'El triunfo de un sueño' ('August Rush') nos habla de Evan, que vive en un orfanato y se niega a ser entregado en adopción porque confía en que sus padres se comunican con él a través de la música. Para buscarlos, escapa hacia Nueva York, donde se involucra con un grupo de jóvenes músicos callejeros, bajo la tutela de Brujo, su peligroso y misterioso benefactor, que le pone el nombre de August Rush. El nuevo prodigio musical de 12 años aprende a tocar sólo con ver a los demás hacerlo y Brujo planea aprovecharse de este talento. Pero su madre, una joven y sobreprotegida chelista, Lyla, descubre que su hijo no había muerto en una accidente, como ella creía, y decide buscarlo. El padre, un cantante de pop irlandés, Louis, abandona a su prometida para encontrarlos a ambos.
Con este argumento creo que comprenderéis, sin haber viso la película, la conclusión que extraje al verla: o se realiza de forma mágica y especial o puede ser inaguantablemente ñoño. Está muy claro: los ingredientes para hacer una fábula onírica están ahí, pero muy pocas personas serían capaces de conferirle a la película el tono de cuento que nos permitiese entrar en ella como en un relato de hadas y dejarnos llevar por la fantasía. Esas personas quizá serían Tim Burton o Jean-Pierre Jeunet y a lo mejor se os ocurre alguno más. Sin embargo y por desgracia, Kirsten Sheridan no se cuenta entre ellas.
Para empezar por lo bueno, hay que admitir que 'El triunfo de un sueño' ('August Rush') tiene un montaje muy convincente y gracias a esta labor se encuentran los mejores momentos del film: aquellos en los que el protagonista escucha los sonidos de la ciudad de Nueva York y se imagina que oye música. Eso sí, a cualquiera que viva en una gran urbe se le hará difícil creer que el ruido del tráfico y los gritos de la gente por la calle son música para los oídos de nadie. Pero precisamente en eso tendría que consistir la magia. Hay que reconocer que tiene valor situar una historia en forma de fábula en una de las metrópolis más bulliciosas y antioníricas que se puedan encontrar, además de ubicarla en el tiempo presente. Y en realidad, esta decisión tan atrevida debería haber servido para restarle ñoñería al conjunto. Pero no basta.
Los actores que interpretan a los padres del joven músico son quizá el elemento que más cursilería confiere a la película. No en vano Keri Russel era la protagonista de ‘Felicity’, serie que nunca he visto, pero que, por las promos, me daba la impresión de ser la narración de las cuitas de una pija lastimera. Jonathan Rhys Meyers , por su parte, no es más que un modelito de perfumes que eso de actuar lo logró gracias a Woody Allen, pero que tampoco es su fuerte. Por ello, las escenas de amor entre los dos –insertadas a modo de flashback entre la historia presente del niño— no son nada creíbles ni emotivas. Se trata de mostrar a unos Romeo y Julieta de hoy en día, pero se queda a kilómetros de la fuerza dramática de Shakespeare.
El propio protagonista, Freddie Highmore, era encantador cuando, hace unos años, imitaba el acento francés en ‘Dos hermanos’, pero ha crecido muy mal y hoy en día tiene una sonrisa un poco chunga. Y, con todo y con eso, es lo mejor de la película. Robin Williams, aunque haga de mala persona, sigue teniendo ese punto blando del que difícilmente se llegará a desprender en su vida.
El tema de la música es algo muy subjetivo y el hecho de que el film sea candidato a Oscars y Globos de Oro me hace pensar que quizá hay a quien le guste. Pero personalmente, sin encontrar que sea mala, no aprecio que resulte ni mucho menos genial o innovadora. En otros films puede no tener tanta importancia, pero aquí la partitura de Mark Mancina es, en teoría, un cuarto personaje. Y, al igual que los demás, intentando alcanzar lo sublime, se queda en cursi.
El hecho de que las cosas que ocurren sean inverosímiles tendrá la excusa de que lo que se está contando es una especie de cuento de hadas. Y es cierto. Sin embargo, al no tener el tono adecuado para narrar una fábula, necesitamos algo más de realismo para poder aceptar cómo avanzan los acontecimientos.
Finalmente, dejo el veredicto más o menos abierto, como suelo hacer: si sois capaces de entrar en el aspecto mágico y fabuloso de la historia, que lo tiene, probablemente podréis disfrutar dejándoos transportar por algo fuera de la realidad que no viene mal para evadirse de vez en cuando. Si, por el contrario, os quedáis con los pies en la tierra, como me ocurrió a mí, y no conseguís penetrar en la mitología, todo os parecerá sumamente cursi y ñoño.
En Blogdecine | Póster y tráiler de 'El triunfo de un sueño' ('August Rush').
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