Recuerdo una pintoresca escena de 'Ya eres un gran chico' ('You´re a big boy now', 1966), una de las obras maestras menos reconocidas de Francis Ford Coppola, en la que el protagonista, un joven adolescente con problemas de adaptación, fantaseaba con aplicar nombres y apellidos al azar a los distintos peatones que encontraba a su paso.
Como impelido por un extraño mecanismo de inercia, el espectador relacionaba de inmediato la etiqueta pronunciada por el muchacho con el rostro de las distintas personas que aparecían en pantalla, aun a sabiendas de que fuera falsa, dando lugar a una suerte de fenómeno performativo de la escuela de Butler. Margot Sanders, Michelle Robbins, Jack Penthouse, Michael Flanagan… La realidad pasaba a un plano oculto, menos interesante y, paradójicamente, también menos significativo.
Me resulta imposible no relacionar esta sucesión de imágenes con los recuerdos de mi yo adolescente, indagando entre las estanterías de majestuosos e inabarcables videoclubes, en la Edad de Oro del cine de los ochenta y la exploitation. Yo mismo fascinado y aturdido entre carátulas que aparecían firmadas por distintos nombres que, en muchas ocasiones, no se correspondían con personas reales sino más bien representaban una proyección de estas mismas con fines comerciales, como una percha más a la hora de capturar la atención del posible e incauto cliente.
La vergüenza callada: creación y difusión del seudónimo
Aquellos años fueron fiestas de máscaras chiripitiflaúticas en las que Juan Piquer Simón podía pasar por J.P. Simon (por imperativos del mercado extranjero, preferiblemente estadounidense, todavía temeroso de los nombres españoles, sinónimos de chapuzas) y Jesús Franco convertirse, según correspondiera, en Jess Franco, Jess Frank, David Khune o A. L. Mariaux.
El complejo europeo no sólo afectaba a lo español, pues se dio mucho entre la exploitation italiana: así, Antonio Margueretti fue Anthony M. Dawson y Antony Daisies; Aristide Massaccesi se convirtió en Joe D´Amato; así como Andrea Bianchi en Andrew White, siempre moviéndose entre géneros liminares con el horror, la ciencia ficción, el suspense, la sexploitation y la pornografía.
El mismo Sergio Leone aparece con el trasunto de Bob Robertson en algunas versiones de su célebre Trilogía del Dólar. Con Italia podríamos casi hacer una mini enciclopedia: Enzo G. Castellari fue E.G. Castell; Luciano Risi, Herbert Wise; Luigi Cozzi, Lewis Oates; Bruno Mattei, Vicent Dawn; el actor Luigi Montefiori, George Eastman; Giarcarlo Parolini, Frank Kramer; Lucio Fulci, Louis Fuller; Giorgio Ferroni, Calvin Padget; Umberto Lenzi, el nabokoviano alias de Humphrey Humbert; Riccardo Freda, Robert Hampton; Massimo Puppilo, Ralph Zucker; Camilo Mastrocinque, Thomas Miller; Renato Polselli, Ralph Brown; Mario Bava, John M. Old. Y su hijo Lamberto, para continuar con la tradición familiar, John M. Old, jr. Tantas veces las apariencias engañan, amigos.
De hombre a mujer y viceversa
El controvertido caso de Carmen Mola hacía flotar en mi cabeza todos aquellos nombres y disfraces que, a veces, también implicaban un cambio de sexo, como es el caso de cuando el mismo Jesús Franco usó el nombre de su mujer y estrella Lina Romay para firmar algunos de sus filmes S o X.
