El merecido éxito de ‘El silencio de los corderos’ (‘The Silence of the Lambs’, Jonathan Demme, 1991) disparó el interés de Hollywood por los thriller psicológicos asociados a una investigación más o menos elaborada en relación a los asesinatos del psicópata de turno. Habría que esperar hasta la llegada de ‘Seven’ (id, David Fincher, 1995) para encontrar una digna heredera que llevaba la fórmula más allá de alternativas de escaso recorrido como la variante sexual explotada por ‘Instinto básico’ (‘Basic Instinct’, Paul Verhoeven, 1992), y en ésta casi había más de ‘Atracción fatal’ (‘Fatal Attraction’, Adrian Lyne, 1987) que de la obra maestra de Jonathan Demme.
Todo ello no quiere decir que no se rodasen infinidad de thrillers a rebufo de la triunfal ‘El silencio de los corderos’, pero rara vez eran títulos que ofrecían algo de auténtico interés al espectador. Uno de ellos es ‘Jennifer 8’ (‘Jennifer Eight’, Bruce Robinson, 1992), un declarado intento de su director de hacer lo posible por obtener un éxito comercial para afianzar así su carrera en Hollywood. Tal información no induce precisamente al optimismo sobre lo que saldría de una obra creada con esa motivación, pero lo cierto es que estamos ante un thriller mucho más estimable de lo habitual en producciones de este tipo.
La relativa intrascendencia del asesino
Al contrario que 'El silencio de los corderos' y no pocas de sus imitadoras, 'Jennifer 8' opta por quitar trascendencia a la figura del asesino en beneficio de la investigación llevada a cabo por el personaje al que da vida Andy García y la relación sentimental que surge entre él y la chica ciega interpretada por Uma Thurman. No obstante, todos los personajes que orbitan alrededor del protagonista coquetean de forma más o menos exagerada con la superficialidad, lo cual acaba condenando a Thurman a ser poco más que una víctima ideal para la mente enferma del psicópata en cuestión —brillante el juego de luces y sombras en la breve escena en la que está siendo acosada sin saberlo mientras se toma un baño—.
Este hecho gana peso en el caso del asesino, ya que no es tanto que Bruce Robinson parezca sentirse incómodo dándole más peso del estrictamente necesario como que sea lo que realmente menos le interesa a nivel argumental. Este hecho casi pasa desapercibido por sus esfuerzos de puesta en escena para que el suspense alcance sus mayores picos cuando éste hace acto de presencia y pequeños detalles muy poderosos a nivel visual —ese reguero de sangre avanzando entre la nieve—, pero resulta indiscutible en el tramo final, cuando hay que poner todas las cartas encima de la mesa y que sea el espectador quien determine su credibilidad.
Se percibe la pereza de Robinson, también guionista de la función, a la hora de entrar en los tópicos detrás de su motivación, donde opta por acelerar los acontecimientos y reducir su presencia en pantalla lo máximo posible. ¿El resultado? Un tramo final precipitado que está muy por debajo de lo visto hasta entonces, en especial de los memorables cara a cara entre un excelente John Malkovich —lástima que salga tan poco, pero su personaje quizá hasta tenga más minutos en pantalla de los realmente necesarios— y un muy eficaz Andy García que suceden justo antes y que es cuando 'Jennifer 8' alcanza sus mayores picos de interés.
La solvencia de Andy García
Son muchos los actores que consiguen llamar la atención de Hollywood al dar vida a un secundario de algún título muy popular o incluso un inesperado gran éxito que ven como su carrera nunca consigue despegar del todo por un motivo u otro. Siempre me dio la sensación que Andy García se ajusta a la perfección a ello, ya que despuntó lo indecible gracias a su participación en 'Los intocables de Eliot Ness' ('The Untouchables', Brian De Palma, 1987), pero jamás llegó a alcanzar el estatus de estrella pese a tener múltiples posibilidades para ello al participar en cintas como 'El Padrino. Parte III' ('The Godfather: Part III', Francis Ford Coppola, 1990), 'Cuando un hombre ama a una mujer' ('When a Man Loves a Woman', Luis Mandoki, 1994) o 'Medidas desesperadas' ('Desperate Measures', Barbet Schroeder, 1998).
Eso no quiere decir que Andy García no haya sabido mantener una posición de relevancia —cierta trilogía de Steven Soderbergh ha sido fundamental para ello—, pero sus mejores trabajos son en aquellas cintas en las que se centra más en su talento interpretativo que en sus escasas hechuras para ser una estrella de cine. El ejemplo al que siempre recurría hasta ahora para probar mi tesis es la notable 'Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto' ('Things to Do in Denver When You're Dead', Gary Fleder, 1995), pero gracias a 'Jennifer 8' ya tengo otro caso perfecto para ello. Garcia tiene la posibilidad de mostrar infinidad de emociones a lo largo de la película, y en todas ellas muestra una convicción a prueba de balas, en especial cuanto más obsesionado está su personaje.
Esta solvencia de Andy García resulta esencial para que una investigación más o menos de manual llegue a resultar apasionante por momentos, ya que es él quien atrapa tu interés, mientras que chispazos ocasionales de la puesta en escena de Robinson son los que permiten crear determinadas escenas para el recuerdo cuando incide en su querencia por los pequeños detalles —la presentación del personaje de Uma Thurman o la búsqueda del asesino en un local aparentemente vacío—. Menos interesante es el desarrollo de la relación sentimental por el escaso desarrollo del personaje de la protagonista de 'Kill Bill', quien en ningún momento tiene la ocasión de competir con otras invidentes acosadas por maleantes como Audrey Hepburn en 'Sola en la oscuridad' ('Wait Until Dark', Terence Fisher', 1967) o Mia Farrow en 'Terror ciego' ('Blind Terror', Richard Fleischer, 1971). A este respecto, es mucho más estimulante la presencia de Lance Henriksen en un personaje basado en detalles banales a los que sabe extraer todo el jugo con su magnética presencia para disfrute del espectador.
Es una pena que el último acto de 'Jennifer 8' sea tan precipitado, ya que hasta entonces es un thriller muy interesante realzado por la estupenda actuación de Andy García —saltan chispas en sus careos con John Malkovich— y la efectividad del trabajo de puesta en escena. Lo que sí es seguro es que, pese a sus fallos, merece ser destacada por encima de los mediocres clones que surgieron a raíz del éxito de 'El silencio de los corderos'.
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