La gran mayoría de lectores de esta página ni sabrán quién es Alan Ball. Algunos quizá le recuerden como un guionista con aire de freak despistao en la ceremonia de los Oscar del año 2000, que premiaba las mejores películas del año 1999, y que entronizó ‘American Beauty’ como lo mejor de aquel año. Otros ni eso. No me creeran, por tanto, si digo que Ball es el escritor cinematográfico más implacable, brillante y certero de todos cuantos han deconstruido la sociedad occidental en general y la norteamericana en particular.
Aunque bueno, si digo que escribió ‘American Beauty’, algunos ya asentirán con la cabeza. Puede que de estos haya unos cuantos que también se hayan visto, completita, la serie de televisión ‘A dos metros bajo tierra’, de la iniguable cadena por cable HBO. Y cuando digo completa, digo las cinco temporadas, 63 episodios que no sólo se inscriben con letras de oro en la historia de la televisión, sino que a juicio de quien esto firma, y me da exactamente lo mismo que me llamen radical, representan una cumbre estética del audiovisual de todos los tiempos.
Hace pocos días tuve oportunidad de volver a ver, después de casi diez años desde la última vez, ‘American Beauty’, debut en la dirección de Sam Mendes, con la que él, y Ball, y Speacy se llevaron el Oscar. El compositor de su partitura musical (la banda sonora es la música…y todo el sonido) fue Thomas Newman, el mismo que luego firmó la intro para ‘A dos metros bajo tierra’ y algunos arreglos musicales. Viendo esta estupenda película, que pese a sus arritmias es de lo más audaz y cínico en muchos años de cine americano, a uno le asaltan a la mente varias cuestiones. La primera de todas ellas es lo mucho que recuerda a la serie que Ball comenzaría a escribir, producir y dirigir (en parte) dos años después.
Entonces, si pensamos que la película es anterior a la serie…¿acaso Ball para hacer su insuperable serie copió algunas de las formas de la puesta en escena de Mendes? Yo creo que no. Todos los temas y motivos que luego veremos en la serie, están presentes de forma un poco menos pulida, pero igualmente potentes, en la película. ¿Le influyó, por tanto, la puesta en escena de Mendes? Yo creo que tampoco, pues luego hemos podido ver en la carrera de este director, lo impersonal que puede llegar a ser. Mendes es un extraordinario director de actores, pero más allá de esta gran virtud, le falta temperamento como cineasta, personalidad.
Algún día, una vez convenza a mis superiores, debería hacer un análisis, un ensayo, sobre ‘A dos metros bajo tierra’, que me llevaría, probablemente, varios meses y muchos folios. Y digo con permiso de mis superiores, porque estamos en un blog de cine, y en teoría eso no es cine, sino televisión. Pero en verdad está filmado en cine, y no tiene aspecto, digamos, de producto televisivo. Como no lo tienen ‘The Wire’ o ‘Deadwood’. En ella se nos cuenta la historia de una familia dedicada al negocio funerario, y la extraña forma que tiene esta familia (en realidad, todos somos así de extraños) de enfrentarse a la vida.
Hay cinéfilos que tacharían enseguida a Ball de morboso, o de provocador, como si un artista de altura no pudiera serlo. El caso es que este curtido guionista de televisión comenzó a dar muestras en ‘American Beauty’ de una serie de obsesiones que luego cristalizarían en su serie. De hecho, por muy brillante que nos pareciera el guión de la película por aquel entonces, parece un mero esbozo, un borrador, de lo que sería capaz este creador. Hay algo de Nathaniel Fisher (maravilloso Richard Jenkins) en Lester Burnham, ese perdedor que no puede con la sociedad que le ha tocado vivir. Y algo también de la neurótica Ruth Fisher en Carolyn (perfecta Annette Bening).
Y en cuanto a la homosexualidad, siempre está presente en el trabajo de este hombre. Y es un factor desequilibrante de la trama, como si los homosexuales tuvieran algo que decir aunque al resto no le importe demasiado. Gay reconocido, Ball no está dispuesto a dejarlos a un lado. Si su presencia es central en su serie, en ‘American Beauty’ es la que desequilibra la trama, y en ‘True Blood’ es tan cotidiana como los vampiros. Este creador quiere hablar de temas que otros consideran resbaladizos, y quiero hacerlo de forma directa. Ya somos todos mayores de edad. Y lo somos no sólo para aceptar la homosexualidad, también para hablar de conductas sexuales extravagantes.
¿Se puede dejar una marca de estilo en cómo los personajes se relacionan con las drogas, o en cómo se relacionan entre ellos en las comidas o en las cenas? Desde luego que sí. Alan Ball ha demostrado que sí, con esas secuencias marca de la casa, en las que la cena familiar es un momento para la revelación, la subversión, la sorpresa o la intriga. Porque a Alan Ball le importan las personas, por muy extrañan que nos resulten sus vidas.
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