Os pongo esa imagen nada más empezar para que ni siquiera los fans de la delgadísima Keira Knightley perdáis más tiempo, ni leyendo esto ni desde luego viendo una película absolutamente lamentable. Quizá por eso nos la han traído tan tarde, casi dos años después de su llegada a los cines de Reino Unido; claro que lo más noble habría sido en realidad no haberla estrenado aquí nunca. Pensé que el reparto y la trama darían pie a un drama romántico interesante, o al menos pasable, con sus tópicos pero también con algo de sustancia; ni eso, no me quedo corto diciendo que es una de las peores películas del año.
Uno no acaba de entender cómo es posible que se filmen cosas tan mediocres como ésta, o cómo hay directores interesantes, con talento, cosas que decir y las ideas claras, que no pueden trabajar mientras que a torpes realizadores como este John Maybury no les falta trabajo; pero bueno, el cine no es una ciencia exacta, ¿verdad? Nunca nos ponemos todos de acuerdo (hay quien no aguanta ‘El padrino’ y hay quien adora ‘El ataque de los clones’), y de hecho veo que en la popular web Imdb le plantan más de un 6 sobre 10 a ‘En el límite del amor’, así que tampoco me extrañaría leer aquí algunos comentarios a favor de la película. Esperemos que sea con algún argumento.
Amoríos durante la guerra
‘En el límite del amor’ (‘The Edge of Love’, 2008) parte de un guión escrito por Sharman Macdonald (que resulta que es la madre de Knightley) situado en Londres durante la II Guerra Mundial y está centrado en los líos de dos parejas, en cuyo presente todavía influye el recuerdo de un viejo amor. Dylan Thomas (Matthew Rhys) y Vera Phillips (Keira Knightley) tuvieron una aventura diez años atrás, pero ahora Dylan está casado con una joven impulsiva y extrovertida llamada Caitlin (Sienna Miller), es padre y escribe propaganda en lugar de poesía, su verdadera pasión. Vera no tiene a nadie en su vida, todavía no ha olvidado a Dylan, y se dedica a cantar donde puede, dando un poco de ánimo a una ciudad que lo está pasando mal con los bombardeos alemanes.
Thomas y Caitlin parecen pasárselo bien, pero apenas tienen dinero así que se van a vivir con Vera (después de que la hermana de Caitlin los eche de casa porque Dylan orina donde no debe), y entonces surgen los primeros y evidentes conflictos. Thomas es un mujeriego que cree que por haberse liado con Vera una vez ya tiene derecho a reclamar su cuerpo cada vez que quiera; Caitlin ve la jugada (tendría que ser ciega para no hacerlo) y se anticipa, haciéndose amiga de Vera, supuestamente porque le cae bien (le interesa el “viejo amor” de Dylan), dejándole caer que no tolerará que se acerque más de la cuenta a su marido (si bien ella no duda en mantener que el sexo y el amor no tienen nada que ver, actuando en consecuencia); por su parte, Vera, que tampoco nada en la abundancia, se siente aún atraída por Dylan pero se resiste a caer de nuevo en sus brazos al ver que no hay un futuro para ellos, por lo que acepta la amistad de Caitlin y sigue esperando la llegada del amor.
Todo esto que estoy contando dura mucho más tiempo del necesario y se explica en repetidas ocasiones, como si fuera necesaria recalcar una y otra vez los sentimientos de los tres personajes, como si el público no pudiera pensar por sí mismo. Hasta el final, tras unos eternos ciento diez minutos, siguen dándole vueltas a lo mismo, subrayando constantemente lo obvio. No obstante, para amenizar un poco la cosa se incluye a un nuevo personaje, un soldado muy serio llamado William (Cillian Murphy) que tras acosar y perseguir a Vera, consigue llevársela a la cama (es la imagen del principio) y obligarla luego a que se case con él. Eso poco antes de marcharse de nuevo al campo de batalla, donde su muerte es bastante probable. Así que tras un paréntesis en el que Vera ya ha tenido sexo con alguien que no sea Dylan, todo vuelve a la situación anterior.
Malas interpretaciones, peor dirección
El problema principal no es tanto que la trama sea anodina y previsible en cada uno de sus giros (no usar preservativo siempre ha tenido sus riesgos), como que los actores están fatal y el director no tiene ni pajolera idea de cómo narrar la historia que tiene entre manos. Porque si Knightley, Miller, Rhys y Murphy estuvieran en su sitio, si se comprometieran realmente y supieran transmitir las emociones de las que se habla, la película todavía tendría un pase. Pero las dos actrices se limitan a posar, a poner morritos y a salir estupendas todo el tiempo, ya estén enfermas, contentas, enfadadas, enamoradas o hayan escapado con mucha suerte de un edificio que se derrumbaba; ellas, siempre perfectas, como si anunciaran un perfume. Cuestión aparte es que ninguna de las dos son capaces de leer adecuadamente, con naturalidad, ni una línea de diálogo, pero tampoco merece la pena detenerse en esto (baste como ejemplo la bochornosa escena tras el testimonio de Dylan en la que, supuestamente, Vera está más molesta que nunca).
Ellos tampoco están mucho mejor. Murphy, que es el único de los cuatro que ha demostrado poseer verdadero talento, sí que lo intenta, y consigue estar inspirado en alguna escena donde es capaz de hablar con sus gestos y su mirada, más que con las torpes palabras que el guión le obliga a recitar. Rhys, dando vida a Dylan, es un completo fracaso, parece siempre desubicado, no tiene química con ninguna de las dos actrices (que ya decimos que no están interesadas más que en salir guapas) y le falta el carisma suficiente para interpretar un papel tan importante en la trama. Tampoco ayuda nada el retrato que se hace del poeta, llegando a resultar antipático el personaje, y eso es mortal para el film.
Claro que el film estaba ya condenado al fracaso desde que se apostó por dejar el mando al director John Maybury, responsable de aquella bobada titulada ‘The Jacket’ (también con Knightley). El realizador no tiene interés por la historia ni los personajes, él se dedica a lo suyo, a hacerse notar todo el tiempo, a lucirse con encuadres llamativos, planos totalmente gratuitos (un detalle de Vera pisando un cigarro, porque sí), a recargar la imagen con efectos fotográficos, y a jugar con las transiciones y el montaje (mete miles de fundidos), entendiéndolo todo como un inmenso videoclip de un grupo pop. Por subrayar dos atrocidades que comete este tipo, fijaos en la genial idea de alternar en una misma escena un parto y la amputación de un brazo, como si fueran la misma cosa; o cuando toca por fin la escena de sexo entre Vera y William, y hace esto:
En definitiva, la película es un despropósito de principio a fin, una historia aburrida, mal contada, con unos protagonistas que no transmiten nada (salvemos al esforzado Murphy) y una realización sencillamente penosa. Ni siquiera se aprovecha la partitura de Angelo Badalamenti, cuya música se ahoga entre las canciones de la mimada Kinghtley, quien al parecer dedicó mucho tiempo a preparar su voz. Pues muy bien, de actuar no tiene mucha idea, pero la chica se defiende cantando, que lo sepan sus admiradores. Ya podría sacar un disco y olvidarse del cine por un tiempo. Algunos le estaríamos muy agradecidos.
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