Desde el inicio de su existencia, el cine se ha maravillado de la presencia demoníaca, de hacer saber que un mal que va más allá de lo visible o palpable nos acecha. Es difícil imaginar a ese George Méliès filmando en 1903 ‘Le chaudron infernal’ y atreviéndose a mostrar a Satanás en persona lanzando inocentes a su caldero mientras todos los demás estaban a otro tipo de experimentos. De aquellas lluvias estos barros, claro: 120 años después de las extrañas pero fascinantes ideas transgresoras de un Méliès que supo ver en el cine algo más que un simple medio para contar historias costumbristas nace ‘Háblame’, una película que a su manera consigue sorprender al igual que lo hizo en su momento el director francés, poniendo las posesiones demoniacas bajo una nueva lupa: la de la generación Z.
Don Diablo se ha escapado
Hollywood ha tardado en entender a la nueva generación post-millennial, pero ha hecho falta que lleguen ellos mismos a contar sus propias historias. Los Philippou, más conocidos en YouTube como RackaRacka y muy hechos al terror para adolescentes (que no por ello más suave o menos válido), han hecho de ‘Háblame’ una película que tiene la efervescencia de los debuts pero con la solidez técnica de una carrera que lleva años macerándose a fuego lento. Y el resultado es simplemente fabuloso.
‘Háblame’ logra convertirse en una película única desde el primer momento cubriendo tres puntos básicos: la iconicidad (esa mano que permite ver demonios), una personalidad propia con algo que decir sobre el siempre abonado y floreciente terreno del terror y algunas de las secuencias más impactantes del año, que priman la presencia del trauma sobre lo grotesco, pero sin desdeñarlo. Tampoco hacen de menos los jumpscares, tan denostados en el cine reciente y que, como ‘Smile’ demostró, bien hechos pueden ser todo un arte.
Los Philippou se personifican en el personaje que pone la mano encima de la mesa y te pide que la cojas y le digas “Háblame” y, después, “Te dejo entrar”. Tú, como espectador, tienes que estar dispuesto a cogerles de la mano y dar permiso para que el tren de la bruja empiece su recorrido contigo dentro. No es esta una comparación baladí: ¿Te acuerdas de aquella primera vez, de niño, en la que te montaste en la atracción de la feria y, aunque sabías en tu fuero interno que todo era un artificio, no podías dejar de asustarte ante la perspectiva de la oscuridad y lo desconocido? Eso es esta película: unas escenas que no resultan rompedoras si las analizamos desde el punto de vista más técnico, pero que consiguen dar en el clavo exacto para que nos sepa a territorio oscuro por explorar.
Devil came to me
‘Hablame’ es consciente de caer en territorios comunes de manera inevitable, pero eso no le hace ser más contenida o tratar de intelectualizar el cine de posesiones. Muy al contrario, es una absoluta fiesta repleta de sangre, demonios sonrientes y trauma con un toque a lo ‘Historias de la cripta’ que la hace irremediablemente divertida y escandalosamente punk. No pretende crear terror elevado: muy al contrario, aprieta el acelerador hasta sus últimas consecuencias con unos montajes frenéticos no hace tanto inimaginables que llevan a un final propio de un humor negro desasosegante.
Pero no tratar de intelectualizar la película no significa que deje de lado el lado psicológico de los personajes y los convierta en simples carcasas que ser poseídas o que, en su defecto, mueran a manos de los demonios. Nada de eso: se respira durante todo el metraje un aire de soledad y desesperación, de culpa, de frases nunca pronunciadas y de la necesidad de agarrarse a un clavo ardiendo para salvaguardar tu salud mental, aunque este resulte ser dañino para ti y todos los que te rodean.
Y, además, descubre una carta sorpresa: se puede tratar sobre el trauma interno sin necesidad de convertir tu trama en un ronco pesar. En ‘Háblame’ no hay puntada sin hilo, trama suelta por conveniencia ni susto por el mero placer de asustar: es un guion de hierro que se ve conscientemente relegado a un papel secundario por la fuerza de sus imágenes y la iconicidad de un grupo de actores que defienden sus papeles con seguridad y sin arruinar la credibilidad. A día de hoy es digno de mención.
Déjame vivir contigo, demonio amigo, supliqué
Cada año se estrenan tres o cuatro películas de posesiones en lo que se ha convertido, prácticamente, en un subgénero en sí mismo, cada vez rindiendo más pleitesía a la obra del tristemente fallecido Friedkin y dejando a un lado cualquier capacidad de innovación. Si algo funciona, ¿por qué darle una vuelta? A inicios de 2023, ‘El exorcista del Papa’ se atrevió a transgredir la norma con una película juguetona en la que Russell Crowe, acompañado de su Vespino, correteaba por las calles de España y preparaba chistes para luchar contra el mal. Ahora, ‘Háblame’ es una nueva muesca en una necesaria renovación: si aquella era una muesca en el cine de posesiones “para padres”, esta lo es en el de una juventud deseosa de pasar miedo pero falta de referentes.
Por supuesto que los más avezados en el género sabrán de dónde ha ido cogiendo la cinta las referencias (cómo no), pero es como un plato que utiliza ingredientes conocidos cocinados de formas novedosas, sorprendentes y eficientes. ‘Háblame’ era una necesidad en el cine de terror actual, tan exitoso entre la juventud como anquilosado en los mismos tópicos de siempre: no inventa la cuadratura del círculo, pero hace todo lo posible porque tú, como espectador, estés convencido de que lo ha hecho.
Y, al salir, te dejará la sensación que solo las buenas películas consiguen dejar: la de haber visto un nuevo referente, una cinta icónica que recordaremos durante años venideros, un gran intento que no debería hacerse de menos por un hype -algo injustificado- causado por parte de los aficionados al fantaterror. Si has cogido a la película mano a mano y le has susurrado “Háblame” habrás disfrutado de la experiencia. Pero, ojo, tienes que estar dispuesto a vivirla. Si no, el hechizo no funciona.
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