¿Existen otros casos de hombres firmando como mujeres dentro del género? A mí se me ocurre al menos uno: David DeCoteau, director de deliciosas comedias trash como 'Dr. Alien' y progresivamente especializado en cine de serie B de marcado componente homoerótico, firmando algunas de sus películas como Victoria Sloan o Ellen Cabot. Y en otro orden de cosas, Steven Soderbergh usando el nombre de Mary Ann Bernard para firmar el montaje de 'Solaris'. El mundo del clasificado S fue también prolijo en escamoteos y caretas: Al Bagran era Alfonso Balcázar; Félix Varón, Ismael Rodríguez; Richard Vogue, Ricard Reguant y un largo etcétera…
Las más de las veces el uso del seudónimo se debía al descontento con el resultado final y el consiguiente cargo del mochuelo al primero que pasara por allí: tal es el caso de la taquillera 'El maravilloso mundo del sexo', a mayor gloria de Susana Estrada, dirigida por Gil Carretero, pero firmada por su secretario, Mariano V. García. El porno también sería famoso por sus seudónimos, cuando fuera llevado a cabo por directores que no querían ver menoscabado su prestigio: Henri Pachard, Henri Paris, Damon Christian, Armand Weston, Alex deRenzy o Bruce Steven no serían más que máscaras de quita y pon.
El seudónimo como broma o guiño
El seudónimo no sólo es una argucia comercial, también oculta una vergüenza. Las más de las veces, por el resultado final, pero también por una nacionalidad, por la necesidad de escamotear un diseño de producción mejorable. Pero a veces, la careta esconde un guiño.
Así es el caso de Walter Hill que, una vez vistos los resultados de la irregular 'Supernova', prefirió parapetarse bajo el nombre de Thomas Lee, un guiño a uno de sus personajes de una de sus películas más reconocidas, 'Calles de fuego'. Lo mismo le pasó a Blake Edwards en el guion de la simpática Ciudad muy caliente', que prefirió usar el nombre de Sam O' Brown, iniciales de su película S.O.B., esto es Son of bitch, la película que tan cariñosamente el director dedicara a la industria del cine y que en las estanterías españolas, rizando el rizo, fuera subtitulada como 'Sois hOnrandos Bandidos'.
David O. Russell, tras no considerarse responsable de la aquí inédita 'Accidental Love', utilizó el nombre de Stephen Greene, sin relación aparente con su obra anterior. David Lynch, para la versión televisiva de su discutida 'Dune', aparecería acreditado en el guion como Judas Booth, un guiño a Judas Iscariote y a John Wilkes Booth. Para el libreto de la neumática 'Megavixens' ('Up!') de Russ Meyer, el prestigioso crítico Roger Ebert se ocultaría bajo el chisposo nombre de R. Hyde (o lo que es lo mismo; está(n) escondidos).
Igualmente se da el caso de directores que recurren al seudónimo para no figurar con su nombre en tareas de música, escritura o montaje. Es muy común en las producciones pequeñas, donde los directores quieren dar la impresión de que el equipo implicado es mucho mayor.
Pero también se da entre cineastas independientes de mayor influencia y envergadura, como es el caso de Joel y Ethan Coen, que firman muchos de sus montajes con el nombre ficticio de Roderick Jaynes; Steven Soderbergh, que ha utilizado Peter Andrews, el nombre de su padre, o Sam Lowry, para firmar sus guiones. Otros seudónimos famosos en España para la escritura fueron Luis Peñafiel (Chicho Ibáñez Serrador) o Jaime de Andrade, trasunto del mismísmo general Franco para el guion de 'Raza' de José Luis Sáenz de Heredia.
John Carpenter también es muy amigo de los seudónimos y los usa como pequeños homenajes y juegos de palabras a escritores, realizadores y personajes, en las tareas de escritura o música: John T. Chance en 'Asalto a la comisaria del distinto trece', Frank Armitage en 'Están vivos' y, por supuesto, Martin Quatermass en una de sus obras de terror más personales: 'El príncipe de las tinieblas'. A veces el seudónimo no pasa de la mera broma fácilmente identificable: Steven Spielberg firmando como Steven Spielrock en la producción ejecutiva de 'Los Picapiedra'.
