Marion, no mires el Arca. Cierra los ojos. ¡No la mires, pase lo que pase!
-Indiana Jones
Steven Spielberg siempre había soñado con hacer una película de James Bond. Pero George Lucas tenía una idea en la recámara que, a su juicio, era aún mejor. Nada de espías británicos, sino un profesor de arqueología que en sus ratos libres se dedica a buscar importantes reliquias que contienen misteriosos poderes. De este modo, ambos cineastas se embarcaron, con ayuda de Philip Kaufman y Lawrence Kasdan, en uno de los proyectos más famosos de la carrera de ambos, que se alargaría a lo largo de tres películas más, y que se convertiría en un icono tan grande como Groucho o Vito Corleone.
Porque un icono es el sombrero, por supuesto, heredado de Humphrey Bogart y Spencer Tracy, pero también el látigo, y la famosa fanfarria compuesta por el insigne John Williams. Tras el relativo fiasco de ‘1941’, Spielberg se arriesgaba (más de lo que puede parecer ahora mismo, por supuesto) con otra pieza de época, pero esta vez repleta de acción frenética, de guiños cinéfilos, de violencia elegante y de ganas de diversión por la diversión. Spielberg y Lucas, grandes amigos, tenían intención de pasárselo en grande, y con ellos el público. Y desde luego lo consiguieron.
Génesis del proyecto y producción
Es notoria la capacidad de Lucas para hacernos creer que tenia muchas historias en la cabeza antes de escribirlas. En esta ocasión no era una historia, por mucho que él lo asegurara, sino un personaje. Quizá él mismo podría haberlo llevado a la pantalla, pero según sus propias palabras “era demasiado vago para desarrollar todo eso, además de ‘Star Wars’“. Así que decidió ofrecérselo al único amigo cineasta que había confiado en que su “space opera” tendría éxito. Aunque en un principio el director que él pensaba que llegaría a hacerlo era Philip Kaufman, un buen cineasta, con películas muy interesantes como ‘Quills’ o ‘Henry & June’.
Pero no pudo ser, y entró Spielberg en el proyecto. Entre los tres, y con la ayuda del excelente guionista, y peor director, Lawrence Kasdan, que ya había colaborado en el gran guión de ‘El imperio contraataca’, intentaron introducir las ideas más divertidas que se les ocurrieron. Kasdan debía elaborar un guión que, para Lucas, debería ser una pieza de acción ininterrumpida. Es mérito de este escritor construir un relato que a pesar de que cumple este requerimiento, contiene los suficientes elementos de interés como para no caer en la banalidad dramática. Y esto gracias a unos personajes realmente muy bien dibujados.
Spielberg fue muy inteligente eligiendo a Norman Reynolds como diseñador de producción, que había ganado el Oscar por la dirección artística de ‘Star Wars’, y que volvería a ganarlo por ésta película, pues con su labor se pudieron unificar con mayor coherencia todos los ambientes de esta película, que viaja de Suramérica a Nepal, y de ahí a Túnez (en teoría El Cairo). La labor de Reynolds, y la de la diseñadora de vestuario Deborah Nadoolman, era la de dotar de realismo y vida a ese relato tan exagerado, y lo lograron con nota.
También fue muy inteligente haciéndose con los servicios del ya por entonces veterano director de fotografía británico Douglas Slocombe (que aún vive, con cerca de cien años de edad), de dilatada filmografía, que supo darle al director la imagen de aventura antigua que él requería, además de un brillante uso de la luz, que contribuyó sobremanera a la atmósfera de un filme de presupuesto moderado. Supo sacar el máximo partido a cada escenario con ingenio. Utilizando lentes anamórficas Panavisión, con un aspecto de 2.39:1, tan sólo se le puede achacar poco detalle en las sombras, pero aún hoy se considera una fotografía ejemplar para cine de aventuras.
El rodaje tuvo sus complicaciones, como la larga secuencia con las serpientes, o la dura estancia en Túnez, en la que gran parte del equipo cayó enfermo debido a la comida y el calor extremo, pero la fotografía principal terminó incluso antes de lo previsto, y todo estuvo listo para finales de primavera de 1981. El público tenía el primer contacto con un hito del cine.
