A veces parece que el cine se avergüenza de meter bromas en sus tramas, no digamos ya de hacer una comedia total de inicio a fin. Las productoras tienden a anticiparse a la posible reacción en redes sociales e ironizan sobre su propio humor, como siendo muy conscientes de que son situaciones que no se pueden dar en el mundo real. Actores que miran hacia arriba tras un topetazo, silencios incómodos tras un juego de palabras, explicaciones del chiste para asegurarse de que nadie crea que los personajes son tan tontos... La honestidad del humor parece perdida del todo, pero, al final, solo se necesita una pequeña película para recobrar la risa más sana al mismo tiempo que nos calienta (un poquito) el corazón.
Bailando el robot
'Brian y Charles' empieza como un falso documental del que nunca nos dan más datos pero pervierte su propio sistema cuando quiere, sin que eso afecte al espectador. Aunque de pronto la cinta pase a un formato de película más convencional, no se siente en ningún momento como algo raro o incongruente, quizá porque hay partes de la misma (especialmente en su tercer acto) en las que que contar con cámara al hombro y entrevistas habría sido pernicioso. Y no pasa nada: es orgánico y pequeñito, como toda la película en sí.
Los personajes de 'Brian y Charles' aspiran a ser reales, sí, pero viven en un entorno de realidad mágica en el que los robots pueden tener inteligencia artificial y cuerpo de lavadora, el invento de un androide capaz de razonar no da la vuelta al mundo y en lo único que cambia la vida de su inventor es en la parte emocional. Tampoco le interesa lo más mínimo presentarte un mundo de ciencia-ficción en el que esto es posible, ni falta que hace: un señor extrovertido crea un robot antítesis del de 'M3gan', con un cuerpo de lavadora y una careta que ha encontrado por ahí. ¿Qué más racionalidad necesitas?
En unos tiempos en los que se premian las historias innecesariamente complejas tanto argumental como emocionalmente, es reconfortante ver una película como esta, sencilla en intenciones y trama pero no por ello despreciable o poco original. Quiere contar una historia simple pero emotiva con tres personajes principales en la que sea imposible perderte y en la que no necesites ningún contexto para verla. Un oasis, un chocolatito caliente, una cinta tan agradable como divertida que no necesita aspirar a más.
Mi cuerpo es una lavadora
Pero 'Brian y Charles' no funcionaría tan bien como lo hace si no fuera por un diseño exquisito del protagonista robótico, que es al mismo tiempo grotesco y encantador, con bondad adolescente y rebelde en su corazón y una voz casi sin inflexiones dramáticas que sabe bailar, le cuesta callarse y poco a poco va ganando cualidades humanas que lo hacen más persona que muchas de las que viven en el pequeño pueblo de Gales donde transcurre la película.
Es ahí donde la película patina un poco: su antagonista es un villano sin redención cuya única motivación para hacer el mal es... bueno, disfrutar haciéndolo. Con el trabajo emocional que tiene el guion presentando las dos relaciones principales de Brian (con Charles, su robot-hijo, y Hazel, su enamorada), al villano le sobran extremos y le falta un poco de gris: no es creíble y sus apariciones no pasan de villano Marvel de los años 60. Un pequeño borrón en una película, por otro lado, relativamente extraordinaria.
Sí, 'Brian y Charles' es pequeña y simple, pero es exactamente lo que quiere ser. Se niega a engañar a nadie. Como su humor, es honesta y no se avergüenza de ser una película encantadora que no te va a cambiar la vida pero con la que es inevitable pasar un buen rato riendo a carcajada limpia con unos personajes que transitan entre la rareza y la marginalidad, pero a los que la cinta nunca juzga. Es una propuesta muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, rodeados de películas grandilocuentes que intentan dejar un poso emocional, pero no por ello desdeñable: a veces, simplemente, necesitas ver cine como este.
La complejidad de lo simple
'Brian y Charles' es amable, enana, repleta de corazón, con un personaje principal tan noble como extraño y un tono que parece sencillo de conseguir pero no lo es: al fin y al cabo, el humor que destila a lo largo del metraje tiene el punto exacto de rareza para no excluir a ningún espectador en esta defensa de lo extraño y la personalidad propia. Es encantadora, bonita, única y con unos diseños envidiables. Tanto, que queda totalmente expuesta a las críticas malintencionadas.
Al igual que Brian, su protagonista, la película sabe perfectamente quién es y lo que quiere hacer. No intenta ocultarse con capas más complejas y, al exponerse tan de lleno en sus intenciones y no tener más interpretaciones que la literal, es fácil lanzar dardos envenenados. Pero, en el fondo, es como tratar mal a alguien honesto que nunca ha hecho mal a nadie y cuyas intenciones y logros son tan simples como admirables. Él no lo haría.
Esta es la primera película de Jim Archer, y ha conseguido algo que no es tan común estos días: aunar una comedia amable con un tono único y personal, mostrando por el camino una película que nunca intenta disfrazarse de lo que no es y se niega a enmascarar la comedia con una mezcla de géneros. Sí, es cierto, falla (sobre todo en su tercer acto) pero nunca deja de ser esta pequeña joyita adorable y carismática cuyo mayor delito es no ser más de lo que quiere ser.
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