‘Ella y sus maridos’ (‘What a Way to Go!’, J. Lee Thompson, 1964) es una de las películas con Paul Newman que mejor reparto tiene, y sin embargo no es precisamente una de las mejores, ni de lejos. Fue Lee Thomspon un director a ratos sólido, sobre todo en el bélico —‘Los cañones de Navarone’ (‘The Guns of Navarone, 1961), o el thriller —‘El cabo del terror’ (‘Cape Fear’, 1962)—, y bastantes más veces firmaba un cine que caducaba enseguida, caso de algún tardío western o el título que nos ocupa.
Esta comedia que juguetea con las distintas épocas del séptimo arte en su argumento era, en principio, un vehículo para el lucimiento de Marilyn Monroe; más tarde se pasó a Elizabeth Taylor, y el plantel de actores elegidos eran Fran Sinatra, Burt Lancaster, Kirk Douglas y Tony Curtis. Al final Shirley MacLaine es la que se luce y sus partenaires son Paul Newman, Dick Van Dyke, Dean Martin, Robert Mitchum y Gene Kelly. Una pena que todos estén al servicio de una propuesta que se termina en sí misma.
Shirley MacLaine da vida a Louisa May Foster —al inicio el proyecto llevó el título de ‘I Love Louisa’—, una viuda millonaria que quiere donar todo su dinero irremediablemente ya que cree que la fortuna sólo le ha traído mala suerte en su vida. Confesándose con un psiquiatra —personaje a cargo de un muy maduro Robert Cummings— seremos testigos de cómo llegó a casarse cuatro veces, perdiendo a sus maridos cada vez que éstos lograban la fama.
El dinero trae la muerte
Así pues la película se divide en cuatro episodios, con sus respectivos prólogo y epílogo, de la vida de Louisa, cada uno centrado en un marido. En el primer episodio Luoisa rechaza los encantos de un millonario —Dean Martin en uno de sus típicos roles, jugando con su propia imagen cinematográfica— para caer en los brazos del tipo más humilde del lugar —un muy forzado, como de costumbre, Dick Van Dyke, al que es bastante difícil creer en el papel—.
El segundo es el que recoge a Paul Newman en una de esas interpretaciones exageradas que al actor le gustaba hacer de vez en cuando. La acción se desarrolla en París —curiosa coincidencia la de Newman metido en varias películas ambientadas en la capital francesa en esa época de su carrera— y el actor es un pintor prometedor pero pobre, hasta que un día sus cuadros, pintados con brazos mecánicos movidos al son de música, le hacen famoso y millonario.
Al margen de lo divertido que les pueda resultar a algunos ver metido a Newman en un personaje demasiado extravagante y tendiente al exceso —personalmente le encuentro bastante pasado, algo de lo que afortunadamente fue despojándose con el paso de los años—, esta parte tiene cierto interés por plantear con la figura del citado pintor, una teoría/parodia sobre la alianza entre éxito y (supuesto) arte, un discurso que no ha perdido vigencia.
Contradicción y reiteración
El episodio con un muy divertido Robert Mitchum, haciendo de millonario que todo lo puede tener, es una excepción en la que se contradice lo planteado por el propio film. El de Gene Kelly está hecho más al servicio del cantante bailarín, robando prácticamente el protagonismo a MacLaine. Kelly ya un poco mayor, se permite uno de esos números musicales que tanta fama le reportaron.
El epílogo cumple función de subrayado innecesario. Salvo escenas aisladas, el único atractivo de los distintos episodios es el de ver a grandes actores metidos, sin prejuicios ni sentido del ridículo, en sus personajes. Algunos pasajes tienen más interés que otros, pero ninguno sigue desarrollando la premisa, quedando como meros chistes reiterativos sobre la imposibilidad de conseguir la felicidad con el dinero. Distintas formas y géneros son parodiados, caso de la Nouvelle Vague, las grandes superproducciones o el musical.
Lee Thompson repetiría con MacLaine en otro intento de comedia sesentera típica, bañada por un gran colorido, tanto en sus vestuarios como decorados, y Newman también repetiría género, poniéndose a las órdenes de Peter Ustinov en una de sus incursiones como director.
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