevó la Palma de Oro del festival de Cannes, y acuñó un nuevo género cinematográfico: el neorrealismo italiano, caracterizado por las tramas realistas, actores no profesionales interpretando roles de las capas bajas de la sociedad (a veces, simplemente se interpretaban a sí mismos) y sonido directo.
Ingrid Bergman, actriz sueca y la estrella más grande de Hollywood por aquel entonces. La protagonista de Casablanca (id, Michael Curtiz, 1942) o Encadenados (Notorious, Alfred Hitchcock, 1946). Ganadora de un Óscar. Cuatro veces nominada. Deja la fábrica de sueños y se larga a una ignota isla italiana a rodar en un idioma que no conoce y en unas condiciones extremas. Dos mundos en colisión. El resultado es una Obra Maestra absoluta.
La película narra la historia de Karin, una inmigrante lituana sin papeles y recluída en un campo de prisioneros italiano tras la segunda guerra mundial. Ésta conoce a un humilde pescador y decide casarse con él y escapar así del campo. Él le llevará a una isla presidida por un enorme volcán en permanente peligro de erupción: Stromboli (el Etna, en realidad). El choque de Karin con este mundo es brutal. La isla es de una pobreza extrema. La lava del volcán no permite que crezca nada y las casas son poco más que cuevas. Por otro lado, los lugareños reciben de una manera hostil a nuestra heroína. Es una intrusa en un mundo cerrado, profundamente religioso y anclado eternamente en el tiempo. Una extraña en un espacio mineral, lunar, en el que el propio ser humano es un intruso. Karin ha salido de una prisión para encontrarse en otra, todo ello bajo la omnipresente amenaza del volcán. Es tremenda la escena de la Bergman vagando sin rumbo por las calles desiertas de la localidad mientras oímos el lllanto de un bebé. Nadie sale a su encuentro. Todas las puertas están cerradas y el mar hace la huída imposible. Karin grita de rabia.
El marido asiste aturdido al comportamiento de su esposa e intenta que se adapte a la austera vida de Stromboli. En algún momento parece que lo va a conseguir, pero es imposible. Sus mundos son demasiado diferentes. Karin acaba tachada de adúltera por su amistad con el farero de la isla y su marido decide encerrarla en casa. Una prisión dentro de otra prisión. Entonces todo tiembla. En la película y en la realidad (la erupción era real). El volcán entra en erupción, como una maldición que se repite una y otra vez. Los habitantes de la isla, resignados, se refugian en el mar con sus barcas y rezan a ese dios salvaje para que les perdone la vida. Karin no. Y la película entra en territorio mítico.
Mientras el volcan sigue en erupción, el personaje de Ingrid Bergman consigue huir de su casa-prisión y decide atravesar la ladera del volcán y así pasar al otro lado, donde una hipotética barca le llevaría lejos de allí. La mujer contra el volcán, contra la naturaleza y contra dios. En el trancurso de su asombroso viaje hacia un infierno de cenizas y lava, Karin dialoga consigo misma y con el volcan. Es un diálogo fiero, asombroso, pero la naturaleza es aún más fiera, y Karin acaba implorando a Dios (al volcán) por su destino. La fuerza telúrica de esta escena es pasmosa, al igual que su resolución (que no destriparé), de una modernidad absoluta. Al final, a uno no le queda más remedio que levantarse y aplaudir ante esta auténtica leccion de cine.
Bonus track: la escena de la pesca del atún
Para terminar, una perla, una pieza magistral que funciona de manera independiente al film : Karin quiere tener un gesto de acercamiento a su marido y decide visitarle en su quehacer diario, la pesca. En estos escasos minutos asistimos a un ritual, la caza del atún, que sobrecoge por su fuerza, su autenticidad y su humanismo. Rodada con los verdaderos pescadores de la isla, es un momento mágico. El hombre y el mar. Nada más. Nada menos. Disfrutad.
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