El panorama del cine animado en 2012 era, definitivamente, muy diferente al actual. De hecho, la mayor parte de los estudios aún estaban tratando de seguirle el paso a una pletórica Pixar sin atreverse a salirse de sus líneas marcadas: lo más parecido que teníamos, con Hayao Miyazaki a punto de lanzar su -a priori- última película eran 'Frankenweenie', en la que Tim Burton volvía a sus orígenes a empezar -paradójicamente- su decadencia, 'El alucinante mundo de Norman', donde Laika mostraba que 'Los mundos de Coraline' no había sido un espejismo, o la compilacion de los tres magníficos episodios de 'It's such a beautiful day'.
Han pasado diez años y la ruptura que supuso 'Spider-man: un nuevo universo' sigue notándose a lo largo y ancho de todos los estudios, que ahora, por fin, sí se sienten capaces de competir tú a tú con Disney. La creatividad es una moneda de cambio que, por fin, muestra a cualquiera que quiera estar atento que la animación, como no se cansó de repetir Guillermo del Toro el año pasado, no es un género, sino uno medio que no puede estar constreñido a su propia categoría. Pero hay un eje que une a 2012 y 2023: la película más incomensurablemente bonita del año tiene a Ernest y Celestine como protagonistas absolutos.
Ernest y Celestine contra el fascismo
'El viaje de Ernest y Celestine' podría haber sido una secuela fabricada deprisa y corriendo para asegurarse el nicho de mercado, sí. Pero en su lugar es una película que ha respirado, ha tenido su tiempo y no ha tomado ninguna decisión en balde. Todo lo adorable de la primera parte está aquí: los fondos pastel, la amistad entre sus protagonistas, la contracultura cuqui, la música y el cine que te calienta el corazón a fuego lento para que salgas de la sala creyendo, al menos un poquito, en la humanidad.
La decisión fácil habría sido llenar todo de edulcorante y convertir esta secuela en un caramelo tan aparentemente agradable como difícil de tragar. En su lugar, 'El viaje de Ernest y Celestine' tiene el punto exacto de amargura y de rebelión contra lo establecido como para hacer olvidar sus intenciones aparentes de cuento dulce que se convierte en una golosina envenenada creando una dualidad entre lo que vemos: la belleza de cada plano y la impotencia que en ocasiones hace sentir.
En última instancia, la película está destinada a un público infantil y las lecciones más básicas que se pueden extraer de ella no son nuevas: luchar contra lo establecido, pelear contra las injusticias, creer que solo una persona puede cambiarlo todo. Pero lo hace en un contexto muy específico: el de una región cuyo poder legislativo ha prohibido toda la música excepto la nota Do. Sin especificar, es lo más parecido que tendremos jamás a ver a Ernest y Celestine luchando contra el fascismo. Y por supuesto que el viaje es apasionante.
Más allá de pasar el ratón
En un tiempo de películas espídicas, planos rápidos y nuevas técnicas de animación en las que nunca se desdeña la acción y la estridencia visual por encima de todo (no es una crítica: me encanta lo que Sony o Dreamworks están haciendo con sus proyectos), esta cinta nace como una rara avis donde reina el preciosismo, la belleza casi pictórica dibujada a la acuarela e incluso las escenas de acción y persecuciones estiran todo lo que pueden el medio para sorprender visualmente sin necesidad de hacerse notar (o, más bien, de dar la nota).
Aunque siempre hay quien se empeña en dar a la animación en dos dimensiones por muerta, solo hay que ver 'El viaje de Ernest y Celestine' para darse cuenta de todo lo que aún tiene por ofrecer en cuanto nos alejamos un poco de los colores planos, los movimientos en bucle y las historias en exceso infantiles ofreciendo, a cambio, el paradigma de "película para toda la familia". Es preciosa, tiene un potente subtexto, se aprecia de manera diferente en cada etapa de la vida y, al mismo tiempo, es absolutamente pura. Ojo, pura, que no blanca.
Cualquier otra película para niños habría hablado de la intolerancia desde un punto de vista con menos matices: la típica historia de un tirano malvadísimo y una niña de buen corazón. En esta cinta se habla sin pudor del poder legislativo, las situaciones paterno-filiales complejas, la resistencia al poder dominante, la fuerza de la contracultura y esos dolores que se quedan de manera irremediable anquilosados en el tiempo. Pudiendo ser un pequeño cuentecito, forma un monumento repleto de aristas y personalidades complejas tan sencillo de comprender como difícil de montar con éxito.
Dejando corazones calentitos
Puede que esta no sea la película de animación más sorprendente del año, pero tampoco nace con esa intención. Al igual que la primera, tiene su propio tono de voz y cuenta su historia sin preocuparse de lo que hagan las de al lado. Te envuelve en un tono tranquilo, te arrulla con su aspecto visual digno de museo y te acaricia con sus historias dentro de la historia y sus personajes rebeldes contra el poder.
Y, además, sin dejar de lado dos elementos clave de la primera parte separados tan solo por un fonema: el humor y el amor. Aquí es inevitable sonreír durante la mayor parte del metraje, pero especialmente en escenas como la sonata tocada solo en Do o las persecuciones, tan bien animadas como hilarantes. La comedia no abandona en ningún momento la cinta pero sin tratar de ser histriónica o tener un punchline preparado en cada momento, sino como un amable paraguas que acoge (y recoge) cada uno de sus minutos.
Pero si hay algo que hace especial a Ernest, el oso, y Celestine, la ratita, es el amor que se tienen el uno al otro. La auténtica familia encontrada. Las peleas entre ambos nacen siempre de la buena fe y de querer lo mejor para la otra persona: tienen muy claro que su máxima es estar ahí para el otro, pase lo que pase. Más allá de familias más o menos abusivas, tristezas y pasados repletos de rechazo, en 'El viaje de Ernest y Celestine' siempre, en todo momento, les queda la música. Y ellos, escuchando, tocando, abrazados en el centro.
En Espinof | Las mejores películas de animación en 2023... hasta ahora
Ver 3 comentarios