El trío formado por Jon Garaño, José Mari Goenaga y Aitor Arregi causó sensación en el cine español con ‘Loreak’ y confirmaron su talento con ‘Handia’. En ambas ocasiones los tres participaron en el guion, pero Garaño era el único que repetía en la dirección -Goenaga firmaba ‘Loreak’, mientras que Arregi hacia lo propio con ‘Handia’-, siendo ‘La trinchera infinita’ la primera de sus películas que está realizada por los tres al unísono.
Para la ocasión se han inspirado en el caso real de los conocidos como “topos”, una serie de personas que se refugiaron en escondites dentro del hogar familiar durante el régimen franquista. Un hecho poco abordado por el cine español que en ‘La trinchera infinita’ sirve para explorar con gran acierto la evolución del matrimonio formado por unos extraordinarios Antonio de la Torre y Belén Cuesta.
Los “topos” del franquismo
‘La trinchera infinita’ arranca principalmente con una persecución: los nacionales han llegado a un pequeño pueblo andaluz y uno de sus concejales tiene que darse a la fuga. Garaño, Goenaga y Arregi potencian un ritmo vibrante durante estos primeros minutos, recurriendo a menudo a la cámara en mano para ilustrar los diferentes intentos de huida del personaje interpretado por De la Torre.
Este tramo dura una media hora y es el más contundente en términos de puesta en escena. Los nacionales quieren acabar con él y la única salida que le queda es refugiarse en un agujero que había creado en el interior de su casa al esperar que algo así pudiera pasar. Es una decisión muy inteligente tanto para meter de lleno al espectador en el relato como para establecer el escenario y a sus personajes. Antes era su bando el que estaba por encima y ahora las tornas han cambiado, como bien se ilustra a través de la conversación del personaje de Cuesta con unos vecinos poco después de que el marido de esta última se haya convertido en uno de esos “topos”.
Es entonces cuando el ritmo baja y poco a poco el interés de la película va girando más hacia cómo la situación y el paso del tiempo afecta al matrimonio protagonista. Tras verlos sufrir lo indecible y cómo su amor se imponía a todos los peligros que había a su alrededor, la cosa cambia. Empiezan a surgir las grietas en su amor una vez que su situación termina de estabilizarse. Eso sucede más o menos a la hora de película y todavía quedan noventa minutos más por delante.
Ya entonces se nos había empezado a acostumbrar a ver la vida a través de los ojos de él, primero en el fondo de un agujero y luego en un falso hueco en la pared. La realidad de lo que está sucediendo en España va quedando poco a poco a un lado -aunque hay hasta tiempo para que uno de los episodios de la centre gire alrededor del dictador Franco-, pasando más a ser una amenaza inconcreta en lugar de ese peligro tan real que llevó al protagonista a aceptar su situación cuando bien podría haber empezado una huida hacia ninguna parte.
El dolor interior
Ahí quizá hay que ponerle algún pero a la película como que en algunas fases de metraje no se termina de transmitir del todo bien el paso del tiempo. La llegada de un nuevo personaje sirve para matizar ese punto y para redundar más en el deterioro de esa emocionante intimidad que se había construido durante la primera hora. El sentimiento de lucha queda atrás en beneficio de una rutina que desgasta, tanto al que está prisionero en su propia casa como a sus seres más queridos, condenados a vivir en una mentira constante y al servicio de sus necesidades.
Ese es un cambio que va llegando de forma progresiva y que puede llegar a provocar una sensación de vacío en el espectador, como si en realidad no estuviera pasando nada cuando se trata de la bisagra necesaria para que ese halo de soledad que sobrevuela la película en todo momento se extienda al resto de protagonistas, enriqueciendo así más la relación entre ellos. Y tanto Cuesta como De la Torre manejan esas nuevas emociones con maestría.
De esta forma se logra mantener el tono asfixiante del relato -especialmente patente durante sus primeros minutos pero que nunca desaparece-, pero dándole nuevos matices. Es cierto que la sombra del enemigo del pasado reaparece en una escena especialmente tensa, pero cualquier posibilidad de caer en un mensaje adoctrinador se deja de lado. Lo que prima aquí son las emociones de los personajes para, a su manera, contar la historia de esos españoles que tuvieron que vivir en la sombra.
Todo esto está ilustrado con mimo y mucho gusto por parte de Garaño, Goenaga y Arregi, que cuidan al máximo el trabajo de ambientación, empezando por el propio acento de los personajes, continuando por el vestuario y confiando mucho en la excelente labor en la fotografía de Javier Aguirre Erauso. ‘La trinchera infinita’ brilla visualmente tanto en las raras ocasiones en las que sale al exterior como cuando ha de mostrar el cautiverio de Higinio, sea en los momentos de pura soledad o cuando espía lo que está sucediendo. Todo ello coronado con un precioso desenlace que da un cierre inmejorable a la película.
En resumidas cuentas
‘La trinchera infinita’ probablemente sea la mejor película de Garaño, Goenaga y Arregi hasta la fecha. En ella recuperan ese intimidad dolorosa vista en ‘Loreak’ y llevan más allá el cuidado apartado técnico de ‘Handia’ pero aplicados a una propuesta mucho más íntima. Para conseguirlo cuentan con dos actores que bordan sus personajes, pero es que el resto del reparto también raya a gran nivel.
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