Aviso a navegantes: Este artículo contiene spoilers a mansalva de la 'Watchmen' de HBO, así que si no estáis al día con su visionado y no queréis arruinaros unas cuantas sorpresas, mejor volved a leer una vez hayáis visto su séptimo episodio.
Lo reconozco; a excepción de su contribución al reinicio de la vertiente cinematográfica de 'Star Trek' junto a J.J. Abrams en 2009 y 2013, nunca he sido un especial admirador del señor Damon Lindelof. No he conseguido encontrar ese presunto genio ni en sus trabajos para la gran pantalla como 'Guerra Mundial Z', 'Tomorrowland' o 'Prometheus', ni en su celebrada obra magna catódica —hasta la fecha— 'Perdidos'.
Pero este 2019 parece que terminará marcado por mi gran reconciliación con el de New Jersey. Y es que, sin tan siquiera haber terminado el arco argumental de 9 episodios que, presuntamente, cerrará su último trabajo hasta la fecha, el productor y guionista ya ha convertido la excepcional 'Watchmen' en el que podríamos catalogar, sin despeinarnos, como el fenómeno televisivo de la temporada.
Desde su espectacular arranque con 'Es verano y nos estamos quedando sin hielo' el pasado 21 de octubre, la nueva serie estrella de HBO —¿Juego de qué?— ha jugado con fuerza todas sus cartas para postular a colarse entre los primeros puestos en las listas con lo mejor del año; y lo ha hecho llevando un paso más allá los arquetipos y mecanismos narrativos del whodunnit? o el murder mystery de manual.
Murder mystery a la Lindelof
Pese a lo revolucionario de su propuesta y a lo rompedor que fue para el noveno arte, el 'Watchmen' original de Alan Moore y Dave Gibbons escondía un corazón muchísimo más tradicional del que podría parecer a simple vista.
Durante sus primeras páginas de su número inicial, el icónico Rorschach, ahora reconvertido en un símbolo del alt-right supremacista norteamericano, rezaba su igualmente célebre frase "Esta noche, un comediante ha muerto en Nueva York"; sentencia que daría pie a una historia detectivesca que, en sus cimientos, no entraña mayores innovaciones.
¿Quién es el susodicho Comediante? ¿Quién podría haberle asesinado? ¿Cuál es el móvil del crimen? Estas preguntas, que podrían haber salido de cualquier noir protagonizado por un detective con gabardina y fedora, evolucionan en una inteligente deconstrucción del superhéroe y en una trama mucho más compleja; pero Lindelof, consciente de lo necesario de una vuelta de tuerca, ha subido las apuestas en lo que respecta a la intriga principal.
Una vez concluido el primer acto de la 'Watchmen' catódica, todo parecía indicar que estábamos ante la enésima historia de crimen sin resolver que repetiría los esquemas del material original, sustituyendo a Edward Blake por Judd Crawford. ¿Quién se esconde realmente tras el jefe de policía de Tulsa? ¿Quién podría haberle asesinado? ¿Cuál es el móvil del crimen?
Por supuesto, estas cuestiones son de vital importancia para el desarrollo del argumento, pero son respondidas con una mayor velocidad de la esperada —aunque no con todo lujo de detalles—, porque en 'Watchmen', el verdadero misterio recae sobre su protagonista, Angela Abar, y en un pasado lleno de claroscuros sobre el que se apuntala la verdadera razón de ser del show: su estudio acerca del racismo y la situación política en la Norteamérica actual.
Una verdad incómoda
A bote pronto, se me ocurren infinidad de modos de etiquetar la 'Watchmen' de Damon Lindelof, pero, probablemente, uno de los primeros que me llegan a la mente es el de "políticamente incómoda". Después de siete capítulos, puedo contar un buen número de ocasiones en las que mi integridad moral y mi juicio de valor sobre ciertos personajes, voluntariamente ambiguos, se han visto comprometidos por lo incisivo del libreto y su discuro.
Durante los primeros compases de la serie, comenzando por la sobrecogedora recreación de los disturbios raciales de Tulsa acontecidos en 1921, estas lecturas se muestran más obvias en su intención. Esto queda patente con metáforas menos elaboradas como la del uniforme del Ku Klux Klan que Crawford esconde en su armario, justificando su posesión escudándose en los recuerdos familiares y evidenciando un blanqueamiento del racismo que, aunque no se proclame a los cuatro vientos, es una constante en nuestros tiempos.
