A estas alturas, el género del mockumentary o falso documental empieza a antojarse un recurso fácil y algo desgastado. No es de extrañar: su cima expresiva y la mayoría de los códigos que aún hoy se siguen reciclando vienen usándose desde principios de los ochenta y películas como 'Spinal Tap'. Después de la auténtica avalancha de producciones de ese tipo que nos llegó a principios de este siglo gracias al abaratamiento de los medios de rodaje, hoy es un recurso recurrente, en los peores casos, para justificar cierta desidia narrativa.
Eso no quiere decir que no se produzcan valiosos mockumentaries en la actualidad: las tremendas 'Popstar' o 'Lo que hacemos en las sombras' demuestran que aún se pueden exprimir los recursos del género cuando hay una intención y un discurso detrás. Por desgracia no es el caso de 'Asesinos internacionales' (o 'Killing Günther', recién estrenada en Filmin), donde la elección del formato parece deberse más a la pereza: facilita el trabajo a la hora de presentar en frío personajes y situaciones y justifica una puesta en escena pobre y con secuencias de acción que se desarrollan desde un solo punto de vista.
De hecho, la justificación argumental para el formato, siempre un punto muy delicado y al que hay que prestar una especial atención para que tenga credibilidad, se solventa rápidamente: un equipo de grabación sigue los pasos de un asesino a sueldo obsesionado con liquidar a su mayor rival en el sector, un misterioso y casi omnipotente criminal llamado Gunther. Se afirma que el equipo esta amenazado para grabar ese complot, pero consciente de que esa justificación apenas se sostiene, Taran Killam -director, guionista y protagonista- pasa de puntillas por ella.
Lo que no debería ser un problema si el resto de los engranajes de la película funcionaran a la perfección. Pero eso solo sucede a medias: con las típicas secuencias de presentación de personajes hablando a cámara, vamos conociendo al resto del equipo de asesinos que quieren acabar con Gunther (de un experto en venenos a un dinamitero, pasando por un par de hermanos rusos psicópatas). Sin embargo, todo en 'Asesinos interncionales' se mueve en términos bastante rutinarios.
A diferencia, por ejemplo, de 'Lo que hacemos en las sombras', donde la presencia de las cámaras servía para elaborar una compleja metaficción entre el mito vampírico y su representación cotidiana, 'Asesinos internacionales' no aprovecha los términos del mockumentary para, por ejemplo, deconstruir el mito de los asesinos a sueldo. Habría sido complicado, sin duda, con un guión que es poco menos que un sketch estirado, como los que Killam protagonizaba en 'Saturday Night Live' antes de abandonar el programa para debutar como director.
Schwarzenegger en su salsa
Quizás el mayor problema de la película, más allá del escaso partido que se le saca al formato, esté en lo mal definidos que están los personajes. Pese a contar con actores de gran personalidad como la gran Allison Tolman, criminalmente desaprovechada como la asesina soviética o Bobby Moynihan como el tronado experto en explosivos, todos tienen comportamientos intercambiables, y a menudo sus métodos de trabajo sirven para generar un chiste de presentación y poco más.
Todo lo contrario pasa con Schwarzenegger, que no aparece hasta el tercio final de la película interpretando al propio Gunther. Es obvio que el actor austriaco se lo pasa en grande introduciendo frases de 'Depredador' y 'Terminator' en sus diálogos, pero aunque su despreocupación total es una bienvenida descarga de frescura en la rigidez de la película, no es suficiente. Hemos visto a Schwarzenegger en plan autoparódico con anterioridad, y en vehículos mucho más sofisticados.
La sensación general es la de estar viendo un proyecto simpático, con sus indiscutibles momentos afortunados (abundan los chistes genuínamente graciosos, como los relacionados con el experto en venenos o el asesino cyborg), pero entre los altibajos de ritmo y los problemas de tono (repentinamente, surgen las subtramas serias o los personajes planteados sin humor), la película no termina de encontrar una identidad propia. Una pena: la presencia de Schwarzenegger debería haber dado para una parodia infinitamente más sólida.
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