‘Thor: Love and Thunder’ se ha estrenado con los buenos números habituales en el cine de superhéroes reciente, pero no ha sido tan bien recibida, por ejemplo, como ‘Doctor Strange en el multiverso de la locura’, ni a nivel de críticas, con unos flojos porcentajes de 67 y 57 en Rottentomatoes y Metacritic, ni a nivel de público, que ha expresado diferencias con el enfoque humorístico de la propuesta de Taika Waititi y su exceso de “gracietas”.
El estilo del director, que irrumpió en el universo Marvel con ‘Thor: Ragnarok’, a menudo se asocia con una personalidad rampante que no es para todos los gustos pero que en realidad ha sabido encajar muy bien con la sensibilidad Disney que ha acabado apoderándose de las dinámicas dentro del estudio. En su última película, Waititi recrea una aventura con lógica de parodia de Monty Python del cine de superhéroes.
Lo hace, pero al mismo tiempo abraza las emociones más primarias del género de superhéroes, la fanfarria y el propio hecho de la batalla y el poder más allá de lo plausible para tratar de hacer humanos a los dioses. Y esto hace que la narrativa relegue los momentos de lucha y de emoción a los instantes más a contrapelo, parece que ni el propio Thor se toma en serio su capacidad de mover rayos y truenos y cuando lo hace es casi por obligación, o por exhibición, como un truco de manos para entretener a los niños de Asgard, y a los de fuera de la pantalla.
El solemne secuestro de la diversión idiota
El enfoque de Marvel en el cine de superhéroes llegó en un momento en el que el estándar de las adaptaciones de cómic al cine se medía con ‘El caballero oscuro’ (2008), justo ese año aparecía ‘Iron Man’ y rescataba una forma de entender los cómics que cambiaría la industria la siguiente década y más allá. Una mirada más juvenil, fresca y llena de humor, que desafiaba el enfoque adulto y cinéfilo de Christopher Nolan. Este mismo año tenemos ‘The Batman’, a la que apenas le falta un chorro de sangre para ser una película de terror verdadera.
Y esta tendencia explica cómo venimos entendiendo el cine de entretenimiento en la gran pantalla durante casi dos décadas en las que los efectos especiales han permitido que el cine fantástico sea por fin tomado en serio por las masas y que las películas como ‘Doctor Strange 2’ tengan momentos de miedo y muertes de superhéroes bastante fuertes. Los adultos disfrutamos de este tipo de propuestas y hemos ido conquistando las salas, discutiendo las capacidades artísticas y la lógica de las historias, criticando con monóculo las películas que funcionan y las que no.
Esto nos ha llevado a ladrillos intratables como, por ejemplo, ‘Eternals’ que son celebrados por su enfoque desde una cineasta independiente experta en recoger la belleza de los paisajes frente a gente con cara de depresión. La diversidad en el género se explota también en televisión, con “exploraciones del duelo” celebradas como ‘Wandavision’ o incluso miradas adolescentes como ‘Mrs Marvel’. Y todo ello está muy bien, pero ni un niño quiere exploraciones del duelo ni acaba de entender los dramas de los amoríos de instituto.
Esta película no es (solo) para tí
Esto no significa que a un menor no se le puedan enseñar todas estas cosas, y que sobreprotegerles y subestimar su inteligencia emocional sea nunca positivo, pero al final el género ha ido viciándose de ‘snyderscuts’ y críticos arrogantes que celebran que la gente se suba a su carro de “no tragar” a un director, cuando los niños están pensando en rayos y modelos vistos a través de un filtro de ilusión basado en pulsiones muy elementales. Por ello, cuando aparecen películas como ‘Wonder Woman 84’ son masacradas, porque no están pensadas para nosotros.
Y es por ello que parece que ‘Thor: Love and Thunder’ es la última muestra de película de superhéroes hecha específicamente con su público objetivo infantil en la cabeza que es recibida de forma garrafal por la mayoría que se ha acostumbrado a que el entretenimiento de gran pantalla se amolde a rangos de edad que no contemplan fórmulas más tontorronas, espontáneas y sin los lastres de una hipoteca a la lógica narrativa y la coherencia a la que nos han acostumbrado ya incluso las ofertas más autorales de Marvel.
La tendencia a la homogeneidad plástica y tonal de todo el cine MCU parece entorpecer la capacidad de diferenciar entre un proyecto y otro. Parece que el tono seco y de thriller de ‘Falcon y el soldado de invierno’ se confunde con lo genérico, mientras los cebos de mimesis con chascarrillo de ‘Wandavision’ se elevan poco menos que a un nuevo lenguaje cinematográfico por analistas que proyectan todo lo que desean que sea la casa del entretenimiento para ellos. Las diferencias entre producto son tan sutiles como confusas.