Expediente Smithee
Durante un año hubo un nombre que me intrigaba especialmente durante mi peregrinaje entre las estanterías. Alan Smithee. Aquel hombre parecía haber dirigido muchas películas y curiosamente ninguna era lo que se dice buena. Debemos precisar que nos encontrábamos en una época pre-Internet, en la que no era tan fácil encontrar cierto tipo de informaciones, y que yo era un adolescente particularmente ingenuo que creía que BSO (siglas de Banda Sonora Original, como descubriría tiempo después) era un grupo, como REM, que había compuesto las canciones originales de 'Ghost', 'Pretty woman' y 'Twin Peaks'. ¡Menudos cracks!
Con el tiempo descubriría que tras el nombre de Smithee no se encontraba nada, salvo la vergüenza y el arrepentimiento, pues el tal Alan no era más que un seudónimo. Un seudónimo que a veces tomaba las formas de Allan Smithee o Allen Smythee para venir a decir más o menos lo mismo: que el responsable repudiaba el resultado de la película. El tal Smithee nace en 1968 como invento, o parche, del Sindicato de directores de Hollywood, y muere con el comienzo del milenio, a raíz de una historia particularmente divertida que luego contaremos.
Según la cláusula establecida por el sindicato, que con el tiempo se extendería también al gremio de guionistas y en algún caso raro a segundos de dirección y compositores, el director se comprometía a no desvelar quién se ocultaba tras la máscara, así como a no explicar las razones de su insatisfacción autoral y creativa. Lo malo o lo bueno es que, como casi siempre en Hollywood, todo se termina sabiendo.
Pese a que la mayoría de las películas que firmaría el inexistente Smithee serían comedias o delirios de acción, el caso es que todo empezó con un western. Durante el rodaje de la modesta 'La ciudad sin ley' ('Death of a Gunfighter'), el actor Richard Widmark se encuentra descontento con el trabajo del director, Robert Totten y se las arregla para que sea reemplazado por el más prestigioso Don Siegel, responsable de clásicos como 'La invasión de los ladrones de cuerpos' y futuro autor de 'El seductor' o 'Harry el sucio'. Siegel invierte entre 9 y 10 días de rodaje, que se sumaban a los 25 del trabajo de Totten. Cuando la película se termina, Siegel rechaza aparecer en créditos y Totten se niega igualmente.
El sindicato de directores propone usar entonces este nombre cifrado para el estreno de la película en 1969. Si bien en numerosas fuentes figura que el origen del nombre correspondía a un anagrama de "The alias men", lo cierto es que fue un derivado de Al Smith, tras ser rechazado éste por considerarse demasiado común y, por tanto, proclive a equívocos.
Aunque a día de hoy 'La ciudad sin ley' es un título olvidado, valioso, eso sí, para los completistas del western o la filmografía del señor Siegel, la crítica no la recibiría del todo mal, pese a lo desbaratado de su rodaje. Roger Ebert, quien como hemos visto, no es del todo ajeno a los seudónimos, diría de ella: "no conozco de nada a Smithee, pero el caso es que consigue que la historia se desarrolle con naturalidad". Una circunstancia atípica ya que, con el tiempo, el nombre de Smithee pasaría a ser sinónimo de basura, un aviso grabado a fuego en las carátulas comerciales. Si usted alquila esto, abandone toda esperanza.
Casi al mismo tiempo, el seudónimo también sería aplicado de manera retroactiva a otra película, dirigida por Jud Taylor con anterioridad a 'La ciudad sin ley'. Se trataba de 'Fade in', también conocida como 'Iron cowboy', protagonizada por Burt Reynolds. Taylor, que volvería a usar el seudónimo en 1980, comentaría más adelante: "Tuve un par de complicaciones en mi carrera relacionados con el montaje y el hecho de no haber concretado con mi agente el número de días que podría dedicarme a ello. Entonces fui al sindicato y les planteé el problema. En ambos casos tuve que recurrir al nombre de Smithee. Significaba una señal para la industria desde el punto de vista de unos derechos creativos que habían sido dañados".
