Mañana viernes, día 12 de diciembre, se estrena ‘Tiburón, en las garras del hombre’ (‘Sharkwater’), un documental en el que un joven amante de los tiburones, Rob Stewart, ha tratado de dar su visión sobre esta especie animal y al mismo tiempo llamar la atención sobre el peligro de extinción en el que se encuentra. Esto último se debe a que la aleta de tiburón se vende muy cara en el mercado negro. Por lo tanto, la pesca ilegal del tiburón es masiva y algunos gobiernos hacen la vista gorda porque están sobornados por mafias. Los tiburones mantienen el equilibrio del ecosistema de los océanos y a su vez, los mares mantienen el equilibrio de oxígeno en la superficie, que es lo que hace posible la vida en la Tierra.
El documental es un tanto errático en cuanto a sus intenciones. Pasa de un tema a otro sin continuidad y constantemente va hacia atrás y hacia delante para repetir el planteamiento de unas ideas que ya ha expuesto. No se ve una dirección clara ni un hilo conductor, sino que van saliendo las cuestiones de forma atropellada. Nos encontramos con muchas escenas que dan la sensación de ser la que cierra, para que luego se continúe con algo más. Cuando vemos que no era la secuencia de conclusión, comprendemos que era un momento introducido para rellenar. Tiene muchos momentos muertos en los que se pierde la atención del espectador. La manera de dar la información es demasiado simple, como si tratase al espectador de tonto.
Molesta también la personalización excesiva del documental. El joven buceador que ama tanto los tiburones es demasiado protagonista. Poco nos importan sus aficiones de cuando era aún más niño que ahora o que le diesen un susto en el hospital con algo que no llegó a ocurrir. El ego de este autor se antepone demasiado a la narración de lo que le ocupa. En el caso de Michael Moore lo aceptábamos por el carisma que tiene este hombre, pero Stewart no se le acerca.
El rodaje de material es algo escaso. Algunos planos se reutilizan, aunque esto es habitual en los documentales, pero también mucho metraje está complementado con imágenes de archivo que, en ocasiones, son interesantes y graciosas –es muy divertido el corto de salvamento en el que se aconseja gritar debajo del agua—, pero en otras son aburridas. Pagar una entrada de cine para ver un material tan claramente rodado en vídeo puede resultar algo doloroso. De un producto documental destinado a salas te esperas unos planos espectaculares, unas imágenes que no se hayan visto jamás… pero hay más belleza fotográfica en muchos de los que se producen directamente para el consumo doméstico.
En cuanto a los temas tratados, habrá que hablar de cada uno de ellos por separado, pues Stewart tiene dos ideas y trata de unirlas sin demasiado éxito. Por un lado está la imagen negativa y terrorífica que ha ofrecido el cine, especialmente el film de Spielberg ‘Tiburón’ (‘Jaws’) sobre estas criaturas. En este caso la reivindicación me parece absurda. El cine es ficción y las historias que se cuentan en las películas deben tener un conflicto porque, si no, no habría película. Así que es lógico que en el film de 1975 se presentase al tiburón como una bestia asesina y cruel. Hay otras películas que muestran de la misma forma a leones, cocodrilos, etc… El tiburón era una idea mejor porque, al habitar en un medio que nos es ajeno, la tensión es mucho mayor que en la superficie, en campo abierto. El tiburón podría estar acercándose sin que lo viésemos y eso es muy poderoso para crear terror.
Decir que los escualos no están protegidos por los ecologistas porque pensamos que son peligrosos para los seres humanos creo que es descabellado: se protege a animales que se sabe que suponen un peligro para el hombre o el ganado.
No sólo eso, sino que la fama y la mística que tienen estos bichos también llega por las películas y, si éstas no existiesen, el documental de Stewart ni siquiera se habría estrenado. Para demostrarlo sólo hay que ver el título que tiene en España: ‘Tiburón, en las garras del hombre’.
En cuanto al otro tema, sí me parece muy interesante y creo que es necesario que se conozca: se trata de las mafias que sobornan a los gobiernos de Costa Rica y de otros países para que dejen que se pesque a estos animales y se cometa con ellos una práctica muy cruel que consiste en cortarles las aletas y devolverlos así al mar. La sopa de aleta de tiburón es símbolo de estatus en algunos países asiáticos. Ni siquiera aporta sabor, pues los caldos se hacen con condimentos de pollo o ternera, pero se utiliza para dar una textura.
Además, hay un mito sobre los poderes curativos de la aleta de tiburón porque se cree falsamente que estos animales no contraen enfermedades y, por ello, se fabrican píldoras con las aletas de los escualos. Este tipo de creencias absurdas se tendrían que tratar de desmontar con campañas de concienciación en los países donde se tienen. Por este lado, el film de Stewart tiene una función que es correcta, claro que para conocer todos estos datos no es necesario verlo entero, pues se podría transmitir a partir de mensajes y noticias.
‘Tiburón, en las garras del hombre’ es un documental con buenas intenciones, pero con escasa calidad fílmica. Una versión más breve para las televisiones podría resultar mejor, pero con el ritmo que tiene en la copia presente, con esa la cantidad de parones y de repeticiones, si fuese uno de los documentales que emiten en televisión después de comer y comenzase a verlo es muy probable que no llegase a terminar.
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