A menudo, leo en el blog comentarios con frases del tipo “le ponéis pegas a todo”, “parece que no sabéis disfrutar con nada” (referido a películas, aclaro). Bueno, algo así me ha pasado por la cabeza tras ver ‘París, París’. Fui al cine (por cierto, un beso desde aquí para mis padres) con las expectativas bajísimas, esperando encontrar un producto blandengue y cursi, un mero aprovechamiento del éxito de ‘Los chicos del coro’, viniendo de los mismos responsables. Era la única conclusión que podía sacarse de las críticas que había leído (en varios medios además). Entonces me siento, con cierta resignación, dispuesto a poner el piloto automático y disfrutar, al menos, de mi jugosa bolsa de palomitas.
Menuda sorpresa me llevé. Sinceramente, a mí ‘París, París’ me parece una muy buena película. Incluso diría que necesaria, en estos tiempos. Es cierto que la trama juega sobre seguro y que los personajes están dibujados con bastantes tópicos, pero no lo es menos que el conjunto funciona, y muy bien, que te atrapa en todo momento, que emociona y entristece y divierte; atención a cómo se inicia la película y cómo termina, el optimismo, las risas y la bondad abundan, pero también las cuchilladas de la vida. Quizá la memoria me juegue una mala pasada, pero creo que Christophe Barratier mejora con respecto a su anterior y famoso trabajo, que también me gustó, por supuesto, pero no recuerdo que estuviera tan bien rodado como el que nos ocupa.
‘París, París’ es el título con el que el pasado 8 de abril se estrenó aquí ‘Faubourg 36’, un nombre más apropiado pero menos comercial para nuestro país, según parece (me extraña que no hayan pensado en ‘Los chicos del teatro de París’). En cualquier caso, la historia de la película transcurre en un distrito de clase obrera llamado Faubourg, en el norte de la capital francesa, en la primavera del año 1936. Pero la trama principal necesita de un prólogo, de un capítulo que ocurre en la nochevieja de 1935. Mediante un preciosa panorámica, vemos los tejados de una París de cuento, idealizada. Pronto, la cámara nos sumerge, rápida pero elegantemente, en las entrañas de un teatro de variedades, el Chansonia. La noche parece otra cualquiera, pero la magia está a punto de romperse…
Paralelamente al transcurso de la actuación que entretiene al público, se nos muestran los hechos que van a desestabilizar la vida de los personajes protagonistas. En un abrir y cerrar de ojos, el Chansonia muere, dejando huérfanos a todos los artistas y empleados que vivían bajo su techo. Igualmente, Pigoil, el personaje central de la trama, descubre que su mujer le ha estado engañando y su matrimonio se rompe. Pero las cosas siempre pueden ir a peor, y pasado el tiempo (volvemos a 1936) cuando su ex-mujer rehace su vida, exige la custodia de su hijo. Pigoil no puede retenerle, carece de empleo. Entonces de da cuenta. O cambia de vida, y de actitud, o ya puede despedirse de todo lo que ama, para siempre.
Es entonces cuando surgen algunos de los valores más defendidos en la película, la solidaridad, la amistad, el compañerismo. Puede que parezca que Pigoil está solo, abandonado a su mala suerte. Pero no es así, tiene a gente que le apoya y que está dispuesta a ayudarle para que recupere a su querido hijo, lo que más le importa en este mundo. Aprovechando las reivindicaciones obreras y populares, los amigos protagonistas ocupan el teatro y exigen un acuerdo con Galapiat, el mafioso que pone las reglas en el lugar. Éste accede, tras ver el beneficio que puede proporcionarle a largo plazo (más político que económico), y el Chansonia vuelve a abrir sus puertas. Ya sólo queda lo más difícil, montar un espectáculo rentable y recuperar al hijo de Pigoil.
Al igual que en ‘Los chicos del coro’, la música tiene una importancia crucial en el nuevo film de Christophe Barratier(hay momentos en que dan ganas de levantarse y ponerse a bailar frente a la pantalla), al igual que la fotografía, la dirección artística y un reparto en estado de gracia. En una película coral como ésta, el que los actores encajen en sus respectivos papeles y sepan hacerlos creíbles y simpáticos es esencial para el aprovechamiento total de la historia. De entre todos ellos, no me quedo con el principal protagonista, el famoso Gérard Jugnot, sino con uno de los más secundarios, Pierre Richard, que interpreta a un viejo que parece salido directamente del mundo de ‘Amelie’; su historia, que se descubre bien avanzado el metraje (por eso no voy a contarla), es corta pero importantísima en el destino de los demás personajes, todo un acierto del guión, escrito por Pierre Philippe, Julien Rappeneau y Barratier.
Antes de concluir, debo decir, para no dar una impresión errónea, que hay un par de cosas que no me gustaron de ‘París, París’. La primera, la escasez de explicación contextual, los franceses que hayan vivido la época y los apasionados de la Historia entenderán perfectamente lo que ocurre alrededor de la trama de la película, pero el resto quedamos un poco fuera y hay momentos en que sería muy necesaria una aclaración (por ejemplo, la importancia del mar, y es que al parecer era un sueño para muchos obreros, que hasta el triunfo del Frente Popular no podían permitirse el lujo de verlo). Por otro lado, no menos importante, encontré varios cortes muy feos, seguramente por dejar la película en menos de dos horas; llamadme quisquilloso, pero me molesta que en una escena haya dos personajes golpeándose y, un segundo después, estén hablando tranquilamente, como si nada hubiera tocado sus rostros.
Y una vez despejado lo (poco) malo de lo (mucho) bueno, no me queda nada más que recomendar el visionado de ‘París, París’, una montaña rusa de emociones, nostalgia, romanticismo y alegría. Bueno, sólo una aclaración más. Si eres de los que creen que el cine de Capra es una cursilada, o de los que, tras cinco días de curro o de clases, sólo buscas “marcha”, “divertimento espectacular” o “comedia gruesa”... entonces, como seguro ya te imaginabas, este plato no es para ti.
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