Los más atractivos despropósitos de Smithee
Tanto la Wikipedia como la IMDb recopilan más de 20 títulos firmados con el hombre fantasma, a los que habría que añadir otros tantos correspondientes a trabajos televisivos y vídeos musicales. En muchos de ellas, el director continúa en el anonimato, pero aquí nos centraremos en los casos más llamativos. Vaya por delante que, al menos a juicio de este crítico, no todas las obras firmadas con el nombre de Smithee son películas completamente desdeñables.
'Camino de retorno' ('Cathfire') es probablemente el ejemplo más notable. Dirigida realmente por el actor Dennis Hooper, después de la notable 'Colors: colores de guerra' y justo antes de la que sería una de sus mejores obras, 'Labios ardientes' ('The hot spot'), la película constituye una rareza en toda regla, protagonizada por el propio Hopper, Jodie Foster, Fred Ward y Vincent Price y con pequeños papeles para Joe Pesci, John Turturro, Charlie Sheen, Catherine Keener y Bob Dylan.
La producción se caracterizó por los continuos enfrentamientos entre Hopper y Foster; concretamente a partir de una escena de ducha en la que la actriz tenía que aparecer desnuda de cintura para arriba. El guion, originalmente escrito por Rachel Kronstadt, sería reescrito por Ann Louise Bardach. Hopper llegaría a contratar a un tercer guionista, el director Alex Cox, para pulir el resultado, pero no lograría salvar la película. La crítica dijo de ella: "Es un film mediocre, con giros ilógicos, a veces incomprensibles, y un pobre desarrollo de personajes". Continúa siendo la película maldita de la estimulante trayectoria del director, incluso por encima de 'The Last Movie'.
Más adelante, Hopper añadiría 18 minutos al material y la recuperaría para la televisión por cable, ya con su nombre en créditos y con el título de 'Backtrack'. Esta es la versión que vimos en España, directa a vídeo, con el título señalado más arriba. El resultado es un despropósito sorprendentemente torpe que, a veces, recuerda a la comedia negra que podía haber sido pero que en cualquier caso desmerece al vigor narrativo del autor de la extraordinaria 'Caído del cielo'.
Algo parecido debió ocurrir nueve años más tarde con 'Se busca mujer', basada en una novela de Joanna Glass y protagonizada por Holly Hunter, Kiefer Sutherland y Michael Moriarty, que iba a ser la tercera incursión tras la cámara del propio Sutherland tras el telefilm 'El último amanecer' y el bien recibido thriller 'Últimas consecuencias' ('Truth or consequences, N.M.'). De escasa repercusión, la película sería una de las últimas que usarían oficialmente el seudónimo de Smithee.
Otro de las ocasiones en los que la vergüenza iría íntimamente relacionada con el nombre de Smithee sería en relación al primer segmento del film de episodios 'En los límites de la realidad'. El segundo de dirección, Anderson House, usaría el nombre después de que el actor Vic Morrow y dos niños resultaran muertos en un accidente de helicóptero durante el rodaje. Curiosamente el director, John Landis, sí firmaría el segmento, aunque el incidente, del que se acabaría por declarársele no responsable, le traería no pocas complicaciones.
Otro ejemplo raro es el relacionado con la pobre parodia '13 asesinatos y medio', donde el productor, Michael Ritchie, también conocido director, utilizaría el seudónimo lavándose las manos ante el desastre, mientras que el director Mickey Rose, guionista habitual de las primeras películas de Woody Allen, sí firmaría la película con su nombre.
Más casos: Rick Rosenthal, firmante de 'Halloween 2: ¡Sanguinario!', renegando de 'Los pájaros 2: El fin del mundo', una secuela televisiva del clásico de Alfred Hitchcock 'Los pájaros', en 1994. Paul Bogart, futuro director del clásico gay 'Trilogía en Nueva York', recurriendo al seudónimo ante el resultado de la también televisiva 'Fun and games'. El prestigioso Stuart Rosenberg renunciando a la autoría de 'Let´s get Harry', cuando la productora tomó la decisión de filmar nuevo material para aprovechar la efímera popularidad de Mark Harmon.
