‘El castañazo’ (‘Slap Shot’, George Roy Hill, 1977), es la película en la que Paul Newman mejor se lo pasó durante el rodaje, tal y como declaró en varias ocasiones. No necesitaba hacerlo, una de las primeras impresiones que se tiene al ver el film es precisamente ésa, que todos los implicados en el mismo se lo pasaron de miedo apareciendo en un film desvergonzado, violento, mal hablado y no falto de cierta denuncia a la situación del país por aquel entonces, lo cual, y teniendo en cuenta la actual, hace que la película sea más moderna de lo que parece. El mítico actor se reúne por tercera vez que George Roy Hill, probablemente el director que más le “divirtió”.
Un film que en su estreno advirtió de la dureza de su lenguaje, no aconsejable para niños, tanto que en el doblaje de nuestro país, en su sempiterna tergiversación de la obra original, se suavizó un poco en la traducción. En cualquier caso, un lenguaje necesario y nada gratuito, debido al retrato de una serie de perdedores cuyo único sueño importante es el grupo de hockey al que pertenecen, y que está a punto de desaparecer, debido el poco interés del público en el mismo. Hasta que un día se descubre qué es lo que atraerá a las masas, la violencia pura y dura, la catarsis definitiva cual circo romano.
Nancy Dowd, que había ganado el Oscar por el libreto de ‘El regreso’ (‘Coming Home’, Hal Ahsby, 1978), escribe un guion que refleja sobre todo un mundo de hombres. No es que la mujer quede en un segundo plano, en los personajes femeninos se encuentran algunas de las mejores frases del relato —la ex mujer de Reggie (Paul Newman) quedándose estupefacta ante el espectáculo del hockey mientras dice: “me había olvidado por qué no venía a estos encuentros”—, y de algunas de ellas dependen la mayor parte de los personajes centrales, caso de Newman, que da vida al típico perdedor en busca del sueño americano del dinero, o el de Michael Otkean, que realiza un numerito final sobre todo por su mujer, a la que ha engañado con otra.
Divertida violencia
Pero sobre todo ‘El castañazo’ es una historia de hombres, de un grupo de hockey en el que ya no confía nadie, hasta que echan mano de la violencia más descarnada para atraer espectadores sedientos de sangre a los que realmente no les interesa el deporte, sino los golpes. Un discurso en realidad muy actual —el morbo por la sangre es uno de los negocios más rentables que ha tenido la humanidad—, con ecos de la reciente Guerra de Vietnam, en la que un país como los Estados Unidos sufrió una de sus más grandes humillaciones. No hay referencias directas a la contienda, pero el ánimo de un país derrotado, con serios problemas políticos, se palpa en el ambiente.
Roy Hill filma su película más desvergonzada, más gamberra si queremos expresarlo así. Los diálogos están llenos de tacos, de referencias sexuales que a día de hoy harían temblar las piernas a los puritanos, y no precisamente de placer. Y deja en manos de sus actores toda la “diversión”, empezando por un Paul Newman pletórico —muy pocas veces no lo ha estado— al que le sienta como un guante su personaje de perdedor, capaz de perderse en la espiral de éxito fácil, también algo tramposo, incluso amoral, y que se autoengaña en la perdida relación con su mujer, interpretada por una muy convincente Jennifer Warren. La escena final se debate entre el triunfo general de gran aceptación popular, y el fracaso personal. Júbilo y tristeza a partes iguales.
El resto del reparto está al mismo nivel, destacando el secundario Strother Martin, en uno de sus amorales personajes, y cómo no, ese terceto de hermanos que van juntos a todas partes y parecen compartir todo. Los Hanson, en el film, están interpretados por Jeff Carlson, Steve Carlson y David Hanson, que en la actualidad son jugadores de hockey retirados, y que en cine participaron en tres películas, la presente y sus dos olvidables secuelas. Otkean tiene el difícil reto de resultar simpático en una de las secuencias más arriesgadas del film, la del striptease, y en la que se incide en el interés popular en la violencia como diversión, mientras que los mismos proclamadores de esa violencia —en el último partido salen viejas glorias del deporte, conocidas por su agresividad en el campo— rechazan el numerito sexual, mucho más divertido en el fondo.
Newman disfrutaría del éxito de esta comedia, y tardaría más de un año en volver a intervenir en una película, para después meterse de lleno en dos muestras de ciencia-ficción, de lo peor filmado en aquellos cambiantes años.
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