Antes de empezar a hablar de ‘Manhattan Sur’ (‘Year of the Dragon, Michael Cimino, 1985) una advertencia sobre la edición de la misma en DVD en nuestro país: sencillamente lamentable. En cambio, la que podéis adquirir al otro lado del charco es simple y llanamente impecable, respetando el formato y adaptada a televisores 16:9 —es realmente increíble que aún haya ediciones en DVD que no vengan adaptados para ese formato— y con una muy buena calidad de imagen, no el estropicio de la edición española.
Michael Cimino es uno de los realizadores más interesantes del cine estadounidense, surgido a principios de los 70, cuando Clint Eastwood le dio la oportunidad para dirigir ‘Un botín de 500.000 dólares’ (‘Thunderbolt & Lightfoot’, 1974), para cuatro años más tarde tocar la cima con el éxito obtenido a raíz de ‘El cazador’ (‘The Deer Hunter’, 1978), ganadora de varios Oscars que supusieron toda una garantía para que Cimino se enfrentase al proyecto por el que siempre será recordado para bien o para mal. ‘La puerta del cielo’ (‘Heaven´s Gate’, 1980) fue el mayor fracaso económico de la historia del cine, llevando a la bancarrota a la United Artist y condenando a su director al olvido durante cinco años. Hasta que un día Dino de Laurentiis —productor extraño donde los hubiera, ya que lo mismo financiaba una superproducción como un film de lo más cutre— contactó con Cimino para ofrecerle dirigir la adaptación de una novela policíaca de Robert Daley.
(Spoilers) Daley había trabajado con Sidney Lumet en la estimulante ‘El príncipe de la ciudad’ (‘Prince of the City’, 1981) y volvería a trabajar con él en la menos acertada ‘La noche cae sobre Manhattan’ (‘Night Falls on Manhattan’, 1996), relatos duros y amargos que abarcan a su manera el tema de la corrupción policial como contexto de historias más personales y específicas. En ‘Manhattan Sur’ tenemos triadas chinas, policías corruptos, asesinos a sueldo, jefes pasotas, y un policía, Stanley White —nombre heredado de uno de los verdaderos policías que trabajaron como consultores en la filmación de la película— cansado de que todo esté controlado por la mafia y que la policía mire hacia otro lado en el barrio de Chinatown.
Para dicho personaje Cimino tuvo la espectacular idea de contratar a un actor que por aquel entonces se encontraba en la ascensión de su carrera y que hoy no necesita presentación de ningún tipo: Mickey Rourke. White es probablemente, a juicio de quien esto firma, la mejor interpretación de toda la carrera de Rourke, antes de ir de estrella chulesca y egocéntrica y echar su trabajo a perder —actualmente parece recuperado—, con una serie de matices que apartan a White de la típica imagen del policía protagonista de tantos films, y entrando por derecho propio en la galería de los más recordados a la altura de los más grandes. Así, sin más. Resulta muy gratificante observar, 27 años después, como la interpretación de Rourke no ha perdido ni un ápice de su fuerza, al contrario.
Stanley White, policía racista hasta la médula, vehemente en sus discursos —impresionante el que le da a sus hombres en formación delante de él—, enemigo de la desidia a la que los representantes de las leyes están acostumbrados por vagancia pura y dura, inconformista e incluso aprovechado. Y con todo eso, absolutamente arrollador en su carisma, el cual traspasa completamente la pantalla logrando llamar nuestra atención, casi obligándonos a que nos caiga bien —inmenso el instante que llora delante de Tracy (Ariane)—. Pero el personaje de Rourke no cae bien sólo por su magistral interpretación, también por lo bien escrito que está, algo que hay que atribuir al propio Cimino y a Oliver Stone, coautor del guión, quien ya había escrito el film de Lumet mencionado, y al que le faltaban sólo un año para ser encumbrado por cierta película sobre Vietnam.
Su personaje se enfrenta directamente con el interpretado por John Lone, Joey Tie, algo así como la otra cara de la moneda de White, un hombre que hará lo que sea por salirse con la suya y luchar por aquello en lo que cree. Uno dentro de la ley, con reservas, y el otro completamente fuera de ella, antagonistas en un mundo en el que no es fácil vivir y sólo el más fuerte o influyente sale a flote. Cimino va encarando poco a poco y con un marcado crescendo dramático a los dos personajes hasta llegar a un clímax antológico, un duelo nocturno que parece salido de un western en el que dos personajes rabiosos gritan y corren el uno hacia el otro mientras descargan sus pistolas intentando matarse. Una poderosa secuencia que es la guinda perfecta a un trabajo de puesta en escena soberbio.
Michael Cimino en estado de gracia absoluto —ayudado por el entonces muy prometedor director de fotografía Alex Thomson—, con un sentido de la épica rara vez visto en el mal llamado cine moderno, cuidando hasta el último detalle de todo cuanto sale en pantalla. Cabe citar al respecto todas esas secuencias llenas de gente, ya sea en una comisaría, en las calles de Chinatwon o en Tailandia. Pero los planos de Cimino no resultan ampulosos, no cargan ni están sobrecargados, para ello hace mover a los actores por el set con una cámara que haría las delicias de Michael Mann, siempre pegada al cogote de los actores en determinados momentos. Todo está en su sitio, nada falta o sobra, la vida que respiran los personajes de ‘Mahattan Sur’ huele a verdad por los cuatro costados, y sólo queda algo desdibujada en ese extraño epílogo que concluye con un plano congelado del rostro de White.
Violenta, salvaje, visceral, sin concesiones, ‘Manhattan Sur’ emerge como uno de los mejores títulos de una década tan confusa artísticamente como los ochenta, y a veces me da la impresión de que no se ha tratado con justicia un título que para un servidor supone una de las cumbres del thriller. Una lección de narración cinematográfica en el sentido literal de la expresión, con una banda sonora de David Mansfield que se mueve entre lo lírico y lo épico. Como la película.
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