La simpática comedia juvenil 'Home Front' ('Morgan Stewart´s coming home'), en la estela de la magnífica 'Todo en un día' y con Jon Cryer y Viveka Davis, filmada originalmente por Terry Winsor y, una vez éste fuera despedido, por Paul Aaron. La comedia de terror 'Ghost fever', coproducción entre EE.UU. y México, rodada originalmente por Lee Madden. La tragicomedia semiautobiográfica 'I love NY', dirigida en 1987 por el fotógrafo Gianni Bozzacchi, con Scott Baio y Jennifer Beals. La inenarrable farsa 'The shrimp on the Barbie', con Cheech Marin, capaz de avergonzar hasta al autor de 'Maniquí y Mr. Nanny'. Más aparente es la producción de 1990 'Solar crisis', dirigida por el veterano Richard C. Serafian, adaptación de la novela de Takeshi Kawata, que no convencería a su responsable.
A medida que avanzan los años noventa, las películas firmadas por Smithee y sus correspondientes anécdotas se van difuminando. Kelly Makin firma con este nombre algunas versiones de su divertida 'Desmadre sobre ruedas', ya que la productora incluyó en el montaje final algunas escenas no dirigidas por ella. 25 minutos cortados y numerosos cambios fueron razones más que suficientes para que Kevin Yaguer y Joe Chappelle renunciaran a aparecer en los créditos de la fallida 'Hellraiser: Bloodline', el cuarto episodio de la saga que, de todas formas, obtendría críticas terroríficas.
Lo mismo ocurriría en algunas versiones del documental sobre la vida del actor porno John Holmes 'Wadd: The life and times of John C. Holmes', de Cass Paley, lo que no le impediría a obtener buenas críticas y ganar diversos premios. No se puede decir lo mismo de un despropósito como 'The Nutt House', firmado por Adam Rifkin, y escrita por Scott Spiegel (bajo el seudónimo de Peter Perkinson), Bruce Campbell (R.O.C. Sandstorm), Ivan Rami (Alan Smithee Junior) y el mismísimo Sam Raimi como Alan Smithee. La película no era para menos.
También es frecuente que los directores emplearan el nombre de Smithee para versiones cortadas de sus películas. Tal es el caso de William Friedkin, que utilizó para la televisión para televisión por cable de 'La tutura' el nombre de Alan Von Smithee. Lo mismo ocurre con la versión para televisión de 'Rudy', dirigida por David Anspaugh el mismo año. Directores como Martin Brest o Michael Mann suelen utilizarlo también en las correspondientes versiones editadas de sus películas para la programación de los aviones.
¡Arde Hollywood! Un final a la altura del engaño
Y, durante todos estos años, ¿acaso no apareció alguien verdaderamente llamado Smithee exigiendo reclamar las recaudaciones y los derechos de autor de alguna de estas películas, cuando no de todas? ¿O que un hombre llamado de verdad Smithee quisiera quitar su nombre de un proyecto del que no se sentía responsable? Éste es precisamente el punto de partida del satírico mockumentary '¡Arde Hollywood!' ('An Alan Smithee Film: Burn Hollywood Burn') de 1997, protagonizado por Eric Idle, con apariciones de estrellas hollywoodienses como Sylvester Stallone, Jackie Chan o Whoopi Goldberg.
Por lo visto, el productor Joe Eszterhas metió excesivamente sus zarpas durante el rodaje, hasta el punto de que el director Arthur Hiller, artesano de la comedia durante los setenta y ochenta, pediría retirar su nombre y, como en uno de muchos casos en los que la ficción imita al arte, usar el de Smithee.
La película, una farsa atropellada e irregular pero simpática dentro de sus imperfecciones, fue un fracaso de crítica y público, quedando sólo como una mera anécdota a día de hoy. Eso sí, sirvió de perfecto y surrealista corolario a uno de los capítulos más curiosos, secretos y retorcidamente fascinantes de la industria cinematográfica durante las últimas décadas del siglo pasado: el asunto Smithee.
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