'Comanchería', siempre nos quedará el western

'Comanchería', siempre nos quedará el western

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'Comanchería', siempre nos quedará el western

En una América, concretamente Texas, tan desolada, decepcionada y herida, como la describió en su momento John Steinbeck, tiene lugar ‘Comanchería’ (‘Hell or High Water’, David Mackenzie, 2016), cuyo primeros compases transcurren en pueblos utilizados en la filmación de la mítica ‘La última película’ (‘The Last Picture Show’, Peter Bogdanovich, 1971), también protagonizada por Jeff Bridges.

En aquélla se ofrecía una mirada nostálgica sobre una época lejana, con guiño cinéfilo mayúsculo incluido, que aquí se mantiene para reforzar el contexto de western. El nexo de unión con el film del 71 es un inmenso Bridges que parece recoger el testigo del Ben Johnson que ganó un Oscar gracias a que John Ford le pidió participar en la película de Bogdanovich. El arte, en este caso el cine, se retroalimenta continuamente, y ‘Comanchería’ es una excelente muestra de ello.

(From here to the end, Spoilers) En el banco del pueblo que en otro tiempo proyectaba por última vez ‘Río rojo’ (‘Red River’, Howard Hawks, 1949) dos hombres cometen un atraco a un banco. Un atraco no exento de cierto humor, que capta al detalle la cotidianidad de la zona. Un lugar tranquilo que parece perturbarse por la aparición de un par de asaltadores de bancos, como a la antigua usanza. El sheriff Marcus Hamilton (Bridges) se empeñará en dar caza a los atracadores.

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Un western moderno

Dicha premisa argumental podría ser la de cualquier western de antaño, al que se le han añadido ciertas gotas crepusculares y melancólicas que hacen pensar en Sam Peckinpah y sus personajes llamando a las puertas del cielo. David Mackenzie no pretende ser tan duro. Hay en su film un pequeño suspiro de esperanza. Un suspiro que, para lograrlo, se ha tenido que hacer lo que nadie se atrevía. Aquí dos hermanos acechados por el embargo de un banco, el gran villano por antonomasia del actual cine.

La crisis financiera de nuevo en el subtexto, ese villano invisible que parece no tener más rostro que el de un banco. En cierto instante, el personaje al que da vida un entregado Chris Pine sentencia que todos sus antepasados eran pobres —la vida es cíclica—, y Ben Foster haciendo de su hermano, le ayudará a que sus hijos no tengan que verse nunca como él. El padre preocupándose por sostener a los suyos, el hermano ayudando sólo porque se lo han pedido. El traumático pasado en el retrovisor.

Mackenzie logra muy posiblemente la que es su mejor obra —con permiso de la fascinante ‘Perfect Sense’ (íd., 2011)—apoyado en un conciso guion de ese especialista en el thriller fronterizo que es Taylor Sheridan. El escritor, que acaba de debutar en la dirección con ‘Wind River’ (2017), incluso aparece realizando un cameo, el de cowboy que además suelta una de las mejores frases del relato, aquella que hace alusión al hecho de que las futuras generaciones no quieren dedicarse a lo que siempre se han dedicado los cowboys.

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El pasado que se mantiene

‘Comanchería’ es otro retrato de supervivientes en un país que se autodestruye, y en el que los buenos no son tan buenos y los malos no son realmente los malvados de la historia. Sheridan sirve en bandeja un conflicto generacional y humano a través de otro enfrentamiento, el formal entre dos parejas, las formadas por los hermanos, tan diferentes el uno del otro, y la formada por los Marshall, en la que se añaden las gotas raciales y culturales. En ambas el humor es un bálsamo necesario.

Con ecos de films como ‘El último refugio’ (‘High Sierra’, Raoul Walsh, 1941) —ese portentoso tramo de Foster en lo alto de una colina disparando a los que le persiguen— ‘Comanchería’ parece suspendida en el tiempo, con personajes desencantados, o desencajados, a ambos lados de la ley. Su mirada parece perderse más en el pasado, en otro tiempo que no volverá. Cielos nubados y horizontes lejanos son el retrato de aquellos tiempos.

Mackenzie no ambiciona demasiado, aunque yo creo que no ha querido cargar las tintas o caer en subrayados innecesarios. Su condición de película “pequeña”, comparada con las apuestas normales de las major, que tienden hacia el encefalograma plano, juega realmente a su favor, ofreciendo cine adulto de verdad, equilibrado en los diferentes tonos, emocionante y lleno de sutileza. Tensa y violenta, nostálgica y reflexiva, ‘Comanchería’ es una joya cuya identidad se encuentra en la herencia y memoria del género por excelencia.

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