Desde su simple planteamiento, la gesta de dar a luz 'Bohemian Rhapsody' y salir indemne del intento era harto complicada —por no decir prácticamente imposible—. Crear un largometraje a la altura de la leyenda ya no sólo del eterno e inigualable Freddie Mercury, sino del legado cedido por la legendaria banda Queen era una misión en la que muy pocos tenían depositada un mínimo de fe.
Después de haberme librado de todos mis prejuicios hacia la producción y hacia un Bryan Singer —al que considero estancado desde la genial 'X-Men 2'— sorprendentemente solvente y contenido, tan sólo he necesitado un par de minutos de metraje para sumergirme de lleno en la maravillosa carta de amor que el realizador neoyorquino ha dedicado al grupo londinense y a su carismático líder.
Un auténtico homenaje de dos vibrantes y arrolladoras horas y cuarto con una factura visual tan impecable como su forma, con unas interpretaciones magníficas y una banda sonora impagable que, aunque cojea ligeramente en cuanto a contenido se refiere, nos brinda un fantástico grandes éxitos de Queen que peca de dejar en un segundo término sus "caras B" más oscuras y controvertidas.
Porque entre su incontable cantidad de luces, sobre 'Bohemian Rhapsody' se cierne la sombra del academicismo y de la esclavitud frente a un modelo de producto formulario y estancado en los cánones del biopic de manual. Algo que la aleja completamente de la fulgurosa y desacomplejada creatividad del grupo al que rinde tributo, y que deja la sensación de que una pequeña dosis de riesgo se hubiese traducido en un filme casi perfecto.
Esto se traduce en un buen puñado de clichés asociados al drama musical, en alguna que otra alteración histórica que oculta tras la falta de rigor una voluntad de potenciar la intensidad del relato y en un blanqueamiento que tan sólo aborda tangencialmente los pasajes más controvertidos de la vida de Mercury; algo perfectamente comprensible al tener en cuenta el tipo de cinta y el público potencial de la misma, aunque no por ello menos decepcionante.
Pero en una película en la que lo importante es encumbrar aún más la leyenda y no airear públicamente sus vergüenzas de forma gratuita, todo esto es lo de menos. Lo verdaderamente importante es cómo 'Bohemian Rhapsody' logra impregnar el patio de butacas con una energía hermanada con las líneas de bajo de John Deacon, los tempos perfectos de Roger Taylor, los solos de guitarra de Brian May y la voz de un Freddie Mercury trasladado a la gran pantalla por un Rami Malek soberbio y capaz de imitar con maestría lo inimitable.
Una vez superado el electrizante tercer acto de 'Bohemian Rhapsody' —que, sin duda, hará las delicias de los fans del cuarteto—, la aparición en pantalla de los títulos de crédito provocó una especie de sensación de "liberación" entre el público, que ahora podía dar rienda suelta al instinto contenido durante la proyección y entonar a viva voz 'Don't Stop Me Now' en una experiencia colectiva única. Puede que fuese por la magia de la música en general, por la magia de Queen en particular, o por la magia del buen cine y las combinaciones perfectas.
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