Waititi y Hemsworth reinventaron a Thor y esta locura es el resultado de ir un paso más allá
Esto nos lleva a ‘Ragnarok’, cuyo humor es interpretado como subversivo, una mala imitación de James Gunn, cuando es más bien de una sensibilidad mucho más blanca, capaz de incorporar el absurdo, que en ‘Love and Thunder’ se convierte prácticamente en surrealismo inocente, un compendio de silencios incómodos y Chris Hemsworth disfrazado de perrito caliente. Algo que ofende a la policía agria del humor, es decir, esa gente capaz de tomarse en serio una película con Chris Hemsworth dentro de un traje de salchicha.
No solo llega a eso, sino que hay medios especializados con Boyeros en potencia, pero con el alzacuellos bien almidonado de la supuesta progresía, que afirman que el desnudo del héroe en la película busca la provocación barata, cuando lo que muestra es una celebración estúpida del cuerpo del actor, que respira el espíritu camp del peplum italiano, el culto al cuerpo masculino, destilando pulsiones erotómanas que deconstruyen la imagen testosterónica del forzudo en el cine (ojo a ese Dwayne "The rock" final) con el culo al aire como celebración y nunca como “desafío” a la moralidad.
‘Thor: Love and Thunder’ está llena de problemas de montaje, de atajos de efectos especiales y todos los defectos habidos y por haber derivados del cine en pantalla verde al que nos hemos acostumbrado, y además con el agravante del uso sin criterio de la tecnología Stagecraft, pero de una forma u otra está por encima de todo ello, prefiere supeditar la acción a las relaciones de los personajes y al humor, pero entre todas sus intenciones la que prevalece es conseguir una buena película dirigida a público infantil.
Un dibujo animado de los 80 y 90 en la pantalla de cine
Waititi sigue la inercia de la space opera atolondrada de 'Los 7 magníficos del espacio' y consigue la colisión de ‘Masters del universo’, la película de ‘Flash Gordon’ de los 80, con su banda sonora de Queen transformada con mucho acierto en una jukebox de Guns ‘n’ Roses, y la serie animada ‘Thundercats’, una mezcla que todavía no existía en el universo Marvel, un verdadero dibujo animado de mediodía de los 90 en forma un manual contagioso de cómo hacer que los niños salgan del cine llamando a los truenos con un Mjölnir invisible en la mano alzada, con sobredosis de azúcar y rayos de colores.
Por una parte comparte espíritu de secuela tonta de cine de superhéroes de los 80 y al mismo tiempo de animes como ‘La tierra del arco iris’ o ‘Mi pequeño Pony’. Su humor absurdo es gamberrada muy blanca y transparente, muy lejos del cinismo y del ánimo edgy que se le está queriendo achacar, pero además abraza el espíritu de aventura ingenua de dioses y monstruos de ‘Furia de Titanes’ (1980), riéndose de ese Zeus putero mientras recrea aquellos escorpiones letales de Harryhausen en las estupendas criaturas de la sombra de Gorr.
Christian Bale reformula un villano Disney que podría ser primo del Hades de ‘Hércules’ —recordemos que había una escena eliminada del carnicero bailando—, lo cual da una pista sobre el tono general de una película hecha para Disney, con sensibilidad de película de animación Disney, por parte de un director que entró en la compañía por esa vía. Si quedan dudas del tono general, Gorr pasa de ser el carnicero de dioses a un flautista de Hamelin.
Cómo devolver el cine de héroes a los niños
Hay referencias al secuestraniños de ‘Chitty chitty, bang bang’, a la que ‘Thor: Love And Thunder’ se aproxima con su peripecia de personajes subidos en un vehículo reconvertido en aparato volador y en general, todo está enfocado a crear una fantasía para los más pequeños, en la que los temas adultos como el cáncer, o las relaciones del pasado se tratan de forma frontal, sin que el humor deje de restarle importancia dramática a la muerte. Una postura mucho más sana que, por ejemplo, la pornografía emocional rancia de ‘Un monstruo viene a verme’.
Al igual que el olvidado Kevin Smith, desde que optara a los Óscar con ‘Jojo Rabbit’, el nombre de Taika Waititi ya no crea tantas pasiones como su época de ‘Lo que hacemos en las sombras’, aunque algún chisgarabís saque pecho de que ya le tenía manía en aquella época. El rechazo es hasta cierto punto natural dada la omnipresencia de su apellido últimamente, pero su mirada, aunque vaya dirigida a un público amplio, no deja de ser la de un autor, con flema kiwi y un sentido del humor que confía en la capacidad del espectador en compartir su gusto por lo estúpido.
Pero lo más importante es que ‘Thor: Love and Thunder’ recupera la idea ingenua de esperar ser recibida por un público no especialmente cínico, que no miran si un director se cree muy gracioso, ni si tiene buen o mal gusto musical, sino a los que quieren ser como los niños de Asgard a los que Thor les permite ser superhéroes por un día. Llevamos muchos años apropiándonos de un juguete que nos sentimos orgullosos de defender como cultura, tan válida como cualquier otro tipo de cine, dejemos jugar de vez en cuando con él a sus herederos legítimos.
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