Pero es a partir del quinto episodio, titulado 'Pequeño miedo a los rayos', cuando 'Watchmen' comienza a ganar complejidad discursiva y a ponerse más delicada si cabe. En estos magníficos 59 minutos, cómic y serie estrechan su abrazo al revelar al enigmático Looking Glass la gran verdad de la realidad alternativa en la que habita: la catástrofe del 2 de noviembre de 1985 en Nueva York fue uno de los mayores fraudes de la historia estadounidense.
Como los lectores del original sabíamos, el alien tentacular que acabó con la vida de tres millones de personas en la Gran Manzana y dejó graves secuelas a miles de afectados fue obra de Adrian Veidt, e influyó en la actualidad política del país —el mensaje de Ozymandias al presidente Redford en la serie así lo confirma—, trascendiendo entre el pueblo una versión muy distinta de los acontecimientos a la real, que quedó registrada en el diario de Rorschach.
El tratamiento que Lindelof da a todo esto no deja de adaptar la paranoia post 11-S al universo 'Watchmen', además de lanzar un dardo envenenado a la sociedad devoradora y asimiladora de fake news en la que vivimos. Pero cuando creía que el compromiso de la serie con sus temas no podía ir a más, Angela sufrió una sobredosis de Nostalgia.
El trauma heredado
Y entonces, Damond Lindelof dio forma a los sesenta minutos que, giros demenciales aparte, serán por los que recordemos su imprescindible 'Watchmen' una vez llegue a su punto final. Un sexto capítulo en el que, por primera vez, nos introducimos plenamente en el punto de vista del investigador —el de Angela en este caso— para responder de primera mano las grandes cuestiones planteadas hasta el momento.
En 'Este ser extraordinario', las creaciones de Moore y la de Lindelof se funden en un ejercicio formal y narrativo sensacional al reescribir los orígenes de Justicia Encapuchada; el primer vigilante enmascarado de la historia, que sirvió como fuente de inspiración a los Minutemen y que no es otro que Will Reeves, el abuelo de Angela y verdugo de Judd Crawford.
Sí, Justicia Encapuchada era un hombre negro. Un superviviente de la masacre de Tulsa que no se libraría del estigma racial en toda su vida; ni durante su convulsa carrera como policía, ni en su periplo como vigilante enmascarado, en el que el color de su piel fue determinante para tomar la decisión de ocultar su rostro.
No obstante, además de para hacer progresar la trama de la serie explicando los orígenes del Séptimo de Caballería en la organización supremacista Cíclope —fantástica analogía con el único ojo del alien de Adrian Veidt—, la historia de Will encuentra su razón de ser en la conexión con la de su nieta Ángela; también agente de la ley y vigilante anónima.
Lejos de ser casual —está claro que en 'Watchmen' poco o nada lo es—, esta repetición de patrones entre abuelo y nieta obedece a la lectura sobre el legado presente en el show de HBO. En 'Pequeño miedo a los rayos', uno de los asistentes a la reunión de afectados por la catástrofe de Times Square del 85 afirma ser víctima de una suerte de "trauma heredado"; no había nacido cuando el alien llegó a nuestro planeta, pero su madre le cedió a través de sus genes el terror y los efectos secundarios de los afectados por el choque psiónico provocado por la criatura.
Del mismo modo, el trauma, la ira y el miedo de Will, grabados a fuego en su mente desde su experiencia en Tulsa cuando era sólo un niño, pasaron de generación en generación hasta llegar a Angela. Una suerte de metáfora equiparable a la del uniforme del Klan del armario de Crawford que nos recuerda que sólo comprendiendo el pasado, seremos capaces de comprender el presente.
A fin de cuentas, plot-twists revientacabezas como el del séptimo episodio de 'Watchmen' —que también deja su sello discursivo en la ambigua relación entre el Dr. Manhattan y la población vietnamita o en la figura del Senador Keene—son lo de menos en una serie que, con una inteligencia envidiable, está representando con una fidelidad escalofriante la realidad de la sociedad actual y los mecanismos que la articulan.
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