La sociedad americana está obsesionada con el terrorismo desde lo sucedido el 11 de septiembre del año 2001. Antes ya habían sufrido varios atentados, pero eran vistos como incidentes aislados que no provocaron tal paranoia como el tristemente célebre ataque orquestado por Al Qaeda. Sin embargo, apenas había que remontarse a 1995 para encontrar el que era considerado como el peor ataque terrorista llevado a cabo en suelo estadounidense hasta la tragedia de las Torres Gemelas. El ciudadano americano Timothy McVeigh fue el principal responsable de la muerte de 168 personas cuando hizo explotar una bomba frente a un edificio gubernamental en Oklahoma City. Fue capturado y finalmente ejecutado justo tres meses antes de ser “superado” por Osama Bin Laden y sus secuaces.
La mención al caso de Timothy McVeigh no podría ser más relevante en el caso de ‘Arlington Road. Temerás a tu vecino’ ('Arlington Road', Mark Pellington, 1999), ya que en la película se alude a un acto de terrorismo ficticio que difícilmente podría recordar más a lo sucedido en Oklahoma City. El lugar cambia, también el número de víctimas y el autor material del crimen se llama aquí Dean Scobee, pero el símil sirve para plantearnos una idea muy interesante: ¿Cómo podemos estar tan seguro de que realmente él fue el único responsable de lo sucedido, si es que no fue simplemente que alguien le tendió una trampa y consiguió llevar a cabo el crimen perfecto? Escalofriante, pero en temas tan espinosos como éste hay que tener a alguien a quien echarle la culpa para que la ciudadanía pueda dormir tranquila, importando muy poco el ejercer auténtica justicia.
Dudando de tu vecino
En el cine americano moderno se tiende a considerar al vecino como alguien amigable a quien poder pedir un poco de sal o unos huevos cuando lo necesitas y devolverle el favor siempre que sea necesario. La gran alternativa es que esa relación vecinal sirva como base para la creación de una trama romántica, de ahí el concepto de la chica de al lado para definir a muchas bellezas no especialmente exuberantes que hayan pasado por la gran pantalla. La idea del vecino como una molestia —‘Nos mudamos’ (‘Moving’, Alan Metter, 1988)— o amenaza —‘Dobles parejas’ (‘Consenting Adults’, Alan J. Pakula, 1992)— no está especialmente extendida, prefiriendo dar ese rol a un miembro de la familia, un amigo o, lo más parecido al caso, un compañero de piso. ‘Arlington Road. Temerás a tu vecino’ vino también a corregir esa laguna.
Una de las claves de ‘Arlington Road. Temerás a tu vecino’ está en el guión de Ehren Kruger — que ganó un premio tres años antes de ser llevado a la gran pantalla—, prácticamente un debutante por aquel entonces. La película estuvo lejos de ser un gran éxito, pero sí que sirvió para lanzar su carrera, demostrando a posteriori que todos los logros conseguidos aquí fueron poco más que flor de un día. Kruger estructura el libreto en dos mitades muy diferencias, brillando con luz propia en la primera mitad y mostrando una gran cantidad de debilidades en la segunda, las cuales pueden pasar desapercibidas por el potente desenlace de la película.
No pasan muchos minutos en la aparentemente idílica relación entre Jeff Bridges y sus vecinos hasta que el primero empieza a mostrar sus dudas sobre las intenciones del personaje interpretado por Tim Robbins. Son pequeños detalles que la mayoría pasaríamos por alto, pero el trabajo del primero y una trágica pérdida años atrás han activado el radar de peligros del primero. Kruger dosifica con acierto las aparentes pruebas señalando que el vecino es un terrorista, intercalando apuntes señalando hacia una posible obsesión del protagonista —la clase que da sobre el caso que recordaba a lo que hizo McVeigh—. Esta posible paranoia funciona a las mil maravillas para la creación de un suspense bastante efectivo.
El trabajo de dirección Mark Pellington no va más allá de lo meramente correcto, limitándose a poner la cámara en el lugar correcto, confia en que el resto de elementos técnicos creen un clima de tensión y cayendo en pequeños errores en la forma de subrayados musicales innecesarios —especialmente grave es uno que no podría ser más acusatorio hacia la pareja de vecinos formada por Robbins y una eficiente Joan Cusack en un papel muy alejado de sus coordenadas habituales— y una ocasional utilización de la cámara lenta con fines dramáticos que no termina de funcionar demasiado bien. Sin embargo, será en la segunda mitad de metraje cuando su presencia es más evidente, optando por ciertas grandilocuencias —un par de desacertados trucajes a través del uso de la iluminación— y reincidiendo en el uso de la cámara lenta.
Más es menos
—Spoilers de aquí hasta el final— Tengo muy claro que la mejor secuencia de la película es aquella en la que un estupendo Tim Robbins se pone frente a frente con un solvente Jeff Bridges para acusarle de ser un mal vecino, confesar la —aparente— verdad sobre su pasado y decirle que tenía que haber consultado sus dudas directamente con él. Es imposible no creerse a Robbins, ya que abandona la amabilidad y da rienda suelta a las emociones, llenando de paso todos los huecos en la investigación de su vecino. Es una reprimenda también para el espectador, ya que también nosotros teníamos nuestras dudas sobre sus motivaciones.
El problema es que entonces Kruger sacrifica la ambigüedad con la que había conseguido un gran colofón en esa escena para añadir tensión de forma gratuita al relato. Primero con el asesinato del personaje de Hope Davis —una pena que en Hollywood no hayan sabido aprovechar mejor su talento—, en el cual únicamente funciona dramática el hecho de estar llevado a cabo fuera de pantalla, ya que tanto el punto de partida —ella descubriendo a su vecino haciendo algo raro— como la forma en que es interceptada –Joan Cusack aparece salida de la nada— carecen de toda credibilidad.
Sólo el buen hacer de Robbins —ahora más excesivo, pero sin caer en la sobreactuación— y Bridges —capaz de transmitir más que la gran mayoría de actores solamente alterando levemente su expresión facial— consigue que la segunda mitad de la película no se hunda de lleno en los abismos de la mediocridad, ya que los giros baratos de guión por parte de Kruger están a la orden del día —la forma en la que encaja los actos de su vecino con el caso de Dean Scobee— y también las situaciones de verosimilitud discutible. El clima de paranoia y obsesión que tan bien había funcionado durante la primera mitad se convierte así en un thriller poco inspirado en la lucha contrarreloj del protagonista por salvar a su hijo. El sorprendente desenlace lo redime en parte, pero es insuficiente para salvar lo que podría haber sido una muy buena película.
Resulta complicado dar una valoración unitaria global de ‘Arlington Road. Temerás a tu vecino’ si tenemos en cuenta lo terriblemente desiguales que son las dos mitades en la que está dividida por el guión de Ehren Krueger. Al final nos queda una película muy estimulante durante su primera hora que decae sobremanera en la segunda, la cual parece pensada única y exclusivamente para impactar al espectador en su resolución. Una oportunidad perdida realzada por el buen hacer de Jeff Bridges y Tim Robbins.
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