Veremos cuántas películas puedo hacer en el futuro, y no soy muy optimista(...). Nunca he sido un guerrero. Me siento más cómo un juglar, un trovador que cuenta sus historias de corte en corte. Y quizá sea el momento de empaquetar e irse. Quizá llevo mucho tiempo entreteniendo a esta corte.
Con el deseo de que estás declaraciones que Peter Weir hacía hace dos años no sirvan de epitafio a su magnífica carrera como cineasta abrimos en Blogdecine un nuevo especial llamado a repasar los catorce largometrajes —trece estrenados en salas de cine y un telefilme al que nos acercaremos por su especial relevancia en el conjunto de la obra del director— sobre los que el realizador australiano ha asentado una de las trayectorias más singulares del cine de las últimas cuatro décadas.
Catorce miradas que nos permitirán asomarnos a la filmografía de un director al que muchas veces se ha tachado de falto de personalidad, como ya se hiciera con Wiler en su momento, pero cuyo cine esconde una miríada de enfoques ocultos siempre tras el consciente esfuerzo del narrador por pasar desapercibido, una virtud mal ponderada por muchos críticos que desde aquí intentaremos paliar con el análisis de sus fascinantes propuestas cinematográficas.
Y así, a lo largo de los próximos tres meses y a razón de un filme por semana, los lunes quedarán reservados para mudarnos brevemente a París —no el de Francia— mientras, a la sombra de una gigantesca ola, intentamos dilucidar qué pasó en Hanging Rock. Un primer día de la semana en el que viviremos peligrosamente atrincherados contra los turcos mientras somos testigos de excepción de la construcción de una nueva civilización. Catorce jornadas en las que seremos alumnos de un privilegiado colegio en el que inmigrantes ilegales, mesías inesperados, grandes hermanos, héroes de la mar y prófugos del comunismo comparten pupitre bajo la tutela de un profesor que, sin pretenderlo, se ha convertido en un referente ineludible del séptimo arte.
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