Rasgos estilísticos
Después del descontrol formal de ‘1941’, que había rebajado el impacto de las tremebundas ‘Tiburón’ y ‘Encuentros en la tercera fase’, Spielberg necesitaba una cierta sobriedad que diera respuesta a esa desmesura formal. Y la encontró en la creación de una película en la que, a pesar de que sus elementos son bastante exagerados, demostró una elegancia visual y narrativa en verdad formidable, y todo sin dejar de demostrar su pericia en la puesta en escena de grandes piezas de acción o suspense. Varios ejemplos:
1. La introducción. Con la montaña de la Paramount transfigurándose (al igual que en las otras tres películas) en una montaña real, comienza una aventura, en la que dos ayudantes siguen a un misterioso personaje con sombrero (Indiana). Es interesante por muchas cosas: Indiana es presentado sin mostrar su rostro, sólo su espalda y sus manos (es notable el uso, en toda su carrera, de las manos por parte de Harrison Ford). Cuando uno de sus colaboradores intenta dispararle por la espalda, usará su látigo, movimiento recogido de manera magistral por Spielberg en cuatro planos: plano detalle demano que se acerca al látigo, plano detalle de mano que lo echa hacia detrás, plano medio de mano que lo lanza fuera de foco con Alfred Molina en segundo término y enfocado, plano general con escorzo del atancante que se ve desarmado. A continuación, y con enfática música de Williams, veremos aparecer el rostro del aventurero al acercarse a la luz.
2. Secuencia de explicación del cabezal del bastón de Ra. En ella, Indiana y su colega Brody (un sobrio y estupendo Denholm Elliot) hablan con dos miembros de la inteligencia norteamericana del arca de la alianza, más que posible objetivo de los nazis (no olvidemos que estamos en 1936). Se trata de una secuencia magníficamente planificada, y con hermosa e inquietante música de Williams, que es el inicio de la historia central, y que logra fascinarnos con ese objeto sacro que estaría mucho mejor enterrado.
3. Secuencia del Nepal. Con gran astucia, Spielberg adapta algunos métodos de su admirado Michael Curtiz, y dota de gran belleza visual una secuencia muy larga. Como detalles inolvidables tenemos esa sombra que Marion (maravillosa Karen Allen, un verdadero cruce entre Irene Dune y Claudette Colbert) observa en la pared y que reconoce como la de Indiana en un segundo (casi parece invocar a la sombra, borracha y con las manos en las sienes), o el plano en que Indiana se despide, momentáneamente, con el rostro en sombras y sólo los ojos visibles.
4. El Cairo. Se nota cierto apresuramiento (rodaron en 4 semanas y media un material para 6) para algunas ideas, pero tanto la persecución en pos de Marion (que cree muerta erróneamente), como la larga secuencia del camión, han sido copiadas infinidad de veces en cientos de películas de aventuras de los últimos 25 años. En cuanto al pozo de almas y la sala de mapas, Spielberg sabe apretar la tensión del ocultismo, poniéndonos la carne de gallina con la aparición del rayo solar que descubre la ubicación del arca, o con el angustioso cautiverio junto a miles de serpientes. Pero antes de eso, hay un momento espectacular, justo cuando abren el escondite del objeto, en el que parece que Dios está furioso por el descubrimiento, y el cielo se cubre de nubes y rayos.
Spielberg logra el prodigio de ejecutar escena de acción tras escena de acción, y cada vez de manera más rápida, sin cansar al espectador, demostrando una imaginación maravillosa y una alegría por el mero hecho de filmar que luego echaríamos de menos en cierta saga jurásica. Es, así mismo, la primera vez que tiene personajes nazis en su cine, una figura muy importante (siendo él, además, judío) que, como todos sabemos, cristalizará en ‘La lista de Schindler’, y que es objeto aquí de una interesante crueldad, como por ejemplo en la escena en la que un nazi es triturado por el camión que conduce el mismo Indiana.
Es interesante también observar cómo, aunque Indiana goza de un estoicismo y una voluntad tremendas, el cierre del relato es un anti-clímax muy arriesgado, pues en él no vence Indiana, sino que se limita a no mirar el Arca, al contrario de sus enemigos, cuando ésta es abierta, destruyendo a todos los nazis alrededor. Una idea repetida en algunas de sus películas es que mirar, conocer, mata o destruye, como veremos en ‘La guerra de los mundos’ o ‘El imperio del sol’, y que aquí tiene lugar cuando Indiana le pide a Marion que, como él, cierre los ojos. Incluso hay un plano muy significativo en el que el operador de cámara nazi termina con los ojos quemados.
Muchas de las películas de Spielberg contienen un trasfondo espiritual (más que religioso) que la mayoría de sus detractores, e incluso admiradores, parece pasar por alto. Aquí, por mucha acción y aventura, queda un poso de inequívoca y oscura espiritualidad, como si el feroz Dios de los hebreos hubiera sido retratado por un brillante cineasta que, en un principio, sólo quería filmar aventuras a lo James Bond.
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