'Ema', un atrevido cuento sobre la familia que encuentra en Pablo Larraín al mejor narrador posible

'Ema', un atrevido cuento sobre la familia que encuentra en Pablo Larraín al mejor narrador posible

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Critica Ema Portada

En el punto de mira desde su ruidosa 'No', Pablo Larraín ha encadenado una serie de proyectos a cada cual más interesante, tanto en su país como a la hora de hacer las Américas. Tras la exquisita 'Jackie', el chileno vuelve a casa para contar una historia diferente llena de luz y color sobre la familia moderna y las relaciones personales más dispares a ritmo de reguetón. Sí, 'Ema' es una caja de sorpresas.

La música es la familia

Siempre pendiente del impecable aspecto visual de sus películas, Pablo Larraín se lanza de cabeza con 'Ema' al poder de la música, y lo hace de la manera más inesperada y, a priori, menos adecuada para el tempo de un cineasta que prefiere tomarse las cosas con calma. El director de la excelente 'Neruda' y la obra maestra incontestable, 'El club', da un salto mortal en esta aproximación a una generación que ni es la suya ni tampoco la nuestra. Y lo hace a través de la libertad, un poco de libertinaje y mucha música.

Este relato acerca del poliamor bailable en forma de cuento retorcido y algo punk, centrado en la fuerza del cariño y la nueva estructura familiar, se ha convertido en la película más sonora de un cineasta que parecía no tener límites visuales. Si en 'El club' todo era feo, horrible, porque tenía que ser así de borroso, aquí se convierte en explosiones (literales) de luz y color en su forma más pura.

Además, 'Ema' viene aderzada con un reguetón que se beneficia de la portentosa iluminación de Sergio Armstrong, y no al revés, aunque la música que más destaca de la película es la estupenda composición de Nicolas Jaar.

Vivir, amar, bailar

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Después de que un incidente trunque su vida familiar y su matrimonio con el coreógrafo de su compañía, Ema (magnética Mariana Di Girolamo), una joven bailarina de reguetón, se embarca en una odisea de liberación personal en un drama incendiario sobre el arte, el deseo y la familia moderna.

La temporada pasada tuvo una buena cosecha de películas danzarinas de todo tipo. 'Girl', 'Climax' o 'Suspiria' abordaron el tema de la danza desde todos los frentes, cada uno a su manera. Pablo Larraín no solo se permite el lujo de mirar a esos títulos a los ojos, es que es también se antoja superior a muchos de ellos.

Vistas las películas de Gaspar Noé o Luca Guadagnino uno no puede dejar de imaginar qué habría sido de ellas, sobre todo de la revisión del clásico de Dario Argento, de haber caído en manos de un cineasta que siempre sabe cómo sacar el horror sin hacer ruido. Aunque compartiendo casi un ideal de universo con ambas, es con la obra de Noé con la que comparte muchas más cosas. El deseo, la fiesta, el orgasmo, está en el baile.

Todos los trabajos del realizador chileno tienen varias deudas pendientes con el miedo, y 'Ema' no iba a ser menos. Retrato de una familia en el más amplio espectro de la palabra, logra que el espectador no deje de reflexionar sobre dónde colocar el término "disfuncional": si en la imagen de esa nueva forma de vida que se nos antoja imposible o si no seremos nosotros los que no hemos podido levantar las anclas del conservadurismo.

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