'Park Row' es una interesante cinta dirigida por el inmenso narrador que fue Samuel Fuller, la quinta de su siempre estimulante filmografía, dirigida a principios de los 50, época en la que el director nos dejó un buen puñado de cintas bélicas y cine negro que se encuentran entre lo mejor del género. Curiosamente la película que hoy nos ocupa es una rareza dentro de su trayectoria. Un film que versa sobre el mundo del periodismo, narrado muy trepidantemente y con una fuerte carga de idealismo, algo también poco común en el cine de Fuller.
Su argumento nos lleva al Nueva York del año 1880, en el que un periodista escandalizado por los métodos del periódico en el que trabaja, provoca su propio despido, y con la ayuda de un soñador lleno de dinero levanta su propio negocio: un periódico nuevo, caracterizado por contar la verdad sin manipular ningún tipo de información (este film no gustaría a ninguno de los directores de nuestra queridísima prensa actual). El éxito que obtiene es inmediato, pero también provocará el enfado de su más directa competencia, y pronto estallará una lucha de intereses.
Lo mejor de 'Park Row' es el trabajo de dirección con la increíble puesta en escena de Fuller, en la que no se corta ni lo más mínimo a la hora de realizar extraordinarios planos-secuencia, que le infieren al film un ritmo absolutamente trepidante, con lo que se logra que el film no aburra ni lo más mínimo. Por otro lado, estamos hablando de una película cuya duración son unos escasos 80 minutos, tiempo relativamente corto como para que uno se aburra viendo un film. Aún así, es imposible no sentirse maravillado por las resoluciones visuales a las que llega Fuller, jugando con el decorado y los actores en todo momento, quizá para expresar visualmente el ajetreado mundo del periodismo, en el que todo está continuamente en movimiento. Fuller es de los pocos directores que no se limitiban simplemente a filmar sin más una historia. Esa forma de filmar, de rodar cada secuencia, iban en perfecta armonía con lo que estaba retratando.
Quizá su argumento no está del todo bien terminado, o bien cerrado. Su comienzo es espectacular, y también duro, directo y conciso. Uno diálogos brillantes enganchan enseguida a un espectador asombrado de que a principios de los 50 se pudieran soltar esas frases en una película. Pero según va avanzando la acción, la película va perdiendo algo de su fuerza temática, por culpa de un exceso de idealismo, que desentona un poco con el tono de su historia. Un final demasiado precipitado y que deja un poco vacío, no termina de convencernos, y nos hace preguntarnos si quizá Fuller no se atrevió a llegar hasta sus últimas consecuencias.
Por otro lado, a pesar de que todos los actores secundarios están sobresalientes, de la pareja protagonista no se puede decir lo mismo. Gene Evans, actor fetiche de Fuller por aquellos años, está bastante forzado y exagerado en su interpretación, con cara de haberse enfadado con el mundo entero. Y Mary Welch se nota que era su primera película (y la última, pues moriría 6 años después dando a luz), vistiendo casi siempre de negro, detalle argumental un poco incomprensible, y no sabiendo muy bien cómo responder en algunas escenas. Además, la química entre los dos es simplemente inexistente.
Una película correcta, altamente disfrutable por la impecable labor de Fuller, de la cual podrían aprender muchos directores modernos, que al lado de este viejo maestro se quedan viejos. Evidentemente, no estamos hablando de uno de sus mejores trabajos, pero sí es un producto recomendable y que si se hiciera hoy día levantaría más de una ampolla.
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