Partamos de una base que a estas alturas es sólida y científica: nos estamos cargando la Tierra. Es un hecho. No hay que ser Greta Thunberg para ver que a futuras generaciones les estamos dejando un páramo desolado. Con 5G, eso sí. Y el cine ha reaccionado con películas como 'No mires arriba'. Sin embargo, ‘Un pequeño plan… como salvar el planeta’ pretende hacernos reaccionar ante estas actitudes con una película que tiene tan buen corazón como absoluta falta de verosimilitud.
Pequeño planeta, vuelve a sonreír
‘Un pequeño plan… como salvar el planeta’ dura 77 minutos, pero no va al grano: se ve obligada a encajar tantas subtramas que termina perdiendo el impulso que gana en sus primeras escenas, cuando la película trata sobre un niño que vende los objetos de valor de la familia, esos a los que nunca hacen ni caso, para financiar un proyecto secreto hecho por niños de todo el mundo gracias a Internet y que podría solucionar el problema del desabastecimiento de agua en África, y con él, salvar el planeta al completo.
El drama familiar en estos primeros compases tiene ritmo convincente, diálogos mordaces y un misterio de fondo tan atrayente como interesante. La película podría haber continuado con la intriga generada, pero en su lugar se lanza de cabeza a la piscina mostrando el plan secreto de los niños, los debates de los adultos (absolutamente vacíos) y la hipersexualidad de los chavales, que después de montar un plan para salvar el planeta aún tienen tiempo de tener relaciones, contárselo a los padres en escenas muy incómodas y convertir cine medioambiental en cine romántico adolescente. Un desastre.
Si pretendiera ser una crítica de la frivolidad de los ricos, o del síndrome del salvador blanco, solo con unos ajustes podría ser brillante. Pero en su lugar trata de hacer un comentario sobre la inmovilidad de la sociedad ante la supervivencia del planeta, solo que dándose cuenta en el proceso de que a ella misma tampoco le importa tanto la ecología como la virginidad del niño protagonista. Ante todo, prioridades.
Cine pandémico (literalmente)
En un momento dado, uno de los adultos se marcha a la calle, para descubrir -¡oh!- que el aire está tan contaminado que las alarmas han saltado y no hay nadie por la calle. Dice Louis Garrel, el director, que esa escena ya estaba en el guion, pero sale tan de la nada que parece que simplemente dijeron “Oye, habrá que aprovechar lo del confinamiento, que nos van a quedar unos planos increíbles, ¿no?”. Un pegote pandémico en medio de una trama convulsa.
Puede que esta película sirva como testimonio de nuestros tiempos, si algún día, en el futuro, alguien decide hacer un documental para mostrar, en un clip, que en el siglo XXI éramos unos ceporros que no quisimos ver lo que estaba pasando. La intransigencia de los padres, la fuerza creativa de los niños, el intento a la desesperada por arreglar lo que está roto. Ahora bien, el problema es que ese futurible clip fuera de contexto está unido a muchos otros que no aportan nada a la idea general de ‘Una pequeña idea… como salvar el planeta’.
La tesis de la película no pasa en ningún momento de su planteamiento inicial: los niños quieren conseguir dinero para salvar África y el mundo, los adultos se debaten entre apoyarles o no. Y a partir de ahí, cuesta abajo y sin frenos. El humor no funciona, el tono desenfadado le quita cualquier poso de gravedad o reflexión que se le quiere dar y los actores no parecen tener claro si están en un panfleto, en una ácida crítica o en un drama contemporáneo. Y es normal que no lo tengan claro: el guion tampoco lo tiene.
En resumidas cuentas
‘Un pequeño plan… como salvar el planeta’ trata un tema muy importante e intenta concienciar de la peor manera posible, aguando la denuncia entre tramas que distraen de su objetivo principal, personajes desagradables y escenas sin ritmo, brío ni motivo. Un buen corazón no siempre justifica una mala película. Y esta lo es. Vaya que si lo es.