Si alguna pega se puede poner a la película de 'Cristal oscuro' original de 1982, la primera de las dos oscurísimas fantasías que Jim Henson puso en pie (le siguió 'Dentro del laberinto', incapaz de replicar el éxito de taquilla de su predecesora) es que sus escasos 90 minutos se revelaban insuficientes para mostrar en toda su complejidad un mundo de fantasía que se adivinaba lleno de recovecos y claroscuros. Su ambiente post-apocalíptico lo solventaba en parte: estábamos ante los últimos estertores de un planeta moribundo.
El tema se solventa en la mucho más expansiva y narrativamente más compleja precuela de diez episodios planteada por Netflix, que no solo puede abrazar con más fuerza el obvio referente argumental y estético que ya tenía la película original, 'El señor de los anillos', sino que canaliza con el concepto de fantasía heroica actual perfilado tras el éxito de 'Juego de tronos'. El resultado no solo honra y es dignísimo sucesor de la película original, sino que la sobrepasa a muchos niveles.
La idea original de Jim Henson Productions pasó años atascada en su fase de preproducción, pero Louis Leterrier funcionó como aval ante Netflix y propuso que la serie fuera una precuela de la película, y fue cuando el proyecto despegó. Y no es para menos: una secuela con un mundo renacido (y la complicación de traer de nuevo a los Skeksis) tendría que transcurrir muchas décadas tras la conclusión de la película. Una precuela permite construir un mundo superpoblado, con las razas de villanos y héroes que ya conocemos, y darle un tono fatalista único.
Por supuesto, esa excelente decisión propicia un punto de partida perfecto, pero el fantástico guión de Jeffrey Addiss y Will Matthews exprime además sus posibilidades, distanciándose en parte de las precuelas literarias de J.M. Lee. Éste muestra a ocho clanes de Gelflings sometidos, sin que ellos lo sepan, a los designios de los maquiavélicos Skeksis, una raza de carroñeros que se ha apoderado y está exprimiendo el cristal que da vida al planeta Thra.
Lo que cuenta 'La era de la resistencia' es el inicio de la rebelión de los Gelflings, la toma de conciencia de la maldad de los Skeksis y la caída de estos en una decadente espiral de muerte y terror en busca de la inmortalidad. Miembros de distintos clanes -la noble Brea (voz de Anya Taylor-Joy), la subterránea Deet (Nathalie Emmanuel), el guerrero Rian (Taron Egerton)- se unirán en una aventura que se desarrolla sin pausa pero atendiendo, en diálogos exquisitamente certeros, a definir la personalidad de cada uno de los Gelflings.
La era de la resistencia: Terror y tradición
Pero las auténticas estrellas de la función son los Skeksis, con voces de un apabullante plantel de intérpretes que incluyen a un Simon Pegg capaz de clonar al Chamberlán del Barry Dennen original, o un Mark Hammill que canaliza el espíritu de su Joker en las carcajadas del salvaje Skeksis científico. Repulsivos, violentos, miserables, llenos de pústulas, renqueantes sencillamente perfectos como villanos, los Skeksis acaparan toda la atención gracias a su imponente presencia y ese miedo tan puro que suscitan: a lo feo, lo monstruoso y a la maldad en estado puro.
Todo ello queda perfectamente enhebrado gracias a una puesta en escena capaz de dejar boquiabierto al espectador en cada capítulo, y todo gracias a su inteligentísimo empleo de las técnicas marca de la casa Henson. Los enormes e imponentes escenarios (todas las salas del castillo de los Skeksis, la biblioteca de Brea, los caminos del bosque, el hogar del Conquistador) son tradicionales pero están potenciados por un retoque digital siempre discreto y que, del mismo modo que los efectos especiales CGI, nunca disfrazan el hecho de que estamos viendo marionetas. Hasta las escasísimas criaturas digitales están diseñadas como si fueran muñecos.
'La era de la resistencia' potencia buena parte de su capacidad de sorpresa en la variedad de tonos: en un capítulo veremos un espectáculo de marionetas (hecho por marionetas, en una llamada metarreferencial absolutamente maravillosa) al que le sigue una aterradora escena que imita estética y ritmo de una película de zombis. Lo siniestro y lo luminoso se combinan con una naturalidad pasmosa, dando a entender, de forma muy afín al propio mensaje de la película, que la vida no es solo luz y oscuridad, sino una mezcla indivisible de ambas.
Es solo uno de los muchos mensajes que nos brinda esta precuela, capaz de enhebrar un discurso claramente antitotalitario y que, con la subtrama del Oscurecimiento, actualiza las convicciones humanistas de Henson, cuyo espíritu está presente en cada plano de la serie. Un espíritu que compagina mensajes esotéricos (como la secuencia del mundo de los sueños) con gore de peluche de espantoso verismo (hay muertes entre terribles estertores y bajo despliegues de violencia espectaculares). Entre unas cosas y otras, cien por cien Henson. A estas alturas, un auténtico